jueves. 25.04.2024

Los tiempos están cambiando

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El mundo está cambiando. Ya no arde la zarza que no quema, los tiempos y los valores, y todo lo que nos hacer ser de una manera y no de otra. Porque mientras se reconstruyen a toda prisa las fronteras entre los países, hay otras que se desploman y dejan el territorio arrasado por un huracán de perplejidad: esas fronteras ideológicas sobre las que edificamos las formas de ser y de relacionarnos con nuestro entorno.

Mientras, los cayucos naufragan y el mar es una estela de cadáveres. Nuestro mar, el mar que contemplamos entre las dunas, con la luna blanca en el cielo medio y las jaulas de las piscifactorías agostadas en el horizonte.

Gente que se define de izquierda y que clama contra el papeleo, el supuesto piso y el sueldo mensual para los inmigrantes recogidos en alta mar o llevados de un lado a otro mientras los puertos se van cerrando a su paso. Hemos descubierto el "primero nosotros", hemos convertido la idea de que los pobres no tienen patria en la de que la patria tiene que ser inhumana con el padecimiento ajeno mientras tenga pobres propios, y a los demás hay que dejarlos a merced de los tiburones o en los centros de detención interfronterizos. Algo funciona muy mal en la historia universal de la emancipación humana, algo se ha estropeado en la arquitectura de los valores para que compongamos odas a la gente común expulsando de sus estrofas a la de otro color, otro idioma u otra religión.

Mientras flotan ataúdes en el mar, ese nuestro mar que divisábamos desde el Pico del Águila, con aquel velero anclado en la cala de aguas turquesas y los bañistas tomando el sol en la arena rojiza.

Hemos perdido muchas cosas en el camino. La desnudez de las ideas y de los sentimientos. Ahora vestimos corazas y sembramos concertinas en derredor para que nada ni nadie responda a nuestros escrúpulos. Hemos renunciado a un sueño universal, hemos cortado las alas a los ángeles de la unicidad del género humano, hemos roto amarras con el aire que envuelve la tierra, hemos ampliado la anchura de los ríos y sembrado de tempestades los puntos de encuentro. Ahora respiramos satisfacción ante un muro gigantesco que nos aísla de los otros yo, de los que pudimos ser y no somos por mor de caprichos geográficos.

El mar nos separa después de muchos milenios de ser lugar de encuentro. Soñamos que el oleaje, el viento y la lluvia impida su tránsito, que las barcazas sean arrojadas sobre los acantilados, que el canto de las sirenas de la imberbe democracia las confunda y las devuelva a su lugar de origen. Pero poco nos importa que sí hay llegada, esta sea de cadáveres flotando boca arriba en las aguas poco profundas, entre los bañistas, como objetos poco más que molestos que se olvidan volviendo la mirada.

Entre tanto, el Refugees Welcome se ajá en las fachadas de los edificios públicos. La gente camina por las aceras, levanta la mirada y calla con una mueca de fastidio. No toda la gente, claro. Todavía la hay que navega a lo ancho del mar intentando salvar vidas o que ayuda en los campos de refugiados. En algunos países son ya casi criminales, en otros cuentan con la inquina de la mayoría. ¡Pobres de nosotros y de nuestros descendientes!. ¡Hemos abrazado a la muerte como solución a nuestros dilemas!. Solo queda cabalgar con ella, con los cuatro jinetes del apocalipsis, arrasando el mundo y a todos sus habitantes que nos parezcan extraños o peligrosos.

Cerrad pues las fronteras, bajad las persianas, vivid en un paisaje oscuro y viscoso, llenadlo de sospecha y miedo. Los tiempos están cambiando.

Los tiempos están cambiando