domingo. 06.10.2024

Strangers Pigs: su impacto en la cuna de El Pozo

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En un mercado autorregulado, los controles sociales sobre la producción decaen y la desconfianza se instala en el consumidor

El domingo 18 de febrero se cumplieron dos semanas de la emisión en La Sexta del reportaje Strangers Pigs, en Salvados de Jordi Évole. Tengo que confesar, en primer lugar, que no vi el programa y las referencias que tengo del mismo han sido obtenidas mediante lecturas de los diarios digitales y escritos, tanto nacionales como los de la Región de Murcia. En segundo lugar, reconozco que no siento simpatía especial por El Pozo, más por el poder político y social que desarrolla en mi país, que por la leyenda de una familia de charcuteros que han edificado un imperio industrial cárnico de la nada, en el más ortodoxo remake del american dream.  Sería injusto, por otro lado, lamentar que la mayor parte de la riqueza acumulada en España en los últimos sesenta años provenga del ladrillo, con el consiguiente impacto medioambiental provocado por el mismo, y aportar por otro modelo productivo en el que El Pozo tendría su lugar como empresa cárnica (dejamos a un lado otras actividades de la empresa). Todas estas cuestiones previas me llevan a una pregunta, que seguramente se ha hecho muchas gente en las dos últimas semanas: ¿Por qué El Pozo no abrió las puertas de sus factorías para que las cámaras de Salvados filmaran donde quisieran? La respuesta no es la esperable en este caso, sobre todo para los que no simpatizamos en exceso con esta empresa: no creo que hubiera un submundo sórdido que esconder en la línea de “¡Cómo puedes comer eso! Un juicio sumarísimo a la industria alimentaria” de Christophe Brusset. Es cierto que debemos cambiar radicalmente nuestra relación con los animales, pero esa es una cuestión que no trato en este artículo.

Las razones por las que una multinacional como El Pozo actuara de una manera tan estrambótica, utilizando Twitter a lo largo de la emisión de programa como respuesta a lo que se decía y, sobre todo, se veía a lo largo del mismo, quizá tengan relación con una conversación que tuve a principios del Siglo XX con un antiguo cuadro medio de Administración de El Pozo. Por entonces, los propietarios de la empresa seguían pensando en escala familiar y se negaban, por ejemplo, a implantar un horario continuado para los trabajadores administrativos de la empresa. Esa idea de que “todo nos ha ido bien hasta ahora, para que vamos a cambiar  nuestros procedimientos de relacionarnos con el consumidor y con la sociedad” debió ser letal a la hora de cerrar a cal y canto las puertas de las factorías de El Pozo. En el tiempo de la transparencia, de la responsabilidad social corporativa de las empresas, de la caída de todo tipo de fronteras, no solo las físicas entiéndase, pensar que cerrando la empresa a la consulta periodística era una buena idea, la mejor. Ahí tendrá mucho que ver el departamento de publicidad y comunicación de El Pozo.

He escrito anteriormente que posiblemente las imágenes que hubiera podido grabar el equipo de Jordi Évole no nos expresaría plásticamente la existencia de un submundo sórdido. Personas de suficiente valía profesional afirman que las instalaciones de El Pozo son de las más modernas del país y que los controles de calidad son, en relación a la media, excepcionales. No obstante, en un mundo como el que nos ha tocado vivir, con mercados que escapan a cualquier control social, con una necesidad de multiplicar la producción como de reducir drásticamente los tiempos para sacarla al mercado, ya no vale invertir en maquinaria moderna o en extremar los controles de calidad. En un mercado autorregulado, los controles sociales sobre la producción decaen y la desconfianza se instala en el consumidor. Si alguien quiere entender “controles sociales” como controles ejercidos por las Administraciones Públicas, que lo entienda así porque en ese sentido lo utilizo.

Desconozco el impacto que Strangers Pigs ha tenido en los consumidores españoles y extranjeros. En la Región de Murcia ha sido comparable a un terremoto a gran escala. Y la respuesta ha sido un cierre de filas alrededor de la primera industria murciana y el “ya te decía” de las personas que mantenemos nuestras reservas por el ya citado poder político y social de El Pozo en nuestra región (se ha llegado a decir en alguna ocasión que el PP era una filial del grupo empresarial dirigido por Fuertes). No obstante, entre tantas exclamaciones de “¡qué barbaridad!”, hay algo positivo que extraer de este capítulo: es necesario un mayor control de la producción y comercialización de las empresas cárnicas y, por extensión, de todas las industrias que alimentan a poblaciones cada vez mayores y más exigentes. No solo eso, las administraciones públicas están obligadas a velar por la salud de los ciudadanos, del entorno natural y urbano en el que se mueven, y tienen que garantizar la autosostenibilidad del crecimiento. Los mercados autorregulados tienen su límite en los derechos de la ciudadanía.

La Región de Murcia ha vivido momentos duros relacionados con el crecimiento sin control de sus recursos. Se han construido castillos en el aire que han sido disipados rápidamente por los vientos económicos globales y por la incapacidad propia de salir de los modelos productivos trillados desde los años cincuenta del Siglo XX. La ruina del Mar Menor es un ejemplo. Se ha dejado hacer confiando en la capacidad de recuperación de los recursos naturales. La calidad de una economía depende de la solvencia de sus actores pero también del control social de la misma. Ahora que se habla de El Pozo, en gran parte por el desastre de comunicación del mismo, habrá que recordar que las directivas europeas en diversas materias ni se cumplen ni se espera que lo hagan. El desmantelamiento de los servicios públicos lleva a plantillas envejecidas, insuficientes en su número para llevar a cabo un control eficaz de la actividad productiva que pueda afectar a nuestra salud. Número insuficiente de veterinarios públicos para realizar los controles en los mataderos, casi inexistencia de biólogos que hubieran podido aportar mucho a evitar el colapso del Mar Menor, déficit de recursos humanos en los servicios de sanidad vegetal... Es lógico que la gente albergue dudas sobre lo que está comiendo, respirando o que entra en contacto con su piel.

Deseo que Strangers Pigs haya tenido el suficiente impacto como para que los poderes públicos replanteen su papel en un mundo globalizado de mercados autorregulados. Solo por eso mereció la pena su emisión.

Strangers Pigs: su impacto en la cuna de El Pozo