sábado. 20.04.2024

El pin parental o el retorno al pasado

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En 1835, George Borrow viajó a España (1), comisionado por la Sociedad Bíblica Británica, para vender y popularizar el Nuevo Testamento en castellano, cuya lectura traería tolerancia y modernidad a un país azotado por las disputas, intermitentemente violentas, entre partidarios del Antiguo Régimen y reformistas. España no había roto, y al parecer todavía no lo ha hecho, con la reacción y con toda aquella forma de organización estatal y social preilustrada. Frente a las Luces, el Concilio de Trento y la Vulgata.

Casi por la misma época, al otro lado del Atlántico, la guerra de 1846-1848 entre Estados Unidos y México, que supuso la anexión de las tierras al norte del Río Grande por el primero, tuvo un fuerte componente anticatólico desde el desprecio a la supuesta inferioridad racial de los mexicanos y de sus religión ignorante y supersticiosa, incluso idólatra. Para Peter Guardino “la mayoría de los estadounidenses creía que el protestantismo era una de las raíces de la libertad, el republicanismo y la democracia (…) creían que los católicos debían lealtad al papa y que la iglesia católica era demasiado jerárquica como para ser compatible con la democracia” (2).

El catolicismo, en definitiva, encorsetaba el desarrollo de la libertad y reaccionaba contra los impulsos modernizadores hacia la democracia y los valores de la Ilustración. Que hubiera detrás el intento de perpetuar el estado estamental o, incluso, lo que Piketty define como modelo desigualitario trifuncional, no es objeto de este artículo.

En 1848, Karl Marx escribió en el Manifiesto Comunista esa vieja idea que tanto aterroriza a una parte de la sociedad: que la educación era fundamental en la transmisión y perpetuación de la ideología dominante y que había que sustraerla del ámbito doméstico convirtiéndola en social. Un debate que se dio, y sigue dándose, no solo entre izquierda y derecha, sino también entre liberales y conservadores o entre laicistas y no laicistas, aunque la deriva de los últimos meses en torno al pin parental está erigiendo de nuevo muros de separación casi infranqueables, al tiempo que se invierte la caracterización de los principios que se defienden y se recuperan tópicos propios del Siglo XIX. El primero de ellos es que en la democracia actual los hijos pertenecen al estado en manos, por cierto, de la izquierda y de la ideología de género. Es la extrema derecha, y los partidos que la sigan, la que va a restituir la propiedad de los hijos a sus verdaderos propietarios. En la escuela se enseña lo que los padres consideran que es adecuado para sus hijos. El resto es adoctrinamiento y, como es sabido, bajo este paraguas caben muchas cosas: desde el darwinismo hasta la eficacia de las vacunas para erradicar las enfermedades. Lo que resulta extraordinario es que después de varias generaciones adoctrinadas por la izquierda y por sus teorías aberrantes sobre la esencia del ser humano, VOX gane las elecciones generales en la Región de Murcia.

Como escribe Fernando Savater, en una columna de El País, “creo que uno de los más importantes objetivos de la educación es que los niños conozcan las alternativas que existen a los prejuicios de sus padres. Sobre todo en el campo de los valores cívicos: educamos para vivir en sociedad, no solo en familia. En democracia las leyes liberan y las tradiciones y costumbres esclavizan” (3). El último párrafo es una cita muy conocido del abate Sieyès, autor de “¿Qué es el Tercer Estado?”.

Con el pin parental se va a impedir que muchos niños y niñas conozcan fuera de su entorno familiar cuestiones que pueden tener importancia en su vida presente o futura

Traigo a colación a Savater porque el filósofo vasco sin duda tuvo algo que ver, no sé si sigue teniéndolo, con los inicios de un partido, Ciudadanos, neoliberal en lo económico pero defensor de los valores de la modernidad, algo así como los hijos o nietos de la Revolución del 68 francesa y de la postmodernidad. Curiosamente, parte de este partido ha aceptado el pin parental en la educación murciana, invirtiendo la máxima de Sieyès. Si hacemos caso a VOX, son las leyes las que esclavizan. Las leyes, los tratados internacionales e, incluso, las declaraciones universales, comenzando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos y continuando con la Carta Europea de los Derechos del Niño, la Constitución Española o la más modesta Ley para la Igualdad entre Mujeres y Hombres y de Protección contra la Violencia de Género en la Región de Murcia entre muchas otras. Y lo que libera, en sentido contrario, es la costumbre, la tradición, los prejuicios de lo doméstico.

Con el pin parental se va a impedir que muchos niños y niñas conozcan fuera de su entorno familiar cuestiones que pueden tener importancia en su vida presente o futura. No solo sobre si la naturaleza humana es inmutable o es una construcción social, o si la homosexualidad es una enfermedad, una desviación cultural o una realidad normal y respetable. Los grandes debates conceptuales están ahí; no obstante hay otro tipo de conocimiento más práctico, más cercano, que afecta o puede afectar en algún momento a los derechos de los niños y niños. Conocer da herramientas para discernir entre lo que está bien o mal. Yéndonos al ejemplo más extremo, por su repulsa social, según el Tribunal Supremos la mayor parte de los abusos sexuales a menores los realizan personas de su entorno inmediato. Es una realidad conocida por la policía, por los jueces por la sociedad en general. Sería realmente lamentable que niños y niñas que pueden sufrir ese tipo de abuso no tengan acceso a conocer su perversidad gracias al pin parental o, se podría escribir en este caso, “pin pariental”.

En realidad, toda esta locura que se ha extendido por las redes sociales, por los periódicos, entre la sociedad en general, sobre quién tutela mejor los derechos de la infancia, el estado o la familia, parte de una premisa falsa: la escuela pública adoctrina, la concertada y la privada educa en los valores elegidos por los padres.

De los grandes países católicos de Europa Occidental, solo Italia y España mantienen una precaria separación entre iglesia y estado. Para Odifreddi “el 25 de marzo de 1947, el ex ateo Palmiro Togliatti traicionó los principios comunistas que habían llevado a una Italia antifascista y votó a favor de la vergonzosa inclusión del concordato fascista en la Constitución Republicana”(4). En España, se firmó la reforma del concordato de 1953 con el Vaticano el 3 de enero de 1979, sin que hasta el momento se haya derogado. Los privilegios de la iglesia católica no es todo el problema. Más preocupante es la pervivencia del tradicionalismo anterior a Las Luces y, sobre todo, del músculo que todavía exhibe. En este sentido, no somos un país que comparta del todo los valores que encarna la Unión Europea. Ni siquiera la referencia al pasado cristiano de Europa tienen la misma interpretación en los países protestantes, o de fuertes minorías protestantes, que en España. Incumplir la ley, como se quiere hacer con la implantación del pin parental, es impensable en países como Alemania, Francia o Inglaterra. Culpar a la dominación cultural de la izquierda o a la ideología de género de la igualdad, de la tolerancia, del derecho a la diversidad, es desconocer Europa y que se vive en el Siglo XXI.


(1) Borrow, George: La Biblia en España. Traducción e introducción: Manuel Azaña (¡…!)
(2) Guardino, Peter: La marcha fúnebre. Una historia de la guerra entre México y Estados Unidos.
(3) Savater, Fernando. No, papá. El País. 14 de julio 2018 (¡Aniversario de la Toma de la Bastilla)
(4) Odifreddi, Piergiorgio: Diccionario de la estupidez.

El pin parental o el retorno al pasado