jueves. 25.04.2024

Nacionalismos enfrentados

Viñeta de Rafa Maltés.

Carlos Hernández, en Los campos de concentración de Franco, nos dice que los prisioneros de guerra que se declaraban nacidos en Cataluña eran mejor tratados que esos otros que declaraban ser catalanes sin ambages. Habría que recordar que durante la Guerra Civil y en los años posteriores a su finalización hubo en España campos de concentración, fusilamientos de prisioneros políticos, trabajo forzado, humillación y mucho adoctrinamiento. Durante cuarenta años en España una dictadura cruel y genéticamente fascista fue ama y señora de las vidas y haciendas de sus súbditos, estos últimos asimilados como perdedores de la guerra e indiferentes. Y durante otros cuarenta años, hasta nuestros días, a la ciudadanía española se les negó el conocimiento de tal realidad obviendo el estudio de tan ignominioso periodo de la historia contemporánea o negando directamente el carácter dictatorial y sanguinario del régimen de Franco.

Tal estado de cosas nos ofrece una realidad actual en la que adoctrinamiento se define como conocimiento científico por una derecha política que sigue emboscada en la especifidad peninsular sin que, hasta el día de hoy, haya asumido, como asumió en su momento la derecha europea, que el siglo de los totalitarismos, también el del comunismo, fue también el siglo del fascismo y su versión española, el franquismo, mucho más sangriento, no se puede olvidar, que el fascismo italiano, y que por otra parte al conocimiento científico se le define como adoctrinamiento ad maiorem gloriam dei.  

En mitad de esta confusión intencionada de la derecha española, se encuentra la obligación de olvidar, incluso la exigencia de olvidar que el franquismo fue también nacionalismo e integrismo religioso y que la ideología de los partidos de ese espectro político, no todos sus tendencias y componentes, es terriblemente nacionalista y, en menor medida, integrista religioso. Aquí habría que incluir la actual derecha independentista catalana, parte de la misma heredera del franquismo, en su totalidad nacionalcatólica a la manera catalana.

La historia nos enseña que el choque de nacionalismos es la antesala de la fractura social, de la guerra, de la destrucción y de la miseria

La negación del franquismo como una dictadura fascista, realidad reconocida por los vencedores de la II Guerra Mundial y por la ONU, su carácter nacionalista y su integrismo religioso por parte de la derecha española la lleva a una interpretación del otro como enemigo. Hay una esencia española que se confunde con la terratenenencia, con la cruz, con el idioma, con la tierra castellana y, vacía esta, con Madrid y su metrópoli. Y alrededor de toda esta parafernalia se levanta la España eterna que no es, claro está, la periferia y sus idiomas, culturas, climas y percepciones del ser colectivo diferentes. La España eterna se respira en la dehesa, en la plaza de toros, en la sevillana y en la manzanilla, en el sol, la paella y el cocido madrileño. Enfrente está ese otro nacionalismo también identitario, en parte heredero de la añoranza franquista de cierta burguesía catalana, al que se ha unido el nacionalismo de izquierdas y parte del catalanismo social, que ha aceptado como compañero de viaje hacia la independencia  la forma reaccionaria y elitista, racista en su fondo, antisocial y neoliberal de la derecha exconvergente. Nada nuevo bajo el sol: desechar la solidaridad y la justicia social en aras de la identidad; prometer que en realidad la clase de los comunes si tiene patria y patriotas que la defienden y defenderán. Como Abascal o Torra, como Hitler o Mussolini, como Franco o Salazar.

¿Qué nos queda entonces en esta exacerbación de los nacionalismos que recorre Europa y España? Se han roto numerosos puentes que unían fraternalmente y el torrente baja crecido e intratable. El catalanismo social que tejió el PSUC es defendido por una minoría que tiene la razón pero no la voz, porque solo se escucha el griterio de los que invocan el nacionalismo como solución a un mundo cada vez más inclemente. Ya no se trata de pactar el desacuerdo, se trata de vencer y si es humillando mucho mejor. Los partidos de derecha corren raudos a recuperar sus símbolos identitarios y a enterrar el compromiso con la razón democrática. Parte de la izquierda sueña que la revolución catalana hará posible la revolución española, traerá la república y la fraternidad ibérica recordando otros periodos históricos, enterrando de una vez por todas esa continuidad histórica nunca impugnada del franquismo y de la monarquía parlamentaria.

La historia nos enseña que el choque de nacionalismos es la antesala de la fractura social, de la guerra, de la destrucción y de la miseria. Más aún cuando el nacionalismo nunca se reconoce como excluyente, porque el nacionalismo no reconoce al otro como amigo ni como perteneciente a la comunidad nacional. Cuando el nacionalismo copa la agenda política, el futuro ya no pertenece a los comunes. Lo veremos en las próximas elecciones generales. Por desgracia.

Nacionalismos enfrentados