viernes. 29.03.2024

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En Facebook todos somos culpables. Por opinar o por observar y callar, por ser de una opción política o social sin saber prever el futuro de traiciones y bandazos de la misma. Porque todos somos traidores, no hay inocencia, ni matices que la graduen

Acabo de desintalar Facebook de mi móvil. También Messenger. No sé por cuánto tiempo, tampoco sé muy bien por qué lo he hecho. ¿Hoy es San José, no?. Habrá muchas felicitaciones por el día del padre, hubiera compartido uno de los muchos artículos dispersos por La Crónica de El Pajarito, Revista Gurb o Nueva Tribuna, hubiera sido tiempo de belleza, fealdad, humor, solidaridad, también sonrisas con mis amistades en Facebook, que no son pocas y sumamente heterogéneas. Algunas artificialmente heterodoxas, las más disconformes con el tiempo que vivimos y con el rumbo errático de las sociedades humanas.

Lo cierto es que he desinstalado Facebook y Messenger de mi móvil. Llega un momento en que la opinión, la manipulación o el insulto agota. Antes te recogías con tu gente y conversabas frente al fuego de la chimenea. Existían criterios diferentes, modos distintos de enfocar el problema, pero allí, mientras en el exterior ululaba el viento y la lluvia tamborileaba en el techado, se hablaba de las diferencias, pero no se gritaba o aullaba el rencor acumulado, el simple odio, el machismo reelaborado, el terror ante lo desconocido, el calibre del miedo acumulado en la epidermis.

Comprendo muchas cosas del mundo contemporáneo. Leo a derecha e izquierda, también diarios digitales vomitivos, construcciones atroces de la realidad que son compartidas por personas amigas de Facebook. Algunas de ellas me hacen sonreír, otras me preocupan, las menos revuelven mis vísceras, pero en general ahí fuera, en la Nube, el mundo respira, ama y odia en su inabarcable heterogeneidad. Tal vez eso sea bueno. Ya no vivimos en espacios estrechos, constreñidos por las tradiciones familiares, por los relatos de nuestros ancestros transmitidos como un todo coherente que justifica quienes somos y a donde nos dirigimos. Ahora la información lo es todo, vivimos en un ataúd sin paredes. La manipulación no se pudre en círculos cerrados: fluye y se hace verdad. La mentira no se rebate, también fluye haciéndose río caudaloso que acaba inundando las riberas de la razón, arrastrando manzanos y manzanas, triturando en una gelatina inmunda los tiempos heroicos y los serviles, la lucha honesta y la delación y la muerte infame.

Hoy me he desenganchado de Facebook, acaso porque ya se puede ser activista desde el sofá, activista y filósofo. Nuestros revolucionarios románticos del Siglo XIX recorrieron Europa huyendo de la intolerancia. Algunos encontraron sosiego en la ribera del Támesis, otros fuero nómadas a lo largo de sus vidas, anhelantes del mundo perdido. Se solían comunicar y polemizar mediante cartas, artículos en los periódicos y panfletos con una elaboración diversa. Pero nada que ver con las frases escritas en mayúsculas, la inclusión de insultos cada dos o tres palabras o el sempiterno "¿Dónde estábais cuando...? Hay gente revolucionaria a espuertas en Facebook, también la hay manifiestamente reaccionaria, pero siempre hay verdades eternas incuestionables, y culpables, una legión de culpables a los que habría que ejecutar de inmediato por ser lo que son. Gritos esteparios en la inabarcable y pálida meseta donde los lobos aullan la sed de sangre.

En Facebook todos somos culpables. Por opinar o por observar y callar, por ser de una opción política o social sin saber prever el futuro de traiciones y bandazos de la misma. Porque todos somos traidores, no hay inocencia, ni matices que la graduen. Y sobre todo, no hay historia ni historiadores que describan lo que se vivió una milésima antes de sumergirte en la red social. Todo es ex novo, vivimos acumulando basura sin ningún candil que nos guíe entre tanta inmundicia.

Sin embargo, tengo que reconocer que incluso en el desierto crecen flores hermosas. Entre tantos estériles encuentras rosas, alhelíes, azucenas de mar, sonrisas en la tormenta de arena, tu mano orientándome en el estupor, un beso, un halago. Y el oleaje de un mar tumultuoso de ideas, que a veces trae a la playa señales de vida y esperanza. Son los amigos y amigas con los que compartes la belleza de un mundo casi desconocido.

No sé si volveré a instalar Facebook en el móvil. Tal vez sí. Cuando pienso en tí y en tus palabras, cuando añoro el sabor de las nubes, el cielo allí, los libros, el cine, el poema que te leí aquella mañana de agosto... 

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