jueves. 28.03.2024

El pescador de sueños

Después de leer unas declaraciones del escritor Manuel Vicent, en las que sentenciaba que el Mediterráneo es un vertedero de sangre, eché la imaginación a volar y pensé que ojalá existiera la magistratura o la figura jurídica de un pescador de sueños que captura sus piezas y las devuelve al mar vivas para que las personas vean que son creíbles, capturables y redimibles.

Un hombre, sólo necesito un hombre que capture sus piezas y las devuelva a continuación al mar vivas para que las personas vean que son creíbles y libres a pesar de la captura. Para crear costumbre y luego ley. Para que vean que merecen la vida necesaria por encima de la muerte gratuita. Pero caigo en la cuenta de que probablemente el luminoso Mediterráneo de Sorolla siempre haya sido un depósito de sangre y de sobras humanas porque existen los depredadores y las alimañas que devoran los sueños y las ilusiones de las gentes y después marcan sobre un mapa a quiénes pertenecen los mares y los deseos exclusivos. Marcan como animales con los orines de la codicia las vidas de los seres humanos.

Y, enseguida, tengo en televisión la imagen de un cadáver en la playa, desvencijado desde el nacimiento como hombre, oscureciendo la arena dorada de la playa y arrojado previamente al vertedero, da igual el despojo, cualquiera es válido como recurso icónico para los informativos. Los desahuciados de la vida antes del ahogamiento no funcionan tan bien como fetiche mediático en prime time como los cadáveres de los desahuciados, y si tenemos la suerte de que sea un niño hemos encontrado oro y consternación viral para las nuevas tecnologías y las redes sociales.

Si terminamos transformando el dolor y la pesadumbre, una de las esencias de nuestra intimidad y privacidad, en mensajería intercambiable y retransmitible con el impudor maridado con la banalidad, seremos definitivamente máquinas rídiculas expendedoras de emociones cosificadas a granel. Y máquinas ya tenemos muchas. Y mafias desalmadas y ensimismamiento político y el marasmo de los valores auténticos de la democracia y una moral infantiloide y coloreada que nos impulsa a hacer una carrera popular por una causa solidaria. La verdad es que dan ganas de salir corriendo.

Si la única esperanza material de miles de seres humanos está siendo obtener una manta de la Cruz Roja, si el destino último de muchos de nuestros semejantes es pagar un dinero trágico e infame para morir como animales abandonados en medio de la nada, el progreso y la felicidad de la humanidad como paradigma y principio político de la Ilustración, que inaugura nuestra edad contemporánea, hace tiempo que quedó revocado, de hecho, el pulso sociopolítico de la propia Europa está acelerado.

No son tiempos de prosperidad y sosiego. Estamos atravesando una época de histerismos y miedos fundados, marcada por la supervivencia, la superficialidad y la precariedad en todos los órdenes de la vida. La imagen anónima del inmigrante exhausto y sonámbulo en los brazos compasivos y mortuorios del mar es la metáfora cruel y elevada a la máxima potencia de nuestro desamparo y de nuestra notoria anonimidad en el mundo sensorizada y conectada a Internet.

El mar es un obrero de agua, robusto y laborioso, que trabaja las 24 horas del día para dar sus frutos para todos, aunque parezca lo contrario y nadie quiera gritarlo.

El mar vivía fabuloso en los poemas de Homero y lo hemos traicionado y lo hemos traído a un tiempo incierto y lo hemos convertido en verdugo para que le ponga el cepo de la muerte a nuestros congéneres. Él, que no para de dar vida. El pescador de sueños, tribuno legítimo de la justicia poética, lo devolvería a su lugar real y simbólico: mar mesías y navegable, para que no tenga memoria de la desesperación de los hombres. Para que duerma tranquilo y sin miedo aunque todavía necesite hacerlo con el flexo de la luna encendido y escuchando la respiración de las olas.

El pescador de sueños se desdoblaría y se adentraría en alta mar en busca de las piezas más preciadas mientras deja en la playa al niño que llevamos dentro, que juega con la arena y con el agua ajeno a la lejanía azul del horizonte. Que trabaja generosamente con el barro como un dios pequeñito. A ver si le sale un hombre que sin necesidad de patera y de incomprensión ya esté en la orilla física de los sueños, satisfecho y risueño.

El pescador de sueños ha atrapado el mar de Ulises y ha conseguido que piquen el anzuelo Neruda y Neptuno.

Octavio Paz escribió en El arco y la lira que “la poesía vive en las capas más profundas del ser, en tanto que las ideologías y todo lo que llamamos ideas y opiniones constituyen los estratos más superficiales de la conciencia”. Quizá todo pase por esto: en muchos asuntos nos sobran corrientes de opinión y escudos ideológicos y nos falta conciencia poética.

El pescador de sueños