viernes. 29.03.2024

El espíritu de Larra

Larra

Larra se levantó una pálida mañana de febrero con un fuerte dolor de cabeza. Tenía resaca de España. Le dolían en las sienes la intransigencia y la alharaca. Dudó entre disparar un rápido artículo satírico o ponerse el punto y final con una pistola. España es un aguardiente viejuno y áspero que se bebe directamente de la botella al calor de la pelea. Da igual que esté destilado por el aldeanismo decimonónico que por el populismo vanguardista, el efecto de quemazón en las tripas es el mismo. Y lo ingieres o te lo hacen ingerir. A mayor tufo aguardentoso en el aliento mayor españolidad. De él han bebido linajudos de postín, hidalgos arruinados y pícaros codiciosos, con el pretexto de brindar por la propia España. No la querían en realidad, la ambicionaban.

Los literatos de pro dicen que se escribe para estar vivo. Yo, (qué oronda suena esta palabra), digo, sin ser un prócer, que se escribe para revivir lo no vivido. Pero no es sólo la simple y rotunda biología la que te impulsa al hecho de expresarte. También cuenta nuestra ubicación ante lo que percibimos, eso que llaman realidad y nos sostiene, nos pisotea o nos da coba y halagos. A partir de estos tres supuestos elaboramos y lanzamos nuestra expresión vital como tedio, cohetada o lamento. Es lo que se denomina compromiso o reflexión critica, que lo llegamos a condimentar, si nos apetece, con especias de creación y estilo, o sea, nos ponemos el delantal del esteticismo, como hacían los periodistas de antaño, desde que Larra descubrió la receta en la España fernandina, atenazada y tediosa. La España enfebrecida y vírica de la intolerancia que iba dando hachazos celtibéricos a la sensibilidad y la inteligencia. Contra la amargura, el esmero. Contra la ignorancia, el periodismo de fondo. Larra, como buen romántico hastiado, se pegó un tiro rebelde y antipatriótico y manchó de sangre y repulsa sus monumentos periodísticos. Él hacia literatura industrial y artística en los periódicos. Qué dfícil es alzar la voz contra los mediocres y la cazurrería; es preferible precintar los labios y morir entregado a la cicuta honesta de la belleza, la elegancia y la ironía. A Fígaro, con veintisiete años, no lo salvó la actualidad erigida con descaro desde el periodismo literario. La salvación por el arte era un timo de los progres antiburgueses y el esplín automático de los días y sus regidores expolian las buenas intenciones y la voluntad de creer. A Larra, cronista intenso y libérrimo, lo mataron el cansancio de vivir y un país zafio y cerril. Después, cuando ya estaba muerto, quiso pegarse un tiro pensando en una mujer.

Con corazón larriano: nada ni nadie nos ha salvado. La visión postrera es máscara y desengaño. Ese concepto judeocristiano de la redención que los ilustrados europeos usurparon y entronizaron con la voz emancipación. Esa clave antiguotestamentaria de la liberación de la esclavitud, que los contemporáneos le robaron a Moisés, la rodearon de antenas, satélites y aparatajes y la divulgaron como progreso científico-tecnológico. Esa falacia de la salvación es literatura inmortal. Un clásico vivo de los que creían inventar lo que era revelación natural y ya estaba inventado: la vida, pero sin igualdad. Ningún hombre ha conseguido salvar a ningún hombre. Sólo han inventado monstruos, algunos inocentes y desamparados, como el del doctor Frankenstein. Otros apocalípticos, como las salvajadas mediáticas o los principios políticos de Reagan y Margaret Thatcher cuyo eco llega hasta nuestros días. No poseemos estatutos salvíficos, sino salvaciones virtuales estatutarias. No nos ha salvado el liberalismo mesocrático. Ni el liberalismo económico. Ni el Estado Liberal Burgués, que finge amamantarnos como una loba protectora, capitolina y de derecho. No nos ha salvado el liberalismo ideológico, que ya pertenece a los muertos y lo estudia la paleontología. Ni Ortega en las circunstancias. Ni Azaña en las ideas. Ni Cervantes con el humor. Ni Picasso en la pintura. Ni Falla con la música. Ni Almodóvar en la pantalla. Ni Iniesta en el regate. Ni el “Obrero Español” en el trabajo. Ni Podemos con el retorcimiento de la gramática. Ni Vox con la palabra retorcida. Ni el Rey por Navidad. Ni Cristo bendito en la cruz con los cinco litros de sangre de su cuerpo desparramados por el Gólgota nos ha salvado, porque estamos hechos del material maleable de las pasiones y del miedo a morirnos.

Sólo nos queda frente a la máscara y el desengaño escribir como única salvación de orden mental y espiritual. Como un exorcismo a la inversa: para que el fantasma de Larra se nos meta en el cuerpo.

El espíritu de Larra