sábado. 20.04.2024

La escuela de hoy: el mundo de hoy

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 Álvaro Cunqueiro: "La inmensa cantidad de noticias que al hombre le es suministrada es inadmisible. Tal cantidad termina formando insensibilidad. Puede decirse que la información que se le suministra al hombre es infinitamente superior a la que ese hombre necesita, y por ese mismo exceso lo transforma en un hombre desinformado".

El exceso y la saturación de documentos y de pilas y pilas de recursos didácticos en soporte tal, en soporte cual, están asfixiando a la enseñanza y a su entraña: la transmisión del conocimiento y la formación de personas libres.

Esto mismo que escribía el insigne Álvaro Cunqueiro allá por la España ilusionante de 1977 es extrapolable al panorama educativo de la España de 2021, con o sin pandemia. Está muy bien todo eso de la parafernalia vistosa de los documentos: las actas, los informes, las rúbricas (éste es el último grito en moda pedagógica), las programaciones, que tienen más importancia que la Constitución de 1978, y un largo etcétera burocrático y tecnocrático. Está muy bien todo eso, sobre todo, para que coman profesionales fuera y muy alejados del aula, muy bien remunerados y dando el visto bueno a la documentación demandada y en algunos casos exigida al "pueblo hebreo" del profesorado, que ya no sabe muy bien para quién trabaja, si para los niños o para la burocracia ensimismada y el oráculo de sus documentos. En la escuela actual el profesorado está siendo más actor que autor de la formación del alumnado.

Habría que desbrozar y proponer una vuelta a los orígenes de las cosas, a la sabiduría primigenia del hombre, o sea, al humanismo bien entendido. Y recuperar como punto de partida el triángulo vinculante de la mutualidad entre lenguaje, pensamiento y mundo real más mundo interior o simbólico.

El lenguaje es un milagro de la naturaleza que tiene que ver más con la evolución biológica que con la cultura, venerémoslo con agradecimiento. La lengua es una herramienta sofisticada y precisa para la expresión y el pensamiento, cuidémosla con respeto. Escuchar y hablar. Leer y escribir, es el legado supremo del lenguaje y de la lengua en la escuela. La politización obsesiva de las lenguas es ya un síntoma de  degradación cultural. No contaminemos más. No embrollemos más, no sé si con deliberados y espurios intereses. Basta de bastos planteamientos. De vastos despropósitos. La enseñanza no puede derivar en una farfolla visual: mucha apariencia textual y tecnológica y poca entidad educacional. La saturación informativa y divulgativa y la multiplicidad de medios de transmisión no pueden contribuir al empobrecimiento de nuestro lenguaje y de nuestro saber. Esto resulta a todas luces una gran contradicción, que nadie se atreve a enmendar. Las cantidades no proporcionan la prestancia. Las calidades, sí. Y las calidades educativas y educacionales siguen denominándose interés, sensibilidad, curiosidad, asombro, estudio; y esa llama no la prende la burocracia ni es patrimonio de la tecnocracia. Esa llama tiene que encenderla con pasión y sentido de la responsabilidad el profesor dentro del aula, como un pebetero olímpico en el que ardería fácilmente cualquier papel insulso. Del mismo modo que es exigible al docente un pasional y constante ejercicio de responsabilidad en el aula ante lo que enseña y su auditorio, es una mezquindad por parte de los gerifaltes administrativos y gubernativos responsabilizar a la docencia, subliminal o explícitamente, de todos los pecados lingüísticos, pedagógicos y cognitivos de la Vía Láctea.

A la escuela, que es un medio de formación humana y vital, la han cosificado y tecnificado como un fin en aras de un presunto progreso social, que como todos los últimos progresos se ha quedado huérfano y desvalido y ahora parece ser que nadie ha sido el responsable del desaguisado en su esplendorosa modernez, con la salvedad hecha, insisto, de la última pieza del engranaje, que parece ser la defectuosa: el profesorado. Las cabezas pensantes tienen un neocórtex privilegiado. Los ejecutores del plan no han sabido plasmarlo en la práctica. La política, entre otros retos, consiste en diseñar y difundir un metarrelato o mito que tenga cierta credibilidad y sea permeable y contribuya al apuntalamiento de las poltronas: con todos los medios desplegados, con todos los recursos humanos dispensados... A lo que habría que añadir: con toda la hipertrofia normativa, con toda la nomenclatura seudocientífica, que generan encorsetamiento y una autonomía decorativa.

Hoy por hoy más que en cambiar y recambiar leyes -fácil ejercicio- el arrojo radicaría en el desbrozo de las superfluidades y de la falsa esencialidad (digitalización y tecnologización), que no es lo mismo que la simplificación política y el reduccionismo intelectual, eso es la universidad del populismo. Si le damos la vuelta al título del célebre ensayo de Nuccio Ordine La utilidad de lo inútil lo que surge es La inutilidad de lo supuestamente útil.

Es cierto que se lee poco, se comprende muy poco en ocasiones en nuestra propia lengua nativa y el léxico del castellano estándar se ha empobrecido no por culpa de la escuela y del propio deterioro del lenguaje, sino porque nuestros intereses, aspiraciones, pretensiones individuales, sencillamente, se han vulgarizado. No culpemos a los objetos y a las sombras que proyectan, culpemos a los sujetos y la escasa luz y lucidez con las que alumbramos nuestras vidas. A lo mejor es que de tanto usarla, de tanto llevarla y traerla en estadísticas y porcentajes repletos de falacias y de réditos políticos, a la palabra democracia la hemos igualado con la palabra banalidad.

La escuela de hoy: el mundo de hoy