viernes. 29.03.2024

¡Ah, la Navidad!

nav

Resulta muy difícil poner en duda que el capitalismo con su cara de princesita feliz y corazón de hielo y el consumismo, su enamorado prepotente, se han adueñado inmisericordes de los sentimientos, las emociones y las tradiciones, que tienen de altavoz publicitario una televisión de plasma, que la muy mojigata se atreve a soltar con bonita y seductora voz la retahíla expresiva característica que nos hemos acostumbrado a usar  en las Pascuas rayana en la ridiculez y en el fariseísmo más cursi: “amor, paz, felicidad, fraternidad… y este perfume que embriaga”. Sin embargo, al virus desenfrenado del capitalismo/consumismo propio de estas fechas le ha salido un durísimo competidor, el maldito, y ya familiar o allegado coronavirus que nos toca. A ver qué bicho puede más. Entre virus anda el patético juego.

A la Navidad la vallaron y vendieron hace tiempo como un coto privado de caza gastronómico y lúdico y se alejó por completo de su foco histórico y cultural. Como el lenguaje oficial es una industria retórica en quiebra que no para de producir palabras vanas y devaluadas. Como la realidad nada tiene que ver con la vida. La realidad está por las nubes. La vida la han tasado baratísima. Muchos se tienen que agarrar a la vida. La realidad es prohibitiva, inalcanzable. Y entre la baratura y el poder adquisitivo venimos a colocar un pesebre con un niño dentro en el que depositamos una cantidad desproporcionada de trascendencia incomparable con una desproporcionada y suculenta cena.

La Navidad es un divertimiento, otro más, y a lo grande, de esta sociedad infantilizada y bobalicona. Celebramos el triunfo orgiástico del dinero. El triunfo por goleada del verbo repartir frente al verbo compartir. Repartir bolsas de alimentos. Repartir regalos. Repartir ilusiones. Repartir sonrisas. Repartir Covid-19. El mundo es un jubiloso reparto al que asistimos convencidos y encantados. A ver qué nos toca. Repartidores y repartidos confraternizamos y cantamos villancicos al calor silencioso de las figuritas y del árbol luminiscente que no necesita del sol. “Más hambre que los repartíos”. Más compasión que los repartidores. Existen estampas navideñas inigualables en humanidad. El advenimiento de los compartidores es un dogma de fe para cualquier religión que se precie. De momento, el término “compartidor” aparece recogido como una profecía en el Diccionario de la Real Academia.

El aliento navideño se chocará contra los escaparates empujado por el personal omnívoro y candoroso, que le encomienda en un universo en expansión la difícil misión de sincronizar y conciliar la realidad

Los pobres y los muy pobres son personas que padecen y no somos conscientes en qué medida. No podemos convertirlos en más figuritas decorativas para la representación y consumación de nuestra teatralidad navideña y para canalizar nuestra caridad a raudales cuando llegan estas fechas tan entrañables y amatorias.

El espíritu navideño, gordinflón, comercial, sobreactuado como un actor poco creíble, se desparramará por las calles con una mueca de contrariedad. No le cabrán los adornos. Y le pesarán las pajarillas del alma repletas de colgaduras y bombillas. La gente pasará y mirará. Y sólo se verá un fantasma que brilla y sonríe a los chiquillos por contrato. El aliento navideño se chocará contra los escaparates empujado por el personal omnívoro y candoroso, que le encomienda en un universo en expansión la difícil misión de sincronizar y conciliar la realidad, las palabras de dicha y bienestar y el marketing.

Hay quien todavía reivindica no la figurita sino la figura metafórica del Niño Dios y su proyección ética. Hay quien todavía reivindica un lenguaje verdadero y hacedero. Que escalofríe y transforme.

Hay quien todavía pide foco y portadas para las figuras protagonistas de la Navidad. Hay quien pide luz para las sombras, que son muchas. Hay quien pide foco y portadas para la sonrisa triste de los niños frente al cava y la carcajada glotona. Hay quien todavía pide respeto para los pobres empobrecidos de la Tierra. Hay quien todavía pide Navidad y nacimiento de un hombre nuevo.

Y bueno, de acuerdo, por imperativo tradicional y de urbanidad: Feliz Navidad y otros lujos lingüísticos.

¡Ah, la Navidad!