jueves. 28.03.2024

Partida de billar en la derecha

madrid

Repasando el discurso del líder del PP contra el líder de VOX en el debate de su moción de censura, y considerando que nuestra política es más actoral que argumental, tengo la sensación de que la moción de censura ha sido o bien una carambola de billar americano, o bien un pacto entre Casado y Abascal para liquidar, ni más ni menos, que a Inés Arrimadas y Ciudadanos, como partido residual del centro-derecha liberal y progresista al que, supuestamente, representa. El distanciamiento nítido del PP con respecto a VOX que tantos dirigentes políticos, tertulianos y politólogos le pedían a Pablo Casado parece que iba dirigido a la definición de un espacio bien delimitado en la derecha española, en la que un partido moderado pero pequeño ya no tiene, al parecer, interés para los estrategas demoscópicos que dirigen, entre bambalinas, las trayectorias de los partidos políticos. Es, como dijo el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, la lucha entre la tradición conservadora de Cánovas, Gil Robles o Aznar, la liberal de Sagasta, Alcalá Zamora o Suárez y la tradicionalista de Calvo Sotelo, Primo de Rivera o Fraga, siendo esta última tradición la que sentó en el Palacio de El Pardo al dictador Franco durante treinta y seis años, y que tan orgullosos están los dirigentes de VOX de haber recogido en sus filas y discursos. Entre el fascismo y el neoconservadurismo, este partido ha sabido atraer el voto de la derecha extrema que había sabido recoger la Alianza Popular de Fraga, primero, y el Partido Popular de Aznar, después. Sin embargo, en un país cainita como el nuestro, donde las crisis profundas e inesperadas son siempre aprovechadas para derribar al Gobierno del adversario, había llegado la hora de poner orden y concierto a la división de la derecha española ante la que pudiera ser la segunda ola de la pandemia que provocara unas elecciones anticipadas a finales de 2021. Y hay que trabajar con tiempo por delante.

Ningún dirigente político desde la recuperación de la democracia en 1977 ha dilapidado una fortuna electoral como la que consiguió Albert Rivera para su Ciudadanos en abril de 2019. Consiguió 57 escaños que, sumados a los 123 del PSOE, hubiera dado un Gobierno de coalición sólido y estable de 180 diputados, mayoría absoluta a la primera votación y un programa social-liberal para cuatro años por el que babeaban las más altas instancias de los poderes económicos españoles, europeos y mundiales. Habríamos tenido la estabilidad política que tanto demandamos los ciudadanos ahora para hacer frente a una pandemia sanitaria y económica que puede revertir todo el progreso que hemos acumulado desde la incorporación de nuestro país a las comunidades europeas en 1985. Creo que un Gobierno así hubiera tomado el mando decidido y sin titubeos en una situación crítica como ésta y, quizá ya desde la proclamación de su primer estado de alarma, habría aplicado un 155 a las competencias sanitarias de las Comunidades Autónomas y habría sacado al Ejército de sus cuarteles para que apoyara a los Cuerpos de Seguridad del Estado en su difícil tarea de restringir los movimientos de los españoles. Sé que no es una opinión políticamente correcta en la izquierda, ni siquiera en la más moderada, porque gran parte de la izquierda sigue anclada en el antimilitarismo como seña de identidad antifascista… pero ante el riesgo al que muchos españoles prudentes estamos siendo expuestos por una parte de la sociedad española que ya no me atrevo a catalogar de ignorante sino de insurrecta, y ante las catastróficas consecuencias sanitarias y económicas que esta intolerable indisciplina puede provocar, ¿no estamos de verdad ante un estado de alarma que suscite una definitiva toma de control por parte del Gobierno central de las competencias autonómicas en Sanidad y de los movimientos de la población mediante la acción coordinada de todas las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Ejército incluido? Yo lo vengo defendiendo desde marzo pasado, no es una opinión asustada ante el desmadre actual de contagios. Es una opinión asentada en el efectivo modelo asiático de lucha contra la pandemia de la covid19 y en el padecimiento de la ignorancia colectiva que internet y las redes sociales han creado en ésta y en otras cuestiones.

Si se desmarcara claramente de un PP extremo, ineficiente y peligroso como el de Díaz Ayuso en Madrid, apoyando una moción de censura que situara a Ignacio Aguado como presidente de la Comunidad, podría recuperar su partido la proyección política

Es cierto que el Gobierno de Sánchez ha tomado las medidas adecuadas en materia laboral y social para paliar los desastres económicos de la pandemia, y que ha sabido defender los intereses nacionales en la Unión Europea, pero también es cierto que le falta autoridad para imponerse a una derecha cainita que espera, ansiosa, su caída, y a unas comunidades autónomas que han demostrado que nuestro modelo territorial es incapaz de hacer frente, con unidad, a una crisis sanitaria de magnitudes desconocidas. Creo, por tanto, que estamos ante la primera desafección del Estado autonómico desarrollado a partir de la Constitución de 1978 y creo, también, que estamos ante la primera añoranza de gobiernos estables con mayorías absolutas que, como el de Sánchez y Rivera, podrían haber hecho frente a esta pandemia con la autoridad, el mando y el coraje que requiere. ¿Quién transformará esa desafección en votos? ¿Casado o Abascal? Ése era el debate de la moción de censura y no otro, definirse ante el más que probable futuro desgaste electoral del actual Gobierno de coalición.

Ciudadanos tendrá que pensarse muy bien cuáles van a ser los siguientes pasos en su actuación política porque, como decía al principio de mi reflexión, creo que la moción de censura no la ha presentado Abascal contra Casado sino los dos contra Arrimadas. Los electores parece que ahora tienen dos derechas bien delimitadas, la moderada que representa el nuevo PP de Casado y la extrema que representa el viejo VOX de Abascal. Con el discurso firme y claro de éste en la moción de censura, es muy probable que el PP recupere voto moderado que se fue a VOX, pero también es muy probable que VOX recoja voto extremo que seguía creyendo en Casado. La espada de Damocles pende, claramente, sobre Ciudadanos. ¿Adónde irán sus votos redefinidos en la nueva frontera de la derecha española que ha dejado el debate de la moción de censura? Creo que si se desmarcara claramente de un PP extremo, ineficiente y peligroso como el de Díaz Ayuso en Madrid, apoyando una moción de censura que situara a Ignacio Aguado como presidente de la Comunidad, podría recuperar su partido la proyección política que siempre irradia el centro sobre la periferia, y si lo hace bien, quizá también un leal apoyo electoral que se extendiera a otros territorios que, al menos, mantuviera el grupo parlamentario que ya tiene en el Congreso o, incluso, lo aumentara un poco, sirviendo para lo que fue fundado en su día Ciudadanos, para ser útil a los partidos que ganan elecciones pero se tienen que apoyar en partidos nacionalistas para ocupar La Moncloa. 

Partida de billar en la derecha