viernes. 29.03.2024

Vivir en un musical

Llevo varias semanas viviendo en una suerte de musical. En realidad, la música está presente en casi todas las actividades de mi vida. Cocino, leo, hago la limpieza y la compra, camino, corro, conduzco… y, por supuesto, escribo con música. Seguro que hago más cosas, pero ahora no se me ocurren. Sin embargo, en estas últimas semanas, me he enredado en una especie de bucle musical donde solo caben Wilco y Lou Reed. Las mismas canciones suenan una y otra vez, a todas horas, haga lo que haga. La situación es extrema, tanto que si salgo a tomar unas cervezas con los amigos o me encuentro con alguien por la calle, la música sigue sonando en mi cabeza como si mi cerebro hubiese hecho una copia (que la SGAE tenga misericordia), no exactamente de esos temas, pero sí del tono general de la música, de las sensaciones que me transmite, del alimento que yo he buscado en ella y que sin duda necesito para manejar convenientemente un par de indómitos asuntos de mi vida.

En este tiempo he leído algunos libros que en mi recuerdo asociaré ya para siempre con ese fondo melancólico de Wilco, con el urbano existencialismo de Lou Reed. También he conocido gente con la que me iría sin dudarlo a dar una vuelta por el lado salvaje.

Vivir en un musical puede hacerte parecer un poco perdido a ojos de los demás, ya que a veces te impide escuchar bien lo que te dicen y no dejas de emocionarte profundamente con los detalles más tontos de la cotidianidad circundante; la música consigue alumbrar belleza en lugares y en gestos y en palabras donde antes pasaba desapercibida. Por supuesto, estás muy expuesto al ridículo y nadie te libra de soltar un gallito country o un “du, du, du” en el momento más inconveniente, pero les aseguro que merece la pena.

Todavía me quedan algunos asuntos pendientes que exigen mi fidelidad a esta banda sonora. Si me ven por la calle guitarreando al aire o meneando la cabeza en un sentido sí, sí, sí/no, no, no, pido disculpas por adelantado. No me lo tengan en cuenta. A veces, uno necesita cultivar sus malos hábitos para hacerse fuerte, para, a la manera fordiana (de Richard) “llegar a ese punto en el que el pasado ya no nos diga nada acerca de nosotros mismos y podamos seguir adelante”.

Ya sé lo que están pensando, pero no, todavía no he tenido la oportunidad de ver La La Land. Tal vez sea un exceso… 

Vivir en un musical