Supongo que a medida que vas cumpliendo años, ciertos lugares comunes, frases hechas en cuyo significado ni siquiera habías reparado mucho, empiezan a cobrar sentido en función de lo vivido y sufrido, también de lo disfrutado, y a veces uno acaba escuchándose a sí mismo decir cosas como que “la vida da muchas vueltas” o que “todos los cambios son para mejor”. Esto último no es cierto, claro, pero alivia mucho decirlo cuando te encuentras en la posición de dar consuelo. Personalmente, sin embargo, puedo decir que sí que da vueltas la vida y que, en ocasiones, los cambios, pese a venir forzados por las circunstancias más desagradables, pueden acabar convirtiéndose en lo mejor que te ha pasado nunca. Porque “la vida es extraña”, eso sí que es cierto, y todo puede cambiar “de la noche a la mañana”, “al doblar una esquina” o al meterte en un armario, como bien sabemos los lectores de Millás. Los libros sí que son un consuelo de frases hechas para quienes hemos visto pasar la vida a través de ellos. Durante un tiempo creí verme inmerso en la melancólica Años luz, esa maravillosa novela de James Salter donde la aparente solidez de la felicidad empieza a desquebrajarse casi por capricho, como si hubiese cierta inevitabilidad en ello, dada la naturaleza humana, esa suerte de insatisfacción crónica que aqueja a tanta gente y que tanta frustración genera. Pero, enseguida, la vida me llevó hacia otras novelas, a los textos más amables de Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, donde, en ocasiones, las segundas oportunidades se presentan, novelescas, frente a uno como si se tratase de una cuestión de justicia poética. Y parece, entonces, que la vida arranque de nuevo y todo cobre sentido. Una vida más real, más cercana a la idea que uno se había hecho de las cosas en ese pasado soñador que todos tuvimos alguna vez. Y no puedo olvidarme de Paul Auster y de las rocambolescas casualidades que empujan a sus personajes a encontrarse y perderse entre las azarosas calles de Nueva York. Y es que no puedo evitar aferrarme a la ficción cuando trato de entender la realidad, deformación lectora, lo reconozco, pero qué sería de la realidad sin las novelas, cómo hubiese sido mi vida sin ellas, dónde estaría ahora, qué demonios tendría en la cabeza, dónde anidarían esos pájaros que me han acompañado a lo largo de todos estos años, de tantas lecturas, de tantas vidas hasta llegar a esta. Me gusta su compañía.