jueves. 28.03.2024

La vida falsa

Una modelo australiana, muy joven, muy guapa y muy popular, ha sido noticia estos días debido a su decisión de abandonar Instagram. “No es la vida real”, ha dicho.

Una modelo australiana, muy joven, muy guapa y muy popular, ha sido noticia estos días debido a su decisión de abandonar una red social (Instagram) en la que, al parecer, se había convertido en una a9cf609aebd1a8b19323372fbb26251fespecie de estrella hollywoodiense a base de selfies y cientos de miles de seguidores. “No es la vida real”, ha dicho. En la red era un rostro hermoso, de una pureza escultórica; en la vida real, muchas horas y capas de maquillaje ocultaban los granos sebáceos del acné que el roce de la vida suele plantarnos en la cara a ciertas edades sin la menor sensibilidad estética. En la red su vientre plano era una delicia de blancura, firmeza y naturalidad, la envidia de todas esas mujeres que, por más que se esfuercen en el gimnasio y prueben todo tipo de dietas para gorriones sin apetito, jamás consiguen deshacerse de su redonda, blanda y humana barriguita; la realidad era un día entero sin comer, una maratoniana sesión de fotos, estrés, mal humor y edición fotográfica. En la red aparecía en una instantánea captada del modo más casual, vestida con cualquier trapito, mostrando como por azar un pedazo de su cotidianidad; en su vida física y ordinaria, una marca de ropa le pagaba para que luciese este o aquel vestido e hipnotizase con su frescura a sus setecientos mil seguidores y potenciales clientes.

Ahora, nos alerta de esta hipocresía (obvia para algunos, pero en la que viven atrapados millones de adolescentes y jóvenes -y no tan jóvenes- del planeta), y de la “adicción por la aprobación y validación social” que las redes sociales pueden provocar.

Siempre he creído que internet puede ser (y lo es en muchos sentidos) una herramienta fascinante (como también podría haberlo sido antes la televisión), pero es innegable que cada vez está más controlada por todo tipo de intereses y poderes económicos e ideológicos, por grandes corporaciones que están haciendo de ella un coto inmenso de negocio y  publicidad que, sin embargo, nos venden como un espacio de irreductible libertad.

Decía Antonio Muñoz Molina, a propósito de otra joven española que llegó a entrar en contacto con personas relacionadas con el Estado Islámico a través de la red: “Hipnotizada por una pantalla, seducida por presencias y voces que le parecían más prometedoras porque carecían de cualquier relación con lo mediocre y lo fatigoso de la vida real”. Y es que la vida es así: mediocre y fatigosa. Aceptarlo evitaría mucha frustración.     

La vida falsa