jueves. 25.04.2024

Tabucchi para el verano

Con el tiempo uno se va olvidando de los argumentos de las novelas que ha leído.

Con el tiempo uno se va olvidando de los argumentos de las novelas que ha leído. Los nombres de los personajes se van borrando del mismo modo que se desvanecen los paisajes de ese universo de ficción construido con la física de la tinta y el papel y la mística de la voz narradora. A menudo, a algunos desmemoriados se nos confunden y escapan los títulos de libros que nos gustaron mucho. Y también puede ocurrirnos lo contrario, que de esas páginas con las que tanto disfrutamos, pasado el tiempo, sólo seamos capaces de vislumbrar el título que las encabezaba, parpadeante como un letrero luminoso en la oscuridad de la calle; insinuante, sí, pero poco esclarecedor. Con el tiempo (con la excepción, quizá, de unas cuantas  novelas violentas, que nos golpearon y sacudieron como pocas y llevamos pegadas a la piel y no se olvidan), incluso con los escritores que más nos gustan, ocurre que muchos de sus relatos se nos acaban mezclando y hay historias que se pierden y, por supuesto, frases, párrafos, páginas, capítulos enteros que desaparecen para siempre… miento, siguen ahí, a la espera de que decidamos volver sobre ellos; lo que muchas veces resulta incluso más enriquecedor y sorprendente que aquella primera lectura.

No obstante, de algunas novelas permanece algo mucho más importante que los vericuetos de sus tramas, algo que tiene que ver con nuestra propia experiencia, con nuestro aprendizaje de la vida; cierta forma que tenemos de mirar el mundo que nos rodea, de pensarlo y abordarlo, de ser lo que somos.

Los libros de Antonio Tabucchi, fallecido hace ya tres años, forman parte de mi memoria literaria y vital. En mis años de estudiante me acompañaron en mis viajes y alimentaron las horas de insomnio con Sueños de sueños y otros desasosiegos; también Pessoa se volvió más íntimo, más cercano gracias a Tabucchi. Portugal, noches calurosas de verano, la valentía última de Pereira, la lúcida sencillez de un narrador perspicaz y bondadoso, capaz de mostrarnos las zonas más oscuras de la realidad desde la claridad poética que alumbra sus ficciones. Porque Tabucchi es un narrador sosegado, atento a los matices y a la composición de unos textos dotados de una belleza extraordinaria, cuyo efecto en el lector es de absoluta gratitud ante la maestría con la que elabora complejas disquisiciones morales partiendo de los elementos más cercanos, historias íntimas que hacemos nuestras porque su humanismo trasciende las particularidades de sus argumentos.

Cualquier momento que uno elija será el mejor para leer algo de Antonio Tabucchi, pero a mí el verano siempre me trae sus libros a la memoria, porque es una constante en su narrativa; la abrasadora canícula de Réquiem, los ambientes marítimos y nocturnos, los viajes… Y como en uno de sus cuentos (Nubes; El tiempo envejece deprisa), podemos aprovechar también esta estación para mirar al cielo y practicar el arte de la “nefelomancia” (adivinar el futuro observando la forma de las nubes). Quizá en la belleza de un cirro disolviéndose en el horizonte advirtamos, al fin, el atisbo de algún cambio, cierta esperanza.

Tabucchi para el verano