sábado. 20.04.2024

Santa vida

He escrito muchas columnas acerca de la tristeza que me producen siempre en estas fechas esas estampas tan españolas de ciudades y pueblos tomados por fúnebres encapuchados; toda esa exaltación de la muerte, del dolor, del sufrimiento. La vida de cada uno contiene ya suficientes dosis de desgracia como para tener que recrearnos en ella con tan impúdico desparpajo. Comentaba esto con un amigo hace unos días intuyendo que por ahí iban a ir los tiros de lo que ahora escribo, ya que, año tras año, lejos de atenuarse el fervor por la semana santa (en consonancia con el creciente desapego de nuestra sociedad hacia los asuntos religiosos), da la impresión de que cada vez son más los ayuntamientos, políticos y artistas o personajes famosos en general empeñados en fomentar las procesiones como un fenómeno cultural muy español y pintoresco. Pero hete aquí que el amigo, quizá cansado de escuchar y leer mis reiteradas quejas, lamentaciones al fin y al cabo muy en la línea del dramatismo general de estos días, me incitó a escribir sobre todo lo contrario, sobre la alegría de vivir, sobre la celebración de la vida con todo lo que tantas veces la religión reprueba y condena públicamente. Y es verdad que a menudo uno comete el error de prestar más atención y poner más énfasis en lo que le disgusta que en lo que ama, en aquello que le levanta el ánimo y le da nuevas razones para ilusionarse con la vida, para levantarse al día siguiente y tratar de disfrutar de las cosas por las que de verdad todo esto parece merecer la pena. Celebrar, por lo tanto, esta santa vida en la que estamos inmersos, estos días luminosos de primavera que nos empujan a la calle ávidos de terrazas y de amigos con los que compartir unas cervezas, esa agitación sexual que se respira en el aire cálido y fragante, con toda su diversidad. Celebrar la risa y la música y los libros, la vida sin constricciones, sin perseguidores de chistes en twitter, sin asociaciones vigilantes de la moral pública, sin sermones oscuros y fatalistas. Celebrar el laico milagro de la vida, este sueño de tiempo que se nos escapa de las manos a cada segundo mientras nos empeñamos en complicarlo todo con miedos y prejuicios absurdos. Celebremos con urgencia que nada es eterno y que precisamente eso le da a cada instante un valor extraordinario. ¡No nos fustiguemos! 

Santa vida