viernes. 29.03.2024

Saber matar

Sucede con demasiada frecuencia y, tan habituados como estamos al consumo de violencia al por mayor, ya no le prestamos la misma atención ni nos perturba tanto como antes.

No es nada nuevo. Sucede con demasiada frecuencia y, quizá, tan habituados como estamos, en estos tiempos de internet, al consumo de violencia al por mayor, ya no le prestamos la misma atención ni nos perturba tanto como antes. Además, días, horas o segundos después de conocer algo así, con la información, digamos, todavía sin digerir, un nuevo suceso, si cabe más espectacular y dramático, vendrá a solapar el anterior y a apuntalar nuestra insensibilidad (curarnos de espanto) ante la insondable estupidez y brutalidad humanas. Me estoy refiriendo a la matanza del pasado día dos de octubre en un campus universitario de Oregón, en EEUU. El asesino, un chaval de 26 años, tenía en su casa trece armas de fuego compradas legalmente. ¡Es de locos!, diría un personaje cualquiera de Woody Allen. Uno de Don DeLillo, en su novela Los nombres, dice: “En América no sabemos matar. Es una forma de consumismo. Constituye la extensión lógica de la fantasía consumista. Gente que dispara desde pasos elevados, atrincherados desde sus casas. Pura imagen”. Por si estas palabras necesitasen alguna confirmación, solo unos días después de la mencionada tragedia, un niño de 11 años abrió un armario de su casa, en el estado de Tennessee, cogió la escopeta de su padre y, desde una ventana, disparó y mató a su vecina de 8 por una disputa de mascotas. La locura, la estupidez, o la “pura imagen” no acaban aquí, porque el niño ha sido acusado de asesinato en primer grado y será un juez quien determine si será juzgado como menor (¡tiene once años!) o como adulto.

No obstante, EEUU no está solo, ni mucho menos, en el cultivo de esta “fantasía consumista” de la violencia. Los yihadistas del Estado Islámico, por ejemplo, han conseguido dar otra vuelta de tuerca a la barbarie con el uso de las nuevas tecnologías y, aplicando conjuntamente técnicas teatrales, publicitarias y cinematográficas, pergeñar una imagen de marca de lo más convincente.

Una de las últimas noticias que he leído respecto a esta forma de brutalidad cultural, y disculpen el aparente oxímoron, nos llega desde Arabia Saudí, donde próximamente decapitarán a un joven y crucificarán a otro por haber participado, con 17 años, en las protestas de aquella, lejana ya, “primavera árabe”.

Hay mucho más, por todas partes. Y es que, seguramente, la violencia sea el rasgo cultural que mejor define al ser humano. ¡Qué siga el espectáculo!

Saber matar