viernes. 19.04.2024

Memoria de un país sin memoria

En un país cuyo pasado reciente continúa siendo una habitación poco aireada, donde se apostó por una borrachera de futuro, de crecimiento y riqueza sobrevenida a expensas de un pasado vergonzoso...

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Todavía hoy seguimos sin ponernos de acuerdo en la forma de recuperar la memoria del país que fuimos, porque miles de muertos continúan enterrados en cunetas y fosas comunes, porque ayuntamientos, Gobierno e Iglesia Católica se niegan a retirar la simbología franquista de calles, edificios y monumentos…

He leído la última novela de Julio Llamazares como en un rapto. Rendido a la honda cadencia de su prosa desde la primera hasta la última línea, de tal forma que llegado al final, a esa cita de Benet que parece negar todo lo que uno todavía está asimilando de tan intensa lectura, tuve que reprimir el poderoso impulso de volver a empezar.

Distintas formas de mirar el agua es una novela sobre la memoria, que es como decir sobre la vida, sobre lo que somos gracias (o por desgracia) a lo que fueron otros, quienes nos precedieron y construyeron (o destruyeron) lo que nosotros hemos heredado. Lo que permanece y lo ya desaparecido (sumergido).

En un país cuyo pasado reciente continúa siendo una habitación poco aireada (por más que hace unos años la llamada memoria histórica se convirtiese en una especie de moda, al fin y al cabo, pasajera, como todas las modas), donde se apostó por una borrachera de futuro, de crecimiento y riqueza sobrevenida a expensas de un pasado vergonzoso y pobre, donde lo moderno siempre estaba fuera de nuestras fronteras y, sobre todo, lejos del recuerdo de lo que habíamos sido y consentido durante cuarenta años de dictadura, el joven Llamazares de Luna de lobos, allá por los movidos años ochenta, escribió una novela intemporal, esencia de la gran literatura, sobre la memoria de quienes sufrieron y combatieron la dictadura en los montes, los guerrilleros republicanos que encarnaron el último baluarte de la dignidad perdida durante décadas, hasta el último aliento del dictador, quizá hasta hoy. Porque todavía hoy seguimos sin ponernos de acuerdo en la forma de recuperar la memoria del país que fuimos, porque miles de muertos continúan enterrados en cunetas y fosas comunes, porque ayuntamientos, Gobierno e Iglesia Católica se niegan a retirar la simbología franquista de calles, edificios y monumentos… Porque somos un país que no ha querido saber nada de sí mismo, quizá por miedo, durante la llamada Transición, quizá por vergüenza, después.

En su última novela Llamazares continúa explorando y reivindicando la memoria y la literatura a través de la historia de un pantano, de los pueblos que desaparecieron con él, de las vidas que sacudió y transformó, del hecho innegable de que sin memoria, el paisaje más desolador puede acabar convirtiéndose en un mero paraje turístico, una fachada que oculta la verdad bajo sus aguas estancadas.

Memoria de un país sin memoria