viernes. 19.04.2024

Los días, y el libro

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Hay costumbres pequeñas, gestos que uno tiene consigo mismo, detalles de una suerte de superstición privada que te congracian con la vida. Cada cual cultiva los suyos. A mí me gusta todo lo que tiene que ver con ciertas celebraciones íntimas, recompensas que me atribuyo con ligereza. Hablo de esas cosas pequeñas que, si uno sabe cómo prescribirse, consiguen endulzar la rutina de los días idénticos que parecen acumularse en nuestra biografía. Qué se yo, por ejemplo una de esas tardes en que el salón se nos ofrece despejado de adolescentes y coges el libro que tienes entre manos y pones quizá un disco de Bill Evans y te sirves un whisky para saborearlo muy despacio, como el piano de Evans, como la escritura de Manuel Vilas o de Agustín Fernández Mallo, de Marta Sanz o de Antonio Muñoz Molina, por citar algunos de los escritores cuyas últimas novelas he estado leyendo estos días. Hay más, dar un largo paseo junto al mar al salir del trabajo y refrescar la caminata con una cerveza en ese bar donde uno siempre se siente a gusto; ir al cine la noche de un lunes para compartir con otros cinco epicúreos la nueva película de Robert Guédiguian, La villa, y tratar después de mantener la esperanza intacta, el gusto por la vida que Guédiguian nos ofrece en dosis mínimas y bellas, escondida entre el lúcido pesimismo que destila la historia de esa familia escrutada por el paso del tiempo, por la pérdida de los ideales; todo ese desgaste que la propia vida ejerce sobre sí misma. Una película árida que, sin embargo, me gustó mucho. Hay también noches maravillosas en que María y yo vemos en casa una película o un nuevo capítulo de Better things o de la genial Horace and Pete, y por qué no, también esas otras noches, más populosas, en las que disfrutamos del genio filosófico de Merlí con los niños.

Y entonces llega el 23 de abril y yo, que no soy muy entusiasta de “los días de”, sin embargo, en esta fecha suelo ponerme estupendo y dejarme llevar por un romántico consumismo que alimenta las pilas de libros por leer que se acumulan en casa. En esta ocasión, regresé con El arte de la ficción, de James Salter y lo último Juan José Millás, Que nadie duerma, que siempre es un gusto leer. Y a mis hijos también les cayó algo, que no todo va a ser YouTube.

Los días, y el libro