viernes. 19.04.2024

Humo

Si bien nunca creí que la vida estuviese hecha de una sustancia sólida, cada año que pasa me parece no solo más líquida sino con una empecinada tendencia a la evaporación

Con cada año nuevo llegan todos esos propósitos ineludibles que casi nadie cumple pero que alientan nuestro futuro inmediato. Es muy habitual también la versión “que me quede como estoy”, que si bien antes me parecía algo triste, tan poco ambiciosa, hoy empiezo a verle el atractivo, su sugerente promesa de certidumbre. Y es que cada día más parece un reto improbable agarrarse a lo que uno tiene, ya sea la salud, la economía, la moral e incluso los derechos, ¿la dignidad?

Si bien nunca creí que la vida estuviese hecha de una sustancia sólida, cada año que pasa me parece no solo más líquida, como nos explicó el filósofo Zygmunt Bauman, llamado “padre de la modernidad” y fallecido hace ahora casi un año, sino con una empecinada tendencia a la evaporación, “La vida líquida es una sucesión de nuevos comienzos con breves e indoloros finales”. Sí, de la “modernidad líquida” como dijo Bauman, hemos llegado a las mismas puertas del “futuro evaporado”, término que me ofrezco aquí mismo a acuñar. Nos levantamos por la mañana y tardamos un rato en cerciorarnos de dónde estamos, ¿es mi casa?, pero ¿qué casa? Tal vez la de unos amigos que tan amablemente me han hecho un hueco para alojarme unos días mientras busco un piso compartido, o la de mis padres, a la que he tenido que regresar con más de cuarenta años porque llevo más de dos en el paro, o peor aún, porque tengo un trabajo que no me permite ser independiente, pagarme las facturas, los alquileres desproporcionados. En fin, nos situamos a la fuerza y nos echamos al espectáculo de la vaporosa calle sin saber muy bien a dónde ir. ¿Al trabajo?, pero ¿dónde estaba la oficina? No podemos estar seguros, en la cabeza se nos mezclan lugares y oficios, idas y venidas. La única constante son esos grupos de personas cada día más numerosos que inspeccionan en los contenedores y acarrean carritos de la compra llenos de chatarra y objetos desechados por la modernidad. Mientras tanto, en las noticias, la gente ondea banderas porque añoran el sólido pasado que les venden sus políticos. Y es que en el futuro ya no hay quien crea. Lo sabían los Sex Pistols. En eso la política se parece cada vez más a la religión, tratando de vender a sus acólitos la quimera de un futuro improbable, al estilo del más allá, a través de la creencia ciega en el épico pasado de sus dioses o de sus patrias. Humo.

Humo