Elogio (literario) del otoño
El otoño es una estación fantástica para la lectura (todas lo son, en realidad, pero, al fin y al cabo, otoño es lo que nos toca ahora).
El otoño es una estación fantástica para la lectura (todas lo son, en realidad, pero, al fin y al cabo, otoño es lo que nos toca ahora). No solo refresca lo justo, sin alardes, para que uno se sienta todavía más a gusto al colorcito del sillón orejero, e incluso abuse del placer de echarse una mantita de lana
Qué le vamos a hacer, lo reconozco, vivo en un otoño idealizado por mis lecturas. Un otoño mental que poco tiene que ver con la grisura inmutable del asfalto que decora mi rutina diaria. ¡Ah, pero los libros sí que están ahí! Títulos nuevos que pueblan los expositores y las mesas de las otoñales librerías, paradójicas hojas nuevas, fragantes y entintadas, con su promesa de tarde fría y paseo y perros y sillón y chimenea y whisky escocés. Por ejemplo, las setecientas páginas (hojas) de Pureza, la nueva novela de Jonathan Franzen (recién llegada con la estación), todavía intactas, esperando a caer en mis manos… a eso me refiero. O en palabras de Ángel González: “tal vez fuera mejor decir: humo en la tarde, borrosa música que llueve del otoño, niebla que cae despacio sobre un valle”.