martes. 23.04.2024

Elefantes de librería

Una vez escuché decir a Félix Romeo, en un programa de radio o televisión, aunque quizá lo leyese en algún periódico (hablo de memoria), que él no se consideraba un ratón de biblioteca...

Una vez escuché decir a Félix Romeo, en un programa de radio o televisión, aunque quizá lo leyese en algún periódico (hablo de memoria), que él no se consideraba un ratón de biblioteca, como había querido describirlo su entrevistador, dada su desatada y bien conocida afición por los libros; que más bien, o en todo caso, él sería algo así como una especie de elefante de librería. La ocurrencia tenía su gracia si uno conocía al autor de Amarillo, si lo había visto alguna vez en fotografías o en la televisión cuando dirigía La Mandrágora, aquel estupendo programa cultural de La 2, y sabía que, efectivamente, sus generosas dimensiones físicas poco se asemejaban a las de un metafórico roedor con antiparras. No obstante, Romeo expresaba, más allá de su sentido del humor (reírse de uno mismo, algo tan infrecuente por aquí), una devoción por los libros que, a mi entender, trasciende el placer mismo de la lectura. El gusto que produce no sólo leer y estar entre libros, sino comprarlos. Llevárnoslos a casa y saber que podremos empezar a leerlos cuando mejor nos parezca, volver sobre ellos las veces que queramos, subrayarlos sin miramientos, hojearlos en el momento menos pensado o, simplemente, sopesar su flexible volumen entre las manos y olisquear la fragancia de sus páginas cualquier tarde aburrida o melancólica. El libro como un objeto que ejerce una atracción sobre nosotros y que uno quiere poseer y coleccionar. Una pasión quizá inútil, “Cuántas palabras para un mismo desconcierto” (Federico Luppi en Lugares comunes), pero que nos ayuda a mirar y a entender el mundo, la vida, desde una perspectiva más amplia que la que nos proporciona nuestra propia y limitada experiencia. Recuerdo que cuando escuché a Félix Romeo, enseguida me identifiqué con su elefante de librería, y a menudo me vuelven sus palabras a la cabeza cuando estoy en una librería y siento esa frustración infantil por tantos libros que quisiera comprar y no puedo.

De todas formas, supongo que si continuamos por este camino de austeridad social y cultural, los libros no tardarán en convertirse en meros productos de consumo (“Cada vez son más frecuentes las novelas que no son novelas, escritas por novelistas que no son novelistas para lectores que no leen”, Luis Mateo Díez), objetos despojados de cualquier vislumbre literario por algún experto en marketing que sabrá exprimirles la máxima rentabilidad, eso si todavía quedan personas con recursos suficientes para otra cosa que no sea la pura supervivencia. En cualquier caso, los elefantes de librería se habrán extinguido.

Elefantes de librería