viernes. 29.03.2024

La deriva de Europa

Siempre que se habla de Europa, parece que la única unión que se pretende fomentar es la económica. El dinero por encima de las personas, la competitividad en lugar de la cooperación...

Somos los ciudadanos europeos, todos, no solo los economistas o los grandes inversores, las, así llamadas, grandes fortunas o las multinacionales, los malabaristas financieros o el FMI… quienes debemos decidir en qué Europa queremos vivir, qué tipo de sociedad queremos construir, si es que, de verdad, es de eso de lo que se trata, de unir y no de separar, de buscar nuevas formas de convivencia que beneficien e incluyan a todos, a Christine Lagarde, con sus 324.000 euros netos anuales, y al último pensionista griego; también a cada uno de esos españoles que acuden a diario a los comedores sociales, que duermen en la calle, que no pueden pagar las viviendas que los bancos y los sucesivos gobiernos del PP y del PSOE les animaron a comprar con hipotecas envenenadas y entusiastas desgravaciones que convertían a quienes optábamos por el alquiler, no ya en unos marginados, fuera de toda gratificación estatal, sino en unos tontos de remate.

Siempre que se habla de Europa, parece que la única unión que se pretende fomentar es la económica. El dinero por encima de las personas, la competitividad en lugar de la cooperación, el inevitable enriquecimiento de unos cuantos a costa de la miseria de tantos otros. Solo aquello que es susceptible de generar rendimiento económico tiene algún valor. El dinero ha dejado de ser una herramienta capaz de facilitar cierto tipo de actividades humanas para convertirse en la única y verdadera actividad universal; y nosotros somos ahora sus herramientas. Lo cierto es que parece que hayamos reducido el sentido último de la vida a una macabra partida de Monopoly.

La idea de la Unión Europea se ha ido perfilando, no diría que a espaldas de la ciudadanía, pero sí a una prudencial distancia, y en esto todos tenemos cierta responsabilidad. La situación de Grecia nos hace levantar ahora la vista de nuestros conflictos domésticos para llevarnos las manos a la cabeza al descubrir la deriva usurera de aquel proyecto común; Europa como una gran plantación económica, con sus dueños, sus leales capataces y una masa ingente (¿y afortunada?) de esclavos asalariados. Afuera, al otro lado de la valla, la guerra, la desesperación y el hambre convierten nuestra esclavitud en el mayor de los privilegios.

“La única civilización posible y digna de tal nombre es la que une a los hombres contra la barbarie”. Pedro Olalla, Historia menor de Grecia.

La deriva de Europa