sábado. 20.04.2024

Al margen

ontañon

Siempre apelo a la ficción como refugio; a la literatura como lugar de conocimiento, pero no de datos o de información útil para la prosperidad social o económica, ni siquiera como herramienta para enriquecer un supuesto bagaje cultural, sino de sentimientos e inquietudes propios y ajenos

Hace unos días, un adolescente y conocido mío, que acaba de cumplir diecisiete años, me dijo: “La unidad de España no se discute”. Yo tragué saliva. Hoy leo en el periódico que, en Túnez, una pareja ha sido condenada a prisión por haberse besado en un coche. ¡Qué sequedad de garganta ahora! No me pregunten por qué, pero en mi cabeza, la unidad de España del adolescente y la moralidad idiota de las autoridades tunecinas, similar a la de todavía tantas otras autoridades, guardan una relación estrecha y salivosa. Me parece un mismo babear el de quien se estremece al contar las provincias de su nación y el del puritano al que le entran los calores ante el acaloramiento ajeno. El “derecho” a la independencia del gobierno de Cataluña y la unidad “por mis cojones” (disculpen la grosería, no es mi estilo, de ahí el entrecomillado, pero me parecía aquí bien traído) de los guardianes de la patria destilan a mi entender el mismo blanco y negro que esos policías que detienen a una pareja por un “atentado al pudor”. Y es que últimamente la realidad me parece antigua y rancia, como sacada del No-Do.

La ciudadanía, creíamos algunos, ingenuos, nos garantizaba derechos fundamentales, aunque también nos imponía ciertas obligaciones, lógicas en toda convivencia. ¿Podría haber un mayor grado de independencia? Qué quieren que les diga, no estamos solos, ¿no? Pero en fin, la imaginación es libre, al menos de momento. Y uno puede fantasear hasta el delirio con un mundo (una república independiente, en este caso) feliz o con una nación grande e indestructible o con ser el guardián de la moral y la profilaxis divina… lo verdaderamente trágico es que la imaginación de unos acabe convirtiendo la realidad de otros en un lugar ajeno, violento y anacrónico.

Yo siempre apelo a la ficción como refugio; a la literatura como lugar de conocimiento, pero no de datos o de información útil para la prosperidad social o económica, ni siquiera como herramienta para enriquecer un supuesto bagaje cultural, sino de sentimientos e inquietudes propios y ajenos; una forma extraordinaria de acercarnos a lo desconocido, a lo que nos extraña o asusta, a lo que nos conmueve, a mil y una maneras distintas de interpretar el mundo, la realidad, la vida. No obstante, y por fortuna, la literatura siempre se mueve en los márgenes, lejos de todo ese ruido antiguo; y nosotros, “ingrávidos y gentiles”, con ella.

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