jueves. 18.04.2024

Máster, mentiras y cintas de vídeo

cifuentes 550

Ella, tan paladín de la regeneración y tan ejemplo de elegancia, sorprendida in fraganti y obligada a contar monedas para pagar las cremas ante la atenta mirada de un vigilante de seguridad. En España, eso no se perdona

Seamos sinceros. Que un ciudadano de a pie ‘descuide’ algo de un supermercado puede estar, incluso, hasta bien visto en este país de pícaros. A fin de cuentas, las grandes multinacionales de la distribución ya cuentan con esas pérdidas, que apenas son como gotas de agua en un océano de beneficios millonarios. Bien visto, sobre todo si no te pillan los vigilantes de seguridad. ‘Mangar’ en El Corte Inglés o en un hiper (últimamente, valen también las tiendas de chinos) ha sido, de toda la vida, un reto iniciático de la adolescencia. Ahora bien, si te dedicas a la política, ocupas un cargo público, vas vestida con ropa y zapatos carísimos y además te pillan, la cosa cambia. 

Después de su dimisión, atribuible indiscutiblemente a la investigación periodística sobre el máster y no a la vendetta -o el fuego amigo, llámese como se quiera- del video, a Cristina Cifuentes aún le queda la bajada al infierno social. Ese infierno que han sufrido otros dirigentes imputados en casos de corrupción o señalados por su vergonzosa falta de decoro en su comportamiento público. Cifuentes -considerada desde hace días por toda España como un cadáver político, y ya elevada oficialmente por Rajoy y el PP a la categoría de ‘apestada’- no es González ni es Granados, no ha robado dinero público, no está imputada en caso alguno... pero ha hecho dos cosas que no tienen perdón de Dios. Por un lado, aprovecharse de su condición para conseguir un título universitario y fracasar en su propósito de robar dos cremas regeneradoras en un Eroski. Ella, tan paladín de la regeneración y tan ejemplo de elegancia, sorprendida in fraganti y obligada a contar monedas para pagar las cremas ante la atenta mirada de un vigilante de seguridad. En España, eso no se perdona. 

Lleva años degustando la miel y pisando alfombras, viviendo de la política, desarrollando técnicas comunicativas basadas en las mentiras y la ocultación, haciendo y deshaciendo a su antojo como antes habían hecho Gallardón, Aguirre y González -qué cruz venimos cargando los madrileños desde hace veinte años-, y aunque sigue resistiéndose a dejar los cargos que aún le quedan, desde hace un mes ha empezado a probar la hiel y a escuchar el reproche social cuando sale a la calle sin escolta. Y seguirá escuchando abucheos cuando vaya a la peluquería, o a un restaurante, o a dar un paseo por el Retiro. La señalarán con el dedo, sí. Pero la gente no dirá: ‘Mira, esa rubia es Cifuentes’. NI siquiera dirán: ‘Mira, la que no hizo el máster’. Lo más terrible es que dirán -ya se dice en los bares de los polígonos industriales, en las reuniones de padres de alumnos, en los vestuarios de los supermercados...-: ‘Mira, la que robó dos cremas y la pillaron, ¡qué panoli!’

De momento, Cifuentes sigue siendo diputada (Excelentísima señora) y, por tanto, aforada ¿Y en el futuro? ¿Administrativa de la universidad, atendiendo a alumnos en una ventanilla o recibiendo órdenes de otra administrativa de más categoría? No lo veremos, seguramente. ¿Escondida en algún lugar de la ‘empresa PP’? Es posible. Dicen que ahora va a dedicarse a su familia. Yo me pregunto: ¿Cómo va a presentarse ante ellos, ante sus amigos? Porque no creo que haya sido complicado convencerles de que ha habido una mano negra detrás del escándalo del máster, que ‘ha sido una cacería’, que ‘hice el máster y cuando quieras te lo enseño’. Pero hacerles creer que se llevó ‘por error y de manera involuntaria’ -como se atrevió a decir ayer, sin inmutarse, impasible el ademán, mismo patrón de conducta que con el máster- las cremas del Eroski es complicado. A no ser que cuente con esa benevolencia, tan española como la picaresca del Lazarillo, que lo justifica todo: ‘No te preocupes, Cris, un error lo tiene cualquiera’.

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