viernes. 29.03.2024

Refugiados a precio de saldo

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No se le puede negar a la Unión Europea capacidad para la sorpresa. Cuando las imágenes de las condiciones en las que sobreviven cerca de 50.000 refugiados en el norte de Grecia parecían indicar que nuestro nivel de barbarie había tocado techo, un acuerdo con Turquía revienta el respeto a los más elementales (y, en teoría, sagrados) Derechos Humanos con el beneplácito de los 28.

El compromiso, amén de otras concesiones como cerrar los ojos a la deriva autoritaria de Erdogan o la promesa de agilizar su incorporación al club europeo, es básicamente un contrato de compraventa de seres humanos. Aunque se intente disfrazar de mecanismo provisional y regulatorio, el consenso alcanzado pasa por evitar la llegada de más refugiados a territorio comunitario enviándoles de vuelta a suelo turco a cambio de dinero. 3.000 millones de euros para ser exactos, más el añadido de una revisión al alza para 2018.

Europa, que ni explica ni pone fecha a la promesa de aceptar solicitantes de asilo por cauces alternativos a la llegada en pateras, se deshace de responsabilidades sacando su solución a concurso, a la oferta del mejor postor. Confiesa su impotencia y delega, si es que prefieren este otro símil, en un trasunto de aquel Sr. Lobo que Tarantino hacía aparece mágicamente en Pulp Fiction para acabar con los problemas más incómodos. Y a un precio asequible. Sobre el cálculo de una población de refugiados cercana a los 2,5 millones, estaríamos hablando de un coste de algo más de mil euros por cabeza.

No es asunto menor el que desaparezca con el plumazo de la firma del acuerdo el derecho de asilo que asiste a los refugiados y perseguidos. Sobre ello tendrán que pronunciarse probablemente los tribunales. Pero incluso admitiendo la fría y cuestionable segregación entre inmigrantes económicos y refugiados de guerra, entre nacionales de uno u otro país en descomposición, la mera idea de pagar por este tipo de “servicios” resulta repugnante.

Mientras, en los campos improvisados en la frontera entre Macedonia y Grecia, una marea humana de miles de almas ha logrado pisar suelo europeo, pero su situación no es mejor por residir en el limbo de una tierra de nadie. Sobreviven al invierno al raso, durmiendo sobre el barro, esperando bajo la lluvia. Son pasto de la avaricia y la explotación de esas mafias que tanto parecen preocupar a las instituciones comunitarias. Mafias que sólo florecen y medran precisamente allí donde se bloquea el paso a los desesperados, en esas fronteras que clasifican y tasan en poco más de mil euros el precio de una vida.

Refugiados a precio de saldo