
Antes de nada, repara en la fecha en que esto se publica, por favor. Lo digo porque dentro de un par de meses, carecerá de sentido explicarle a nadie qué es eso de Pokémon Go. No es ni bueno ni malo, tan sólo inevitable. Porque cientos de miles andarán por las calles con su teléfono conectado al GPS y la cámara encendida buscando lugares donde hallar más pokémons que añadir a la colección.
Mirando el móvil, veremos monstruitos de toda clase flotando encima de cualquier encuadre por arte de realidad aumentada: una puesta de sol, la tarta de cumpleaños o el concierto al aire libre. Es el mismo bestiario extravagante y evolucionista de las series, películas y videojuegos de Nintendo que coparon el entretenimiento en los noventa y que regresa ahora con los teléfonos inteligentes como nuevo hogar, invitándonos a lanzar la bola con un gesto y capturarlos a todos. Si no aparece aquel que nos falta en el zoológico, peregrinarémos hasta aquellas direcciones donde nos prometen que se esconden Flareons, Porygons y otros raros engendros..
Ni bueno ni malo. Tan sólo inevitable. Eso dice la experiencia del lanzamiento del juego en otros países, superando en descargas y uso a aplicaciones tan conocidas como Twitter. Hay quien afirma que la moda provocará que los más jóvenes abandonen el sofá y recuperen una aptitud en peligro de desaparición: la de andar para localizar criaturitas virtuales. Y si la cosa se les va de las manos y acaban enganchados a gastar suela, haciendo kilómetros y kilómetros sin sentido, no pasa nada: del deporte, aunque con dificultad, dicen los especialistas que también se sale.
Por apuntar alguna ventaja a la escasa nómina de bondades, mejor tener a jueces y magistrados cazando a Charizard que pavoneándose con los colegas de tener en su colección a Zapata, César Strawberry o Facu Díaz; mejor tener a los candidatos a presidente pateando las calles (aunque sea para recolectar pokémons) que visitando Rota para hacerse un selfie con Obama o recluidos en el Congreso, jugando al Candy Crush.
De los posibles peligros, ya avisan - casi con fruición - los tecnófobos. Además de la obvia merma de privacidad que supone ceder a los propietarios de la aplicación y a sus socios (Google entre ellos) nuestros itinerarios y costumbres, cuentan que en los USA hay invasión de lugares públicos convertidos, sin quererlo, en gimnasios y tiendas virtuales de estos monstruos de bolsillo.
Dicen también que hay quien utiliza las herramientas de geolocalización para atraer entrenadores incautos hasta lugares donde poder atracarles con impunidad, y que los accidentes que involucran a peatones y conductores, distraídos con la obsesión por el juego, se multiplican. El fin de la civilización tal y como la conocimos.
Por ponernos en lo peor, podemos imaginar incluso que el lanzamiento de Pokémon GO es, en realidad, una precuela que explicaría el origen de un mito: el de los zombies. El Apocalipsis se resume en una masiva caída de servidores. Los supervivientes terminarán tirando a la basura sus móviles, ya sin utilidad ni batería, pero seguirán vagando eternamente. Seremos muertos vivientes, ajenos a cualquier estímulo salvo girarnos y acudir en masa al escuchar un sonido familiar: ¡Pikachu!