viernes. 19.04.2024

Los pecados de la carne

A los carnívoros irredentos nos queda el sentido común para evitar alarmismos y el sentido del humor para relativizar los peligros.

Antes de que el consumo sea prohibitivo, quién sabe si prohibido, disfruten del chuletón con mesura

Mundo, Demonio y Carne son los tres enemigos del Alma, como nos recordaban San Agustín y también Los Brincos, que así titularon un raro disco, conceptual y en inglés. Y la Carne es de lo peor, hasta cancerígena según advierten, y no por primera vez, la Agencia Internacional Contra el Cáncer y la OMS.

La revisión de sus análisis sólo ratifica y aquilata lo que ya dijeron antes, que deberíamos contemplar un consumo más saludable. Una recomendación contra el abuso que, probablemente, se plasmará en reducir en unos gramos la cantidad diaria recomendada y el peso de las bandejas de los comedores escolares.

No se puede decir, por tanto, que nos pillan de sorpresa. Ya sabíamos que el exceso de chorizos (en todas sus acepciones) no es bueno ni para la salud ni para la democracia representativa, por poner sólo dos ejemplos. Y que los alimentos procesados en general tienen su lado oscuro en forma de azúcares, colesterol y, como es el caso, detonadores de males futuros.

Puestos a señalar con el dedo, y con distintos grados de evidencia, en la misma lista de sustancias cancerígenas en la que ahora se incluye el pecado de la carne se encuentran otros cientos de sospechosos, entre ellos el tabaco, el café, el mate, el alcohol, el humo de los incendios forestales, el amianto, los rayos X, la luz solar y hasta trabajar de noche, por aquello de que altera los ritmos circadianos.

También es cancerígeno respirar el aire que expulsan los motores Diesel y, sin embargo, eso no impide que sigamos comprándolos ni que -  en pleno escándalo Volkswagen -  en la Unión Europea se recomiende aumentar en un 20 por ciento el límite de las emisiones permitidas, echando una manita a la industria del automóvil en apuros. ¿Por qué entonces la alarma social por los embutidos?¿Serán capaces estas noticias de modificar nuestros hábitos de consumo?

El enorme eco desatado por el anuncio coincide con la creciente preocupación por tener una alimentación sana. Y también con otras tendencias que cobran fuerza y eran prácticamente testimoniales hace años. Vegetarianismo y veganismo, la defensa de los derechos animales, el control sobre las condiciones en las granjas, las peticiones de sacrificio cero para mascotas, las protestas contra los espectáculos taurinos, la prohibición de la explotación en circos y otros negocios… La “humanización” de aquellas criaturas que por naturaleza o cultura nos resultan más próximas acaba por remitirnos al final a la pregunta de si es moralmente aceptable seguir usándolas como fuente de proteínas.

Marvin Harris analizaba las prohibiciones religiosas contra el consumo de determinados animales desde la perspectiva de las razones económicas que justificaban el tabú, aparentemente arbitrario. En el caso del cerdo, recordaba el antropólogo que la desertificación y el crecimiento de la población de Oriente Medio le hacían poco eficiente en comparación con los rumiantes, al consumir recursos escasos, no dar leche y ser inútil como animal de tracción o de carga.

En un mundo superpoblado, el consumo de carne empieza a ser visto como un absurdo despilfarro energético (agua, piensos, etc.) si se comparan los recursos necesarios para su producción con los de alternativas como la agricultura. Con las actuales previsiones de crecimiento demográfico mundial, la búsqueda de alternativas a las proteínas animales tradicionales (piense en la moda y las recientes noticias sobre el consumo de insectos) empieza a ser no sólo una cuestión de preferencias o salud sino un imperativo económico.

Cuando confluyen ambas fuerzas (la tendencias sociales y la realidad económica) aumenta la probabilidad de éxito de los cambios. Del mismo modo que el triunfo de las legítimas demandas de emancipación de la mujer tuvieron como escenario decisivo un entorno (las guerras mundiales) que favorecían su acceso al trabajo especializado, no parece descabellado pensar que la suma de salud pública, razones culturales e imperativos económicos terminen por desterrar para siempre productos hasta ahora omnipresentes en nuestra dieta.

A los carnívoros irredentos nos queda el sentido común para evitar alarmismos, el sentido del humor para relativizar los peligros, tal y como ha hecho Twitter con la etiqueta #freebacon, y resignarnos a racionar los placeres de la carne. Antes de que el consumo sea prohibitivo, quién sabe si prohibido, disfruten del chuletón con mesura. Buen provecho.

Los pecados de la carne