viernes. 19.04.2024

El humor en tiempos de Twitter

El último caso donde 140 caracteres han supuesto juicio público y condena en forma de renuncia es el de los chistes tuiteados por Zapata.

“Dadme dos líneas escritas del puño y letra del hombre más honrado y encontraré la manera de hacerlo prender”. La frase se atribuye al Cardenal Richelieu (el malo malote de la novela de Los Tres Mosqueteros), un visionario que hoy tendría los calabozos en permanente overbooking gracias a Twitter.


El último caso donde 140 caracteres han supuesto juicio público y condena en forma de renuncia es el de los chistes tuiteados por Guillermo Zapata. El concejal insistió en que la interpretación general es errónea, que eran citas sacadas de contexto, que no responden a su visión del mundo y ha pedido reiteradas disculpas por difundirlos, en una polémica con sutil aroma a vendetta política y evidente tufo a hipocresía, pero Richelieu ha terminado por cobrarse otra pieza.

Al margen de los detalles e intenciones de este episodio concreto, el asunto ha colocado el humor negro -junto a las creencias religiosas o los símbolos patrios- en el podio del debate sobre lo que uno puede decir en las redes, la manera en que lo expresa y cuáles deben ser las consecuencias.

Dependiendo de la sensibilidad, filias, fobias y valores personales, parece que en general tendemos a situar la libertad de expresión en un punto kilométrico variable de la viga de nuestros propios ojos. Es decir, donde más nos conviene salvo excepciones dignas de admiración, como demuestra Irene Villa desvelando que su chiste favorito es uno que la llama “chica explosiva”. No me digan que no es para quitarse el sombrero.

Pero es un caso aislado, porque una frase de algún modo hiriente para nosotros suele desencadenar un juego de redecoración como el que impone la llegada de un nuevo y voluminoso sofá a casa:

-“Un poco más a la izquierda del buen gusto. Un poquito más a la derecha, ya casi está. Ojo, que me rozas la esquina del Código Penal”.

Y así hasta que la libre expresión encaja en el saloncito de lo que subjetivamente consideramos permisible, de lo que no ofende honor, honra, decoro o buenas costumbres.

Swift, Sade, Poe, Baudelaire, Carroll, Rimbaud, Picasso, Kafka, Duchamp… Textos de todos ellos se recogen en la “Antología del humor negro”. Un libro que da nombre al género aunque, como dijo el propio recopilador, André Breton, humor negro “no significa nada, salvo que alguien imaginara bromas acerca de personas negras” ¿Lo prohibiríamos hoy, como hizo en 1940 el gobierno de Vichy?

Responder al humor (negro) con humor, rebatir el exabrupto con datos, la ignorancia y la mentira con educación y argumentos, el insulto y la amenaza con ingenio y solidaridad parece más inteligente y deseable que la criminalización o el castigo. Además de indicar el verdadero grado de fortaleza de una sociedad ante amenazas reales o imaginarias.

Escatológicos, ad hominem, antisemitas y políticamente incorrectos eran los versos que se cruzaban Quevedo y Góngora. También agudos y ocurrentes. Donde uno recriminaba a la lengua del rival “ser sólo rabí de la judía, cosa que tu nariz aún no lo niega”, respondía el otro aquello de “con cuidado especial vuestros antojos dicen que quieren traducir al griego, no habiéndolo mirado vuestros ojos”, amén de burlarse de la miopía y cojera del madrileño.

Si ese fuera el nivel de la transgresión en Twitter, deberíamos no sólo ser permisivos, sino pedir que el Instituto Cervantes lo subvencionara generosamente. Pero basta ya de entrecomillados, no sea que en un improbable futuro acaben por costarme un cargo.

El humor en tiempos de Twitter