viernes. 29.03.2024

Gremlins a la caza

Suena a buen rollo, pero calificarse como tolerante tiene más peligro que ir al bautizo de un gremlin.

Suena a buen rollo, pero calificarse como tolerante tiene más peligro que ir al bautizo de un gremlin. Aunque el uso social lo equipare con una saludable convivencia, tolerar es “soportar, admitir o permitir una cosa que no gusta o no se aprueba del todo” y, ojo, que vienen las curvas, “teniendo autoridad para oponerse a ello”. Cuando no se traza una frontera nítida entre el derecho adquirido y aquello que simplemente se soporta o admite, se abre la puerta a la caza de brujas.

Así lo hemos vivido en las carnes de quienes proponen la denuncia de la pederastia a partir de una instalación con pan ácimo, versionan padrenuestros, demandan campus públicos laicos, satirizan sobre la represión o defienden la huelga como un derecho colectivo, por citar algunos casos recientes.

Existe un agujero negro que comunica en el espacio y en el tiempo universos irreconciliables donde, al albur de interpretaciones, la irreverencia torna en blasfemia, la protesta en delito, la justicia en orden público. Recurrir a la letra de la ley es la última trinchera de quienes “toleran” pero sólo hasta cierto punto, hasta la marca móvil de su particular escala de valores.

Entran en juego entonces el abuso de los tribunales y las medidas de excepción. Y también, por desgracia, resortes democráticos como el ministerio fiscal. Nacido como una garantía ciudadana, sus miembros dependen jerárquicamente de las circulares de una jefatura nombrada por el Gobierno y con poderosas herramientas a su alcance: denuncia de oficio, policía judicial, parte en el proceso, práctica de pruebas, calificación de delitos…

El acoso en muchos de los ejemplos citados se inspira además en motivos claramente políticos y afecta a blancos muy significativos: los titiriteros son militantes anarquistas, los únicos dos acusados por la protesta en la capilla de la Complutense pertenecen a Podemos, los “8 de Airbus” a CCOO y UGT

Hay en todos estos ejemplos agitación previa en periódicos y televisiones (el artista Abel Azcona se enteró de su imputación por Twitter), aspavientos de cargos públicos y finalmente (aunque lo habitual es que acabe en absoluciones o sobreseimientos) la acusación formal hecha por agrupaciones y lobbys ultraderechistas o supuestos “sindicatos”. Entes a quienes, es curioso, no se conoce actividad alguna más allá de su afán de notoriedad, de ser el padrino en las bodas y el gremlin en los bautizos.

Gremlins a la caza