jueves. 28.03.2024

El evangelio según Instagram

Con motivo de la visita del papa, en las calles se han colocado franciscos de cartón piedra a tamaño natural.

Ha sido leer titulares tipo “Gira latinoamericana de Francisco” y venírseme a la cabeza el cantante de Alcoy. Pero no. La noticia trata de la visita del papa a distintos países del continente. Crónicas en las que se repiten imágenes de multitudes pertrechadas con cámaras, móviles y tablets, acosando al pontífice cual becarios de televisión en busca de famosos en la sala VIP del aeropuerto.

Francisco saluda y sonríe, como los pingüinos de Madagascar, pero se le adivina perplejo ante la obsesión de los fieles por hacerse con la prueba digital de que realmente están allí. Ya no es sólo que miremos el mundo a través de un objetivo. Los selfies van más allá de la experiencia vicaria (nunca mejor dicho) y nos obligan a dar la espalda a la realidad justamente para poder fotografiarla, para que sea telón de fondo de nuestros autorretratos sonrientes.

El papa se convierte así en un modelo, no ya de virtudes, sino un modelo en el sentido más puramente pasarela de la expresión. Y encima viste de blanco, que combina con todo. Pero, si se ponen en los zapatos del jefe del Estado Vaticano, lo que el buen hombre ve desde la escalerilla del avión son miles de espaldas y cogotes y, detrás, otros tantos visores multiplicando su imagen en miniatura. No le queda otra que resignarse cristianamente a unos tiempos donde, para ser relevante, hay que predicar el evangelio según Instagram.

Sus viajes se resumen en fotografiarse con los periodistas que le entrevistan, con las monjas que le aclaman y con los mandatarios ansiosos de demostrar que están a la última. Bueno, todos menos el boliviano Evo Morales quien, como ese primo que llega a la boda con una enorme cerámica de Talavera como regalo, entregó al obispo de Roma un cristo crucificado sobre una hoz y un martillo de madera ante la mirada estupefacta del papa, que no acierta a saber si es ofrenda o amenaza.

Pero a lo que iba. Que Morales al menos se retrata como dios manda: con los protagonistas en el centro y haciendo sus cosas, sin la mirada extraviada ni la deformidad de ojo de pez propia del selfie mal encuadrado. Un triunfo del clasicismo mientras el pueblo cae preso de las modas y, en un sorprendente giro, incluso inventa alguna nueva, como el antisouvenir.

Me explico. Con motivo de la visita del papa, en las calles se han colocado franciscos de cartón piedra a tamaño natural. Monigotes a los que les puedes echar el brazo sobre el hombro (o, siendo más irreverente, hacerles cuernecitos) para ser retratado por el fotógrafo ambulante y dejar constancia de que, mientras el esforzado pontífice visitaba el país, tu no estabas allí pero te hiciste la foto igual. Chúpate esa, vieja Europa, no se puede molar más.

Hablando de Europa, la más ortodoxa Rusia ha hecho públicas una serie de recomendaciones ante la invasión de estas costumbres propias del Occidente en decadencia. Carteles al estilo de las advertencias de peligro en carretera sensibilizan a los retratistas amateurs sobre las consecuencias del selfie indiscriminado, con consejos tan sensatos como que no hay que fotografiarse delante de trenes en marcha, subidos a tejados a dos aguas o en el borde de un precipicio.

Pese a las recomendaciones para no caer en y por el selfie, el muñeco de cartón, el stick, la doble cámara o el botón de ráfaga son sólo el comienzo de lo que nos aguarda, burdas aproximaciones del porvenir. Aumentando los fotogramas por segundo ya hemos llegado a una nueva frontera, el streaming de vídeo, donde los selfies estáticos se transforman en vines y periscopes infinitamente reproducidos en internet.

No es por alarmar pero, según mis cálculos, si un día al papa Francisco se le ocurriera colocarse una GoPro en el solideo mientras le filman, la brecha espacio temporal provocada por la retroalimentación de imágenes en bucle podría desencadenar el Apocalipsis. “El fin del mundo tal y como lo conocemos”, que diría Michael Stipe en su fase R.E.M. No hay otro desenlace posible cuando la realidad se convierte en una historia llena de ruido y de furia narrada por un youtuber.

El evangelio según Instagram