jueves. 18.04.2024

¿Qué pasaría si Cataluña…?

Parece que la apuesta catalana por la independencia está resultando nefasta para los propios ciudadanos. Los bancos y las empresas huyen y se instalan en otras comunidades viendo como con esta decisión vuelven sus acciones al verde, cuando estaban muy debilitadas en días previos por el hecho catalán. Todo ello, a mi modo de ver, demuestra, y deja patente, quién sigue teniendo el poder: el capital. El capital no siente solo busca reproducirse geométricamente.

Los sucesos de los últimos días en Cataluña no hacen sino reafirmar una lucha de poder no sólo entre políticos con distintos intereses, no sólo entre ciudadanos con distinta forma de ver el mundo y su futuro, sino, sobre todo la lucha entre el capital y los propios ciudadanos. Por eso hay a quien le interesa dar por perdida esta lucha de poder, incluso antes de que comience. Poner en marcha un experimento que puede tener resultados positivos o no, es un riesgo que debe ser torpedeado antes de que nazca, por el hecho de que los muros y la inestabilidad siempre pueden perjudicar a los negocios lucrativos de unos pocos. A pesar de que lo que más debiera preocuparnos es el hecho de que los muros y la inestabilidad principalmente perjudican a las personas.

¿Qué pasaría si Cataluña ante la huída de los bancos allí instalados creara una banca pública? ¿Qué pasaría si con un banco central que tuviera competencia para emitir su propia moneda emitiera moneda para cubrir las necesidades de sus ciudadanos y permitiera dar cobertura financiera a las empresas dedicadas a producir bienes básicos, bienes duraderos y dar servicios que mejoraran la vida de sus ciudadanos? ¿Qué pasaría si generara una banca privada ética? ¿Qué pasaría si se generara empleo de calidad y decente y no precario e inseguro? ¿Qué pasaría si las relaciones entre las personas y las instituciones no fueran hipercompetitivas y se basaran en la cooperación? ¿Qué pasaría si…?

En una economía de demanda la disponibilidad monetaria de la población permite un desarrollo de la economía estimulando la producción y los servicios. Sin embargo, en una economía de la austeridad, en la que además los que acumulan el capital lo llevan de un lado para otro dependiendo de su multiplicación mágica, como los panes y los peces, sin importarles ni las personas, ni los compromisos, ni los territorios, ni las banderas; en una economía así perdemos todos. Hay, además, suficiente evidencia para respaldar las palabras del filósofo esloveno Slavoj Zizek “La política de la austeridad no es ninguna ciencia, ni siquiera en un sentido mínimo. Está mucho más cerca de una forma contemporánea de superstición.”

En un mundo hipercompetitivo se afloran dolorosamente las desigualdades, se ponen límites a los territorios, se aman las banderas por encima de las personas, se buscan grupos que nos saquen de nuestra vida insustancial. En un mundo hipercompetitivo buscamos más aquellos que nos diferencia que aquellos que nos une, buscamos que nuestra razón, nuestro grupo, nuestra familia, nuestra ideología, se imponga y no vemos aquello que nos complementa y ayuda, que nos permite vivir una vida más  plena.

Es verdad que estamos en un Estado de Derecho y que las normas que nos damos deben de regir nuestra convivencia. Que debemos buscar el cambio de las mismas antes de imponer un criterio que no esté amparado por las leyes. Pero también es verdad que a veces la tiranía de la mayoría impide ver, en su obcecación en la posesión de la verdad, el sufrimiento y las necesidades que están expresando reiteradamente sectores de la sociedad; impide ver posibilidades de acción que mejoren la convivencia y la mejora de nuestras sociedades.

Las personas, los Derechos Humanos, siempre tienen que ser el faro y guía  de nuestras acciones. No son las banderas, no son los territorios, no son las razas, ni los colores los que tienen que darnos las pautas de nuestras actuaciones, y menos en un mundo globalizado. Cuando lo que nos hace más humanos: la palabra, sólo sirve para lanzar dardos y no para buscar un diálogo productivo. Cuando la búsqueda de la victoria y la derrota del otro es lo que prima, tenemos que admitir que las consecuencias no van a ser nada halagüeñas para la mayoría.

¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo que está pasando en estos días en España? ¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo que pasó el 1-O? ¿Quién puede sentirse orgulloso cantando “a por ellos”? ¿Quién puede sentirse orgulloso de un empecinamiento que puede perjudicar a sus conciudadanos? ¿Quién, como ha pasado en la historia humana y sin aprender, todavía defiende sus ideas con la violencia? ¿Dónde está la empatía entre las personas? ¿Dónde está la evolución?

Así no…, así, perdemos todos.

¿Qué pasaría si Cataluña…?