jueves. 25.04.2024

Un mundo insensible cargado de imposturas: todos somos Grecia

Los países que actualmente dominan el panorama internacional usaron políticas muy diferentes a las que la ortodoxia aplica a los países en crisis y se aplicaron en su día a los países emergentes. Ninguno de ellos empleó una política de libre comercio sino que llevó a cabo una protección sistemática, mediante aranceles, de aquellos sectores estratégicos para su desarrollo. Una vez desarrollados usaron el motor extraordinario de su economía para imponerse (lo correcto sería decir para abusar) en la competencia internacional.

El capitalismo tanto en sus inicios como en sus distintas fases siempre se ha basado en fomentar grandes diferencias entre los distintos actores. Así aquellos que más tienen pueden financiar a los que han tenido menos oportunidades, han sido menos listos o han llegado más tarde a la carrera y caminan en los últimos puestos de la gran competición montada mediante el sistema económico mundial. La deuda, de crecimiento imparable, ha sido la mejor herramienta para encadenar personas y países enteros. El progreso, el éxito, la ambición y la diferenciación se han usado para poner a competir a unos contra otros olvidándose de la cooperación necesaria.

Estados Unidos y las grandes potencias europeas supieron montarse un mundo a su medida de cuyas rentas todavía están viviendo. Los países que no entraron en el grupo privilegiado han ido a remolque de sus dictados e intereses. Pero hay que tener en cuenta y discernir claramente que cuando hablamos de países no hablamos de que estén dirigidos por el poder ciudadano, por el poder del pueblo. Los países están manipulados y conducidos por las grandes empresas y los grandes magnates de los negocios. Ni siquiera en los comienzos de las primeras democracias modernas se puede decir que los resultados fueran verdaderamente democráticos y sin embargo, por contra, se constata que estaban orientados y corrompidos por el poder del dinero.

Cuando se introdujo por primera vez el voto en los llamados países desarrollados, “éste estaba limitado a una pequeña minoría de propietarios hombres (generalmente con más de 30 años de edad), que solían tener un número desigual de votos ponderados de acuerdo a una escala basada en la propiedad, el nivel educativo o la edad [...] en Francia, entre 1815 y 1830, la posibilidad de votar sólo la tenían los hombres mayores de 30 años que pagaran al menos 300 francos de impuestos directos (1)”.

La economía trata del uso de las riquezas existentes para producir cosas que contribuyan al buen vivir de los ciudadanos. Pero viajamos en una nave llamada Tierra que tiene unos recursos limitados y a la que estamos dejando exhausta sin conseguir, sin embargo, solucionar el problema del hambre, las necesidades básicas y la seguridad. La lucha del hombre contra el hombre, de la empresa contra la empresa, de las naciones contra las naciones, nos ha instalado en un mundo dónde impera la desigualdad, la contaminación que es el derecho de los ricos para imponer un impuesto a los pobres, el deterioro ambiental que sólo afecta a los que no pueden pagarse un mundo mejor, las guerras que son el pan nuestro de cada día y un centro de negocio de alto interés, y la explotación sin piedad de personas que es la herramienta necesaria para que la máquina del capitalismo imperante no se quede sin energía y explote masacrando a los más necesitados.

La democracia que es el sistema político que mejor apuesta por una convivencia pacífica y el desarrollo de las personas, fue puesta en marcha por el pueblo griego y no vive sus mejores momentos en este mundo que ha perdido el norte de lo esencial. Pero estamos en un momento verdaderamente crítico, un cruce de caminos en el que es importante encaminarse en la dirección que haga de la convivencia en nuestro planeta una posibilidad de vida en paz y armonía, donde no sean necesarios el terrorismo y las luchas armadas cargadas, por otra parte, de beneficios económicos inmensos.

Pero parece que el hombre puede llegar a ser un animal peligroso, la Troika que creíamos tambaleante sigue queriendo demostrar su poder y aplaudida por sus seguidores que no ven al rey desnudo (elemento necesario para su pervivencia), sigue elevando la tensión de las relaciones internacionales como no se conocía desde los tiempos que corrieron entre las dos guerras mundiales, con políticas que, además, han demostrado ampliamente sus fracasos y abusos. Pero los acreedores siguen teniendo la sartén por el mango y obcecados saltan sin compasión al cuello de los débiles, poniendo su usura por encima de las vidas de los griegos y de cualquier persona, empresa o país que se ponga por delante.

Grecia cargada de historia democrática y sensibilidad humanista, agobiada por sus carceleros europeos con las cadenas de la deuda, de momento, ha dicho basta  y se resiste a seguir haciendo daño y sacrificando a sus ciudadanos. Es así, por tanto, el primer país que ha empezado a cuestionar la austeridad como única salida a la crisis y lo hace por el mandato hecho por el pueblo griego a su gobierno. El camino seguido por Grecia será, sin duda, determinante para las políticas neoliberales europeas, porque la coyuntura no sólo es crítica para Grecia sino para toda Europa; así lo aseguran los propios líderes de Syriza y pueden ver sin engaños aquellos que no ponen el dinero por encima de las personas.  

El escritor portugués Valter Hugo Mãe en su obra La máquina de hacer españoles nos dice que “Vivimos en un mundo que desprecia las pruebas y prefiere administrarse por la especulación”. La especulación y las ganancias sin esfuerzo configuran sí, un mundo financiero que hace oídos sordos al clamor de los necesitados y pone un velo a la realidad, creando un mundo paralelo en el que sólo los elegidos imponen sus leyes que, por tanto, les favorecen y les hace únicos propietarios de la riqueza y recursos que nos brinda a todos la Madre Tierra. Vivimos en un mundo de imposturas e hipocresía cuyo futuro es incierto y, sabiéndolo o no, seguimos jugando con armas cargadas de egoísmo, odio, intolerancia y brutalidad, adorando a un becerro de oro que no es sino un falso Dios que se utiliza como medio de cambio y explotación. Yo en este momento crucial, no tengo duda, apuesto por las personas, por los necesitados, por los griegos. Me parece incomprensible e inmoral que hayamos salvado a los bancos poniendo cientos de miles de millones de euros entre todos y no podamos salvar a Grecia. Ahora todos somos Grecia.


(1) Ha-Joon Chang (2004:138). Retirar la escalera. Los libros la catarata.

 

Un mundo insensible cargado de imposturas: todos somos Grecia