jueves. 18.04.2024

La humanidad cotiza a la baja

Nos decía Inmanuel Kant en su Crítica de la razón práctica que “Sin duda el hombre no es suficientemente sagrado, pero la humanidad en su persona sí que debe serlo”.

La confianza en los mercados, como bálsamo de fierabrás que todo lo arregla, ha exacerbado el individualismo, el búscate la vida y la lucha por sobrevivir. Ha demostrado que el fraude y la corrupción “es un elemento inherente a la fragilidad de las finanzas (1)”. Ha potenciado la disputa empresarial por los beneficios, por liderar los segmentos de mercado y por apuntalar su poder y sus beneficios futuros. Ha acelerado la aparición de una economía globalizada mediante la búsqueda de nuevos mercados que explotar y ha configurado un mundo más desigual e injusto. La búsqueda de beneficios no se ha amedrentado siquiera ante las guerras, ni ante la muerte de personas inocentes. Así, en este estado de cosas, la humanidad, como fácilmente se comprueba en este mundo revuelto y obscuro, cotiza a la baja.

A través de los tiempos se han venido dando distintas soluciones a los problemas vitales y a la vida en sociedad, soluciones que, con la perspectiva que nos da la historia, en algunos casos parece que perdían de vista la finalidad última: mejorar nuestra existencia en esta vida. Es muy difícil, sin embargo, acertar en nuestras decisiones porque no sabemos a ciencia cierta para qué estamos aquí. La historia, no obstante,  nos enseña que cuando el objetivo se eleva a buscar algo fuera del mundo conocido, por encima de la vida tangible, nos solemos perder en los vericuetos de la realidad y destrozar aquello que realmente percibimos como loable y deseable. Es importante subrayar, por tanto, que desde los clásicos a la actualidad, los filósofos se han decantado por considerar al hombre un animal que habla y que, por consiguiente, necesita al otro para llegar a ser lo que es. No es por tanto descabellado manifestar que el hombre nace para el hombre en el sentido extenso: para la humanidad.

Nos decía Inmanuel Kant en su Crítica de la razón práctica que “Sin duda el hombre no es suficientemente sagrado, pero la humanidad en su persona sí que debe serlo”. Esta humanidad en cada uno de nosotros es la que, por motivos a veces inconfesables, se pisotea sin el menor rubor, ni atisbo de culpa. Fernando Savater en su Humanismo impenitente declara que “Tener humanidad es sentir lo común en lo diferente; aceptar lo distinto sin ceder a la repulsión de lo extraño” y apunta además: “los hombres se hacen humanos unos a otros y nadie puede darse la humanidad a sí mismo en soledad, o, mejor, en el aislamiento”. La crueldad, sin embargo, como pensaba Schopenhauer, es la complacencia en causar dolor y, por tanto, en el claro reverso de la humanidad. Y Savater, finalmente, nos llega a decir en su libro Invitación a la ética “la violencia no sirve tanto al hombre cuanto a la parte no humana, cosificada, que hay en el hombre”. Todo ello, hace pensar que la humanidad está en horas bajas.

En estos difíciles momentos se oye cada vez más la palabra buenismo como peyorativo y a sus defensores como retrógrados o extremistas; se prefiere, por contra, simplificar las cosas volviendo a las películas de buenos y malos, volviendo a la lucha del bien contra el mal. Pero, buscar el bien de los demás, el promover una vida digna para el otro, se califica como populista, término utilizado, como no, también en sentido negativo. Sin embargo, las políticas de austeridad; los recortes de derechos, los recortes de servicios básicos y a veces esenciales, los recortes de los sustentos para vivir; son medidas políticas que nos llevarán a medio y largo plazo al paraíso. Es verdad, ya el gran economista Keynes nos decía que “a largo plazo todos muertos”: ¡será por eso!

La violencia genera violencia y pocas veces se termina una negociación machando al contrario. No obstante, el remedio que aplicamos para resolver nuestras diferencias sigue siendo la solución militar, las guerras, aunque, por activo y por pasivo somos conscientes de que poco adelantamos con ello, salvo el beneficio de aquellos que aumentan su fortuna o su poder. Los grandes cambios han surgido siempre como consecuencia de importantes evoluciones en la forma de pensar. Las ideas, por otra parte, siempre han sido los muros más difíciles de saltar. Aquello en lo que creemos como dogma de fe, porque en muchos casos se ha asentado en lo más profundo de nuestro ser, suele ser la prisión que no nos deja caminar: evolucionar. Por ello cambiar el esquema de pensamiento, la cultura, los valores, etc. puede ser un camino adecuado para el cambio permanente.

Debemos dar la vuelta a la gráfica que indica nuestro hundimiento como humanidad. No vivimos sólo para que nuestros sentidos perciban el mundo, sino también para que con nuestras acciones podamos modificar y conseguir un mundo mejor que nos encamine a un desarrollo de nuestras capacidades, y éstas, a la vez, nos ayuden a buscar valores que entronquen con nuestros fines, con el sentido último de nuestras vidas, o, al menos, nos permitan valorar las mejores decisiones que nos encaminen hacia un mundo más armónico y beneficioso para la humanidad. Para ello hay que huir, por principio, de la posesión de la verdad, ya que aquel que cree tenerla está encadenado a ella y no tiene libertad. La mejor herramienta para conseguir resultados beneficiosos en nuestras sociedades sigue siendo la educación, la educación abierta y no doctrinaria, que ayude a conocer y comprender a nuestros semejantes, generando compasión, generando incremento de empatía, lo que como objetivo daría mejores resultados que la búsqueda inconsciente de un crecimiento continuo basado en un indicador perverso como el Producto Interior Bruto.


(1) Wolf, Martin (2015:193). La Gran Crisis: cambios y consecuencias. Deusto.

 

La humanidad cotiza a la baja