sábado. 20.04.2024

Diálogo de besugos

Estigmatizar y menospreciar al otro se ha convertido en un estímulo ampliamente utilizado en nuestras vidas.

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Vivimos momentos convulsos, de confusión y enfrentamiento. Los mensajes enviados por los emisores se convierten en códigos que son descifrados e interpretados de acuerdo a los objetivos e intereses de los receptores, el mensaje es una pelota que devolver, una excusa para contraatacar y no para entender al emisor. Las ideas se alejan de la realidad para convertirse en dardos que pretenden dejar malparado a aquel que piensa diferente: me parece que los pobres tienen derecho a comer, ¡populista! ¡Comunista! ¡Intelectual de pacotilla!; creo que las personas deben estar por encima de la deuda: ¡vas a hundir la nación! ¡Eres de extrema izquierda!; el no de Grecia es una buena noticia para la democracia y para Europa: ¡hay que pagar la deuda! ¡Los pobres de las demás naciones menos afortunadas de Europa también la pagan!; hablamos de los griegos no de los bancos y ni siquiera de Grecia: ¡demagogo!

Un paseo por las redes sociales nos deja claro las diferencias de pensamiento entre las distintas personas, personas que aunque conviven en un mundo cada vez más globalizado, sin embargo, quieren encontrarse  y se encuentran en mundos muy diferentes o al menos sus ideas y hechos así lo demuestran. Estigmatizar y menospreciar al otro se ha convertido en un estímulo ampliamente utilizado en nuestras vidas. A veces se llega, incluso, al ridículo cuando los más tozudos comunicadores siembran cizaña criticando en los demás que no posean aquello de lo que carecen absolutamente ellos y aquellos a los que representan. ¡Vamos lo de la paja en el ojo ajeno y la viga en el nuestro!

¿Tan difícil es construir un mundo en el que todos podamos vivir mejor? ¿Es una imposibilidad populista que va en contra de toda lógica y de todo orden económico? ¿El capitalismo apellidado neoliberal es el mejor de los mundos? ¿No hay alternativa? Si no estoy engañado parece, no obstante, que hay suficiente evidencia para demostrar que tras el pacto habido después de la Segunda Guerra Mundial, pacto que dio lugar al nacimiento de los Estados del Bienestar, uno de los mejores inventos del siglo XX, al que desgraciadamente nuestro país tuvo una acceso tardío e insuficiente, el crecimiento de los países desarrollados ascendió, en los años llamados treinta gloriosos, más que en los años posteriores en los que se instauró el neoliberalismo a finales de los años 70 principios de los 80 del anterior siglo.

El conflicto sociológicamente se entiende como un instrumento positivo que nos ayuda a descubrir puntos de encuentro escondidos y mejoras útiles e inadvertidas. La confrontación verbal a la que estamos acostumbrándonos, sin embargo, sólo sirve para destruir y ganar al oponente, al adversario, al otro. Es verdad que en un mundo competitivo en el que el que “más chifle, capador”, la confrontación no puede evitarse y la agresividad hacia los demás y hacia uno mismo es y será la moneda común. La posesión de dinero y riquezas mide el éxito en la contienda, el poder social alcanzado y decide lo que está bien y lo que está mal. Decide en definitiva la sociedad que debemos tener aun en contra del criterio de la mayoría de sus miembros. Pero nada se puede construir los unos contra los otros aunque las guerras han dado, eso sí, pingües beneficios para algunos.

La duda de que vivimos en un mundo desigual desgraciadamente ya no existe, se constata a diario. Las evidencias son sangrantes. Este contexto de desigualdad marca realmente en una gran proporción las ideas que defendemos, aunque tampoco quepa duda de que también abunden las rarezas en un mundo enloquecido, materialista y cambiante al que cuesta adaptarse, sobre todo a los mayores. Y es el largo transcurrir de la historia el que podría aclarar la inconsistencia de muchas realidades de hoy: ¿cómo los ricos se hicieron ricos? ¿Cómo los países desarrollados alcanzaron su riqueza y con qué políticas la han conservado? ¿Cómo los organismos internacionales practican el fariseísmo siempre a la orden de los imperios, obligando a políticas de austeridad que no ayudan a los países y personas que necesitan ayuda y sí mantiene el statu quo existente y beneficioso siempre para los de arriba?

Vivimos en un mundo desigual que origina mundos paralelos de difícil encuentro. Hay, incluso, quién no quiere que se encuentren salvo para la explotación y extracción de aquellos bienes necesarios para la vida y los lujos que se suben del inframundo al supramundo. Así en el mundo de arriba se vive con total placidez, con todo el lujo posible, inventando placeres sin descanso, y sin que falte de nada, ¡para ello marcan las reglas y esto requiere mucho esfuerzo! y, en el mundo de abajo, se acatan las normas de los de arriba y se les ayuda a disfrutar de su placidez dejándose, en muchos casos, la piel en ello.

Estos mundos no pueden dialogar en plano de igualdad, empleando la misma lógica y llamando a las cosas por el mismo nombre. El encuentro de los mundos daría lugar a una explosión nunca vista, a una revolución por la humanidad y por la nave en la que vivimos. Pero no hay más ciego que el que no quiere ver y nada es más difícil de ver que aquello en lo que no hemos pensado ni por asomo: ¡viva la desigualdad, el egoísmo y la avaricia, ya que son el motor del desarrollo y la libertad de las personas!

Decía Paul Eluard que “hay más mundos pero están en este” y no cabe duda de que esto sea así al observarse las tremendas diferencias existentes en un momento en el que aunque los medios de comunicación están en su momento más álgido y, sin embargo, la incomunicación es cada día mayor. También se ha dicho que la comprensión es amor y hoy no buscamos la comprensión ni para sumar votos, ya que va mejor conseguirlos con el engaño y el miedo. Seguimos así viviendo como en tiempos pretéritos, las religiones siguen estando enfrentadas, los países están divididos y mantienen una oposición de objetivos, las empresas practican el darwinismo social destruyendo a los competidores y sacando beneficios de los enfrentamientos, las personas compiten, eso sí con desigualdad de oportunidades, como entes aislados excluyentes y, poco a poco, entre todos vamos encaminando nuestro planeta hacia un destino incierto y no buscado.

La distancia entre los ricos y pobres contribuye a la expansión de estos mundos; en nuestro país medida en renta o ingresos la distancia ha aumentado cerca del 19% entre el 2002 y 2011 y en este mismo período, en relación a la riqueza o el patrimonio ha crecido en un 60,4 %[1]. No puedo por menos concluir que la desigualdad origina, sin duda, mundos que no pueden comunicarse sino es con un diálogo de besugos, un diálogo en distintos planos sin encuentros y puntos comunes. Diálogo que intentará mantener la situación tal como está, impidiendo su reunión hasta que la tensión sea inaguantable o se aprenda a conciliar las diferencias existentes en soluciones para todos.

[1] Alternativas económicas, núm. 25, mayo 2015: Más desigualdad en riqueza, Carlos Pereira y Walter Actis.

Diálogo de besugos