viernes. 29.03.2024

Cuando el valor social es el libre mercado

El libre mercado y el derecho de propiedad son la base de un sistema capitalista dónde el valor principal es buscar el propio beneficio y acumularlo.

Nos dice Jose Antonio Marina que “La inteligencia es una facultad personal, pero se desarrolla siempre en un entorno social e histórico que determina sus posibilidades [...] Nuestra inteligencia es estructuralmente social. Un niño aprende en pocos años los que la humanidad tardó milenios en inventar (1)”. Me pregunto ¿qué inteligencia social estamos creando cuando el valor fundamental hoy es la lucha individual y la competitividad sin tregua? ¿Qué último paso estamos dando en nuestra humanidad y que mundo estamos creando para incorporarlo a la herencia común de nuestros hijos y nietos?

Desde los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan el paradigma fundamental de las sociedades occidentales, el pensamiento único, se ha centrado en el llamado neoliberalismo, y sus mantras han sido seguidos fervientemente no sólo por los partidos de la derecha sino también por aquellos que en su día defendían a los trabajadores y eran ubicados en la izquierda del espectro político, pero que hoy en día defienden los mismos dogmas económicos y políticos y, por ello, no se encuentran pactando con los verdaderos ideales de la izquierda: siempre a favor de aquellos que menos tienen y son los puntos débiles de la sociedad, y buscan su espacio político camuflándose entre aquellos otros que, aunque con otra piel, defienden los valores conservadores y neoliberales.

El libre mercado y el derecho de propiedad son la base de un sistema capitalista dónde el valor principal es buscar el propio beneficio y acumularlo, aunque suponga empobrecer al vecino, al compañero, al conciudadano, a otro ser humano. El beneficio capitalista corre en pos del dios Dinero que otorga grandes poderes y ayuda a una vida feliz, aunque sea difícil en medio de la pobreza y de las injusticias con otros. Pero no todo vale y por eso algunos vemos con rubor que la tan cacareada Responsabilidad Social Corporativa plasmada en códigos éticos corporativos es violentada y oscurecida por los paraísos fiscales que ocultan la verdad: los que ganan en la batalla del libre mercado no quieren ser solidarios con la sociedad que les impulsa y ensalza.

Inventamos el menos malo de los sistemas políticos: la democracia. Hemos ido limando desigualdades, en los géneros, en las tendencias sexuales, en las opiniones religiosas, en las ideologías, etc., y sin embargo, estamos creando la mayor de las desigualdades, la que tiene que ver con la riqueza y con los medios necesarios para una vida digna.

Esta desigualdad está logrando, incluso, trastocar las igualdades básicas adquiridas y especialmente el germen de la democracia. La igualdad de voto: una persona un voto, es algo, que si alguna vez existió, ya no existe. La riqueza acumula votos y la pobreza los pierde. Es la razón de un capitalismo cada vez más centrado en la búsqueda de relaciones para triunfar; el objetivo no es la generación de una inteligencia social que haga prosperar a la comunidad en su conjunto, el objetivo es sobresalir sobre los demás y que cada cual se busque sus habichuelas. Si me llevo unos cuantos millones a un paraíso fiscal, mis poderes sociales se ocuparán de que toda mi responsabilidad quede en fuegos artificiales, pero si además del paro trabajo en negro para poder sacar a mi familia adelante, mi panorama es de un negro azabache difícil de ocultar en esta sociedad que con piel blanca tiene el corazón negro como el tizón.

Owen Jones transcribía en su libro El Establishment que “Por asombroso que parezca, la conexión corporativo-legislativa en Gran Bretaña era seis veces más fuerte que la media de Europa Occidental, y diez veces mayor que en los países escandinavos (2)”. Estas son las consecuencias del sistema en el que hemos caído, inoculado por los países anglosajones, y del que es difícil salir incluso para aquellos que tienen que sufrirlo.  Owen Jones argumenta al respecto “No son solamente la ideología y el interés propio lo que hace que los políticos sean unos defensores tan naturales de los ricos. Gran parte de su tiempo se lo pasan en compañía de intereses privados y de sus elegantes y muy profesionales equipos de presión. Los políticos forman parte del mismo medio, y siempre están oyendo a las empresas presentarles sus argumentos de forma tan atractiva como persuasivas (3)”. Por eso la sociedad necesita controles y políticos honrados para que se cumplan aquellos valores en los que creemos la mayoría de nosotros.

Se necesitan profesionales que ejerzan con libertad. Se necesitan profesionales que no sean sólo grandes conocedores de su profesión, sino, también, buenas personas. Se necesita una prensa libre, no una prensa vendida que sea el mayor lobby del statu quo que beneficia a los poderosos (no todo vale). Se necesita una justicia que aplique las leyes lo más objetivamente posible. Se necesitan políticos que busquen leyes que permitan la defensa de los débiles, razón última de las leyes en una sociedad en la que el fuerte siempre tiene las de ganar con los valores actuales. Esta es la inteligencia que debemos transmitir a nuestros descendientes, esta es la inteligencia que nos conducirá a un mundo mejor en el que busquemos un desarrollo sostenible que beneficie a la mayoría.


(1) Marina, José Antonio (2015:39-40). Despertad al diplodocus. Ariel.

(2) Jones, Owen (2015:110). El Establishment. Seix Barral.

(3) Ibídem (2015:122).

Cuando el valor social es el libre mercado