jueves. 28.03.2024

Cuando la muerte de los demás no importa

Si las sociedades fueran tratadas como si fueran personas habría muy pocas que pudieran salvarse del internamiento en centros psiquiátricos o carcelarios. Leer cualquier libro de historia nos demuestra que las luchas por el poder han centrado la evolución histórica y que se ha vivido más para la muerte que para la vida. Es verdad que a pesar de todo eros sigue venciendo día a día a tanatos, pero me sigue sorprendiendo la locura humana que es capaz de buscar recursos de pozos secos y sin embargo manifiesta imposibilidad de encontrarlos cuando se necesitan para salvar vidas, para evitar muertes.

Leyendo el libro de Josep Fontana, El siglo de la revolución, una historia del mundo desde 1914, siento como si los dirigentes de los distintos países no tuvieran que ver nada conmigo. Sus fundamentalismos, sin atisbo de duda, han propiciado verdaderos genocidios a lo largo y ancho de este mundo. La insensible crueldad mostrada me hace pensar que si esto no tiene vuelta el futuro de la humanidad no puede estar muy lejos. La confrontación de fundamentalismos enconados por el miedo y las ansias de poder han mantenido una locura colectiva de la que algunos no quieren salir y otros no  sabemos.

Las dos guerras mundiales; las guerras inventadas por los Estados Unidos, en primer lugar, seguidas por las creadas por los imperios europeos, Rusia, Japón y China…nos dejan ver un mundo dirigido por dementes que han creado sociedades enajenadas. Leo a Josep Fontana: “Resulta incomprensible que los servicios de inteligencia norteamericanos, que disponían de la información que les proporcionaban sus satélites, pudiesen creer que los soviéticos disponían de un arsenal de destrucción superior al de Estados Unidos, que en aquellos momentos era de 1.054 misiles balísticos intercontinentales, y de 656 SLMB que podían dispararse desde submarinos, además de los miles de bombas atómicas desplegadas en 27 países distintos: lo suficiente para acabar varias veces con la vida del planeta.” (Fontana 2017:459). Esta locura de Reagan pudo haber ocasionado la Tercera Guerra Mundial, en la que hubieran muerto millones de personas. Esta vez hubo suerte.

Pero, no podemos olvidar la obsesión delirante y criminal de los Estados Unidos por los regímenes comunistas en los últimos cien años que queda patente en otro párrafo del libro “El hombre que dirigió la CIA de 1981 a 1987, Villiam J. Casey, católico de misa diaria, pensaba que la Iglesia católica y el islam eran aliados naturales contra el comunismo ateo, lo que explica que no sólo diese apoyo a las organizaciones islamistas radicales, sino que se hiciese imprimir miles de ejemplares del Corán en lengua uzbeka para distribuirlos en Afganistán.  Casey favoreció la práctica del terrorismo más brutal, fomentando el uso por los muyahidines de los coches bomba, dirigidos contra los profesores de la Universidad de Kabul y contra los medios de comunicación de la izquierda laica.” (2017:466). Es imposible no ver en los últimos años manifestaciones de locura ocasionadas por estos delirios.

El celo anticomunista sigue encendiendo, aun hoy, la mecha de la disensión y el enfrentamiento político y bélico. Estados Unidos lo llevó al extremo en América Latina. Fontana señala como de un grado máximo la llevada en Guatemala “Las peores consecuencias de estas guerras sucias las sufrió Guatemala. Hacia 1978 el gobierno inició una oleada de torturas y asesinatos con el fin de liquidar el sindicalismo urbano, a lo que agregó, a partir de 1981, el empleo del ejército en una campaña de masacres e incendios en el medio rural, en una política de tierra quemada que provocó una auténtica guerra popular.” Estas campañas de exterminio, dice Greg Grandin, estaban alentadas a un tiempo “por el celo anticomunista  y por el odio racial” “Las matanzas eran brutales, hasta un extremo inimaginable. Los soldados  asesinaban a los niños a la vista de los padres, extraían órganos y fetos,  amputaban los genitales o las extremidades, cometían violaciones en masa y quemaban algunas víctimas vivas.” Las investigaciones de una comisión de la verdad patrocinada por las Naciones Unidas, sigue relatando Fontana, revelaron posteriormente que en los treinta y cuatro años de conflicto armado hubo en Guatemala 161.500 asesinatos y 40.000 desaparecidos, y que el gobierno realizó de 1981 a 1983 una actuación deliberada de genocidio contra la población maya. (Fontana 2017:472-473).

Parece que la humanidad no aprende. No podemos vivir sin enfrentamientos que hacen de este mundo un valle de lágrimas. Siempre tenemos que estar buscando enemigos contra los que nos sentimos vivos. En esta lucha contra el fantasma del comunismo, no podemos olvidar, Corea, Vietnam, los Jémeres Rojos,  Irak de Saddam Hussein, etc. En todas estas guerras y otras muchas que vienen jalonando la historia de la humanidad la muerte de los demás no importa, cuando los intereses personales, a veces de unos pocos, están en juego.

“De esta forma, uno de los intentos de transformación social, que se inició en Rusia en 1917, ha marcado la trayectoria de los cien años transcurridos desde entonces. La amenaza de subversión del orden establecido que implicaba el modelo revolucionario bolchevique determinó la evolución política de los demás, empeñados en combatirlo y, sobre todo, en impedir que su ejemplo se extendiera por el  mundo. Fascismo y nazismo,  por ejemplo, nacieron como respuestas a la amenaza comunista, proponiendo como alternativa modelos de revolución nacionalista que no pasaron de formulaciones retóricas.” (Fontana 2017:11)

Me pregunto ¿por qué es tan difícil que las ideas favorables a que todos vivamos con autonomía y bienestar salgan adelante y, sin embargo, sean tan duramente atacadas? Me pregunto ¿quién defiende a los que defienden los Derechos Humanos?

Cuando la muerte de los demás no importa