jueves. 25.04.2024

Cuando la ficción se hace dura realidad

Cuando los hechos delictivos quedan impunes y sin embargo las ficciones se castigan duramente.

Cuando los hechos delictivos quedan impunes y sin embargo las ficciones se castigan duramente. Cuando la denuncia social no se admite y sin embargo vemos muy normal educar a los niños para un trabajo flexible, precario y sin esperanzas, educar en definitiva para la esclavitud del trabajo actual. Cuando una obra de titiriteros concita más debates y se penaliza más que la corrupción y el robo de inmensas cantidades de dinero y propiedades públicas. Cuando estas cosas ocurren y son moneda usual, se corre el peligro de vivir en mundo irreal pero que mata y apresa, en un mundo en el que la precariedad y la incertidumbre son lo constante y hace que todo lo que parecía sólido en su día se vuelve líquido, difuso, incierto, temporal, como nos advierte el sociólogo Zygmunt Bauman en relación a los tiempos que corren. Pero este mundo líquido no afecta a todos, a aquellos que se están apropiando de las riquezas existentes en nuestras sociedades, apropiando de los recursos de la naturaleza y de los productos que entre todos estamos generando, para aquellos, el mundo tiene un suelo firme, real y acogedor en los que se controla cualquier contratiempo.

Aquellos no admiten ideas diferentes a las suyas. Ellos pueden expresarse a su antojo: también tienen libertad de expresión.  La libertad de expresión, en consecuencia, sólo es un derecho real para los que pretenden un mundo de acuerdo a sus intereses y lo consiguen a base de dinero y poder. Escribía Antonio Muñoz Molina que en nuestros años de democracia “Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles [...] Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo [1]”. Y en relación a los que tienen o mucho poder decía: “Parece que tienen una idea mucho más aguda y certera de la realidad que nosotros y a la vez  que están completamente fuera de ella, enajenados en la niebla de su propio éxito y su egolatría [2]”. Viven en otra realidad que se asegura la asepsia respecto al resto de los ciudadanos, a los que se les aplica la medicina del miedo, medicina que permite milagrosamente transformar a la sociedad en una obra de rentabilidad económica para unos pocos, a base de recortes en derechos y libertades.

Viven de lujo cuando las cosas van bien y cuando van mal. La bolsa cae, y en pocos días muchos pequeños ahorradores ven desaparecer sus ahorros, pero no hay que preocuparse; aquellos que inventaron las triquiñuelas bancarias, las hipotecas basura, las preferentes, la titulización y muchos otros productos bancarios, que ni ellos mismos entendían pero les permitían hacerse con el dinero de los demás unido al incremento de su poder que les permite ser impunes y asegurarse contra su inmundicia y falta de moral; aquellos volverán a aumentar su cuenta bancaria y a hacer su mundo más sólido y seguro. ¿Cómo van a querer entonces cambiar las reglas de nuestra sociedad que ellos han inventado? Perderían su seguridad, tendrían que comportarse como el resto de los ciudadanos y admitir que todos tenemos la misma dignidad.

No hay que olvidar que “Quienes toman decisiones financieras son inmunes a toda exigencia de responsabilidades, y están por encima de cualquier ética moral que no sea la rentabilidad [3]”. La crisis que nos tiene y entretiene, consecuencia de los excesos financieros, es una muestra de la inmoralidad inmanente del mundo financiero. Es una muestra, también, del ocaso del mundo moderno que se identificaba con una ética del trabajo que nos trajo el consumismo y la desigualdad. Así “El posmodernismo nos ha legado la ilusión de vivir en un mundo libre de necesidades y de ideologías, abierto a las promesas de un consumismo ilimitado, de un espectáculo encandilador, de la exaltación de la individualidad aun a costa de que esta nos traiga la inseguridad del empleo, la incertidumbre y la soledad [4]”.

La manipulación de la realidad apoyada por la medicina del miedo hace olvidar el pasado y nos sumerge en una burbuja que nos degrada en una espiral sin fin “Y lo cierto es que la memoria de los errores (y horrores) del pasado no impide que se cometan otros nuevos, aunque sea en diferentes condiciones y momentos y por motivos distintos. Si la historia pudiera servir realmente para evitar que se repitieses sucesos desagradables gracias al poder de la memoria, hace ya tiempo que no tendríamos guerras ni asesinatos en masa, ni siquiera racismo, marginación u opresión [5]”. La historia nos muestra que los fuertes nunca han dejado que la sociedad caminara hacia niveles de más igualdad y felicidad, no era su misión. La historia nos muestra que los ricos y poderosos siempre han aprovechado el esfuerzo del resto de las sociedades en las que vivían. Y hay estudios que demuestran que lo que cae de arriba, hablando en términos sociales, son migajas y que los ricos cada vez generan menos empleo y destruyen más.

La historia se repite y parece que la mayoría de nosotros debemos acostumbrarnos a la crisis permanente (un demonio cruel con los débiles), porque será nuestro modo de vida. No aprendemos, aceptamos el “no hay alternativa”. No aprendemos de la historia, y si no aprendemos de ella estamos condenados a repetirla. La crisis de la que no paramos de hablar, repito, no es un hecho pasajero, ha venido para quedarse si no encontramos una salida adecuada para todos, salida que sólo puede llegar con un cambio profundo de la sociedad, un cambio en el que nos preocupemos de las personas, en el que el dinero no decida quién puede vivir y quién no, quién puede realizarse y quién no, un cambio en el que lo virtual no oculte la realidad y en el que el miedo sólo persiga a aquellos que quieran utilizarlo como herramienta manipulativa para proteger sus intereses egoístas.


[1] Muñoz Molina, Antonio (2013:95).Todo lo que era sólido. Círculo de lectores.
[2] Ibídem (2013:19).
[3] Bauman, Zygmunt y Bordoni, Carlo (2016:144, Carlo Bordoni). Estado de Crisis. Paidós.
[4] Ibídem (2016:140).
[5] Ibídem (2016:133).

Cuando la ficción se hace dura realidad