viernes. 29.03.2024

La competencia feroz motor de la economía capitalista

El caso Volkswagen es una muestra más del funcionamiento de la economía capitalista desbridada.

El caso Volkswagen es una muestra más del funcionamiento de la economía capitalista desbridada, dejada a su libertad en una lucha sin cuartel por incrementar cuota de mercado, para vender humo, en este caso, contaminado, eso sí, ante el deseo de evitarlo, generado en el cliente. Hay que reconocer estos sucesos como normales cuando el último objetivo es el beneficio y cuando de la buena marcha de las empresas dependen las retribuciones de los directivos, lo que lleva a buscar novedades hasta debajo de las piedras. Y a pesar de la importancia que debe tener la imagen de la empresa para su cotización en bolsa y una buena representación en la mente de los clientes, algunos directivos son capaces de inventarse dobles contabilidades, motores que reducen la emisión de humos contaminantes que lo que hacen es emitir muchos más e incluso beneficios ficticios para una decoración atractiva de la empresa.

El capitalismo está basado en la competencia despiadada por el beneficio y el posicionamiento en el mercado. De ahí la preponderancia de la actividad financiera que permite la consecución de pingües beneficios en menos tiempo y sin esfuerzo. Tampoco nos ha de extrañar en este contexto económico la apreciación de David Harvey: “es estúpido tratar de entender el mundo del capital sin tener en cuenta los cárteles de la droga, los traficantes de armas y las diversas mafias y otras formas criminales de organización que desempeñan un papel tan significativo en el comercio mundial[1]”. Igualmente no se pueden olvidar, en el sistema capitalista, las prácticas depredadoras reconocibles en el mercado inmobiliario mundial, en los productos financieros titulizados, en el blanqueo de dinero, en las repetidas pirámides de Ponzi y en una interminable lista de casos que nos asaltan a diario ofreciéndonos carta de normalidad.

Parece que como decía Marx los espíritus animales acechan y tientan al hombre en un mundo capitalista en un in crescendo sin fin. Galbraith lo confirmaba y registraba la mala fe y la corrupción en la economía del libre mercado. En relación con la crisis de 1929, observó que su ritmo se aceleró no sólo en el boom sino también después del crac. Lo mismo podemos constatar en la crisis actual iniciada a finales del 2007; no sólo el mundo de los negocios estaba enfermo y corrupto durante los años de vacas gordas sino que, también, han seguido creciendo las malas artes en los momentos de vacas flacas. Eso sí vacas flacas sufridas por la mayoría de los ciudadanos, ya que las élites económicas podían seguir mejorando su cuenta bancaria y se quedaban con toda la leche del mercado.

Es un problema grave la lucha feroz por el pastel generado por la sociedad. La sociedad se convierte en una lucha de niños, sin reglas, a la puerta de un colegio. Promovemos así una sociedad infantilizada en la que la única regla garantizada tiene que ver con los números que se poseen en la cuenta bancaria. El trabajo de la sociedad se cristaliza en el dinero por lo que “el dinero es un depósito de poder social, su acumulación y centralización por un conjunto de individuos resulta decisiva, tanto para la construcción social de la codicia personal como para la formación de un poder de clase capitalista más o menos coherente[2]”. Así nuestra vida se convierte en una partida de póker en la que muchas veces gana el más tramposo y se queda con casi todo.

Grandes economistas, entre ellos premios nobel, tienen claro la relación entre las crisis y la corrupción: “Cada una de las tres últimas recesiones económicas de Estados Unidos (la de julio de 1990 a marzo 1991, la de marzo a noviembre de 2001 y la que comenzó en diciembre de 2007) estuvieron relacionadas con escándalos de corrupción, que fueron muy importantes en el momento de determinar su gravedad[3]”. La corrupción anida en el sistema económico de libre mercado, el poder que otorga el dinero no sólo estimula la innovación sino también la codicia, la especulación, la corrupción y el individualismo que pretende ser el motor de la sociedad y que muy a menudo se convierte en un motor trucado. El pago de estos desajustes, sin embargo, siempre recae en la mayoría social, en aquellos que aportan el trabajo social en forma de bienes necesarios e imprescindibles para la vida. ¡Claro las élites económicas deben mantener la acumulación de capital para que la máquina del capitalismo siga funcionando! ¡La desposesión de la mayoría social tiene que seguir su marcha, si no el mundo se para!

La competitividad, el individualismo y el dinero como valor máximo al que debemos adorar y perseguir para lograr el cielo en esta vida, no parecen una fórmula eficaz. Mejorarán nuestras tecnologías orientadas a un mayor lucro pero no a una vida mejor. Revolucionará nuestras vidas generando inventos que nos atraparán y nublarán nuestra conciencia, en vez de despertarla. Sin embargo, no nos llevarán a una vida mejor mientras no cambiemos los ídolos que veneramos. El hombre vive y se hace conforme la orientación que se da a sí mismo al perseguir unos valores u otros. Incentivar los espíritus animales bien sea fomentando la agresividad o el espíritu de rebaño, sólo mantendrá su estado al nivel de lo que decía Thomas Hobbes “homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre).


[1] Harvey, David (2014:65). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Traficantes de sueños.
[2] Ibídem (2014:66).
[3] Akerlof y Shiller (2009:60). Animal Spirits. Gestión 2000, Planeta.

La competencia feroz motor de la economía capitalista