martes. 16.04.2024

La centralidad en un mundo polarizado

La centralidad ya no está en el centro del espectro izquierda-derecha sino en el gran grupo social que ha ido cayendo.

Nuestro Presidente y sus voceros defienden la centralidad política y nos asustan con la izquierda radical, haciendo oídos sordos y oponiéndose al clamor social que solicita cambio y un giro de dirección en sus políticas, demostrando, por tanto, estar fuera de la realidad española. Y la realidad es que estamos en un mundo polarizado,  en un mundo dual en el que más acentuado que el eje izquierda y derecha, hay arriba y abajo, en el que unos pocos viven por encima de las posibilidades de una mayoría que se acumula en el subsuelo de la sociedad sintiéndose cada vez más miembros de una sola clase. La imagen gráfica que describe este contexto social es un decantador o una botella con cuello largo y base aplanada y abultada. Así la centralidad ya no está en el centro del espectro izquierda-derecha sino en el gran grupo social que ha ido cayendo y se encuentra más abajo cada día, habiendo perdido derechos de ciudadanía, recursos y posibilidades de una vida digna.

Nos decía Antonio Machado que “es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida, un poco más, algo menos”. Esta sí es una centralidad correcta y sin aviesas intenciones, en la que lo que se pretende es madurar la decisión adecuada y conveniente. Pero la centralidad solicitada por nuestro Presidente sólo pretende la acumulación estadística en la normalidad de la curva de Gauss, la estandarización de la población para su mayor manipulación. El rebaño entra más fácil en el redil si no hay elementos díscolos que lo perturben y espanten. Sin embargo la tensión entre las élites y el precariado, exacerbada con el hundimiento de la clase media, supone un espectro social dual que se posiciona en los extremos y cada vez está menos representado en el centro. Pero, ¿cómo se conjuga esto con la centralidad política que se pide? La respuesta debemos buscarla en la generación de miedo y la obnubilación del pensamiento que hacen ciudadanos dóciles e incluso fundamentalistas en su integración social a un grupo.

No deberíamos olvidar la historia, para no tropezar continuamente en la misma piedra. Hay que aprender de experiencias anteriores y tener en cuenta pensamientos y análisis que fueron acertados en su día para similares situaciones. Así Hermann Hesse en el periodo de entreguerras sintomáticamente definía al burgués como “una persona que trata siempre de colocarse en el centro, entre los extremos, en una zona templada y agradable, sin violentas tempestades ni tormentas. Consiguientemente, es por naturaleza una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de sí mismo, fácil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el régimen de mayorías, la fuerza por la ley y la responsabilidad por el sistema de votación. Es evidente que este ser débil y asustadizo, aun existiendo en cantidad tan considerable no puede sostenerse solo y en función de sus cualidades no podría representar en el mundo otro papel que el de rebaño de corderos entre lobos errantes…” Esta naturaleza en la que hemos ido cayendo gracias a nuestra indolencia hace que aquellos que están menos preocupados por las cuestiones políticas, por la corrupción, por la representatividad de los partidos, tienden a ser votantes conservadores de las mismas opciones políticas, opciones que nos han llevado a la situación crítica actual.

En estos momentos como en aquellos períodos de entreguerras, vivimos en un mundo muy desigual. Y la tendencia no para de aumentar. Los extremos tensionan y adelgazan a la parte media de la sociedad. Por arriba un pequeño grupo hace alarde de su poder y por abajo se amontona un cada vez mayor grupo de excluidos que van perdiendo poco a poco sus derechos. Así, según el último informe de la OCDE España es el tercer país más desigual de Europa y esta desigualdad en el reparto de la renta frenará la recuperación económica. Parece que ahora sólo hay centro derecha, centro-centro y centro izquierda, todo lo demás son extremos peligrosos, aunque el pelotón central caiga muy abajo cerca del extremo pobre. En este contexto es difícil compatibilizar la lucha por el voto de centro con la tremenda desigualdad y pobreza a la que está llevando el sistema político imperante. Por eso la única solución es alentar la política del miedo y no permitir que las personas opten a la libertad de pensamiento. Por ello la única educación que interesa es la de formar para trabajar aunque el trabajo sea más incierto y esclavizado.

El premio nobel de economía del año 2013 Robert J. Shiller decía recientemente en la conferencia anual de Amundi, celebrada en París, que en este mundo “Las desigualdades podrían llegar a ser terribles en las próximas décadas. Si esta tendencia continúa, será necesario imponer un impuesto del 75% a los ricos. La tecnología y los ordenadores están quedándose con muchos puestos de trabajo. Algunas personas consideran que no nos deberíamos preocupar por esto. Yo creo que sí". (1).

También creo que hay que preocuparse, que las personas tienen un límite y que el experimento que, como bien dice Susan George, se está llevando a cabo con el pueblo español para comprobar su resistencia como si un material de laboratorio fuera, no puede durar mucho. Los ciudadanos no pueden tratarse como pura mercancía cuya única validez y cometido sea la producción y la realización de servicios mercantilizados. Con esos cometidos no creo que puedan centrarse por mucho y la anomia o la locura pronto se harán con su alma. No es de extrañar que el número de suicidios en nuestro País y en otros con las mismas políticas siga en alza año tras año.

Habrá que poner medidas y soluciones pronto. No se puede ir echando en el pelotón de los excluidos a una persona tras de otra. No se puede ir engrosando el mundo del precariado. Si no somos capaces de crear más puestos de trabajo en un mundo cuya única obsesión es buscar el beneficio de cualquier manera. En un mundo globalizado en el que, además, los salarios están perdiendo importancia, no sólo con respecto a los beneficios empresariales sino, sobre todo, con respecto a las rentas derivadas del capital financiero que siguen incrementándose exponencialmente. Debemos ser creativos e imaginar un mundo incluyente en el que hagamos crecer la empatía y la compasión.

En consecuencia, la búsqueda de la centralidad se ha basado en mensajes transversales. Los partidos políticos realizan encaje de bolillos sustentado en el marketing social que pretende la conformidad y apatía de la gente, haciéndoles sentir en el centro confortable débil y asustadizo, aun manteniendo situaciones injustas y dolorosas. Esta transversalidad perseguida y que cuando no ha sido aceptada se ha tildado de radicalidad, no permite hacer frente a la situación en la que estamos, situación que no puede ser conformista sino que ha de buscar las raíces y los fundamentos de los problemas sociales, esa sí es la radicalidad. No podemos ser ciegos a la realidad. La sociedad puede estar pasando por  algo más que una  crisis cíclica del capitalismo, podemos estar llegando a un verdadero colapso del sistema y debemos estar preparados para que no nos pille cambiados de paso y sucumbir en el intento por haber dado un paso más ante el precipicio.

(1) En la cuenta de Twitter de (@Amundi_ENG), la gestora fue dando a conocer las opiniones más relevantes de Shiller.

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