viernes. 19.04.2024

Las aviesas intenciones en campañas electorales

Son aviesos, en esta época preelectoral, los objetivos que se buscan con la realización machacona de encuestas dirigidas y cocinadas.

A algunos nos gustaría que las campañas electorales fueran limpias y no se jugara a desprestigiarse los unos a los otros manipulando sus propuestas en  aras a desenfocar la realidad de sus verdaderas intenciones. Recientemente, en el debate celebrado en la Universidad Carlos III, entre el líder de Ciudadanos Albert Rivera y el líder de podemos Pablo Iglesias, el primero atacó diciendo que el segundo proponía subir los impuestos a las clases medias. Una apreciación discutible y no banal que perseguía efectos colaterales aunque pareciera inocente. Está claro que este ataque venía de una reflexión profunda ya que, a pesar de la pobreza rampante, la mayor parte de la población de nuestro país se considera y se agarra a la clase media y, por lo tanto, la aseveración lanzaba una red de arrastre a una mayoría del electorado menospreciando, por parte del pescador, la certeza o no de la misma y si el estrato de gente a la que iba dirigida era, para mayor inri, el mismo que sufrió la sobredosis de préstamos arriesgados inyectados por el sistema financiero.

Dentro de la estructura de clases “El término clase media, como el término burgués, posee dos aplicaciones diferentes, una económica y otra sociocultural, aunque ambas se interrelacionan con claridad […] se emplea habitualmente para caracterizar a quienes ganan al menos un módico ingreso, pueden comprar bienes de consumo y dedican sus esfuerzos principalmente a aumentar su nivel de prosperidad material y a disfrutar de él […] La pasión por el bienestar material es esencialmente una pasión de las clases medias; con ellas crece y se difunde, con ellas se convierte en factor preponderante; de ellas se sube a las clases superiores de la sociedad y se desciende a la masa del pueblo (1)”.

Pues bien, la clase media económica ha tirado en tiempos de crisis hacia abajo de la clase media sociocultural debido a los recortes salariales que han dado lugar a la figura del trabajador pobre, al paro, a la falta de recursos a la que se añaden los recortes en los servicios de salud, educación y sociales, etc. Pero, todo el mundo quiere mantenerse dentro de la clase media, la pasión por el bienestar no es flor de un día que se olvide y renuncie fácilmente. Es difícil renunciar a aquello que nos hace feliz, salvo que no tengas ninguna posibilidad, que te encuentres con las alas cortadas para el mínimo vuelo y sientas el cuchillo amargo del hambre en tu realidad diaria, que impedirá, por otra parte, llevar una vida mínimamente digna.

Son aviesos también, en esta época preelectoral, los objetivos que se buscan con la realización machacona de encuestas dirigidas y cocinadas. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Así, en un artículo del pasado sábado publicado en el periódico digital Nueva Tribuna por Félix Tezanos y titulado ¿Por qué se equivocan tanto los sondeos electorales? Se escribe: “Las encuestas están siendo utilizadas como instrumentos de apoyo a los candidatos preferidos por determinados conglomerados mediáticos y grupos de poder, que intentan influir en los votantes para que las partidas electorales se jueguen en los términos que ellos creen más oportunos”. Es cada vez más habitual utilizar estos métodos indirectos y perversos para emborronar y ocultar la realidad. El ciudadano, por tanto, tiene que estar ojo avizor y participar activamente en la política si no quiere que elijan por él y en contra de sus verdaderos criterios e intereses.

Incluso, aunque no se empleen medios tan groseros como en el pasado. También hay casos de manipulación sin tapujos que dan vergüenza ajena. Uno en el que la mentira es el arma más utilizada con el único objeto de manipular, desorientar, calumniar y destrozar los argumentos del otro, es el caso de los tertulianos televisivos. Hay “algunos” de ellos que se han especializado en desprestigiar sistemáticamente a partidos determinados y a personas concretas. Otros, sin embargo, con argumentos vacíos y endiosados en su falta de ética son capaces de defender a ultranza aquello en lo que, como pasa en las religiones, ni siquiera ellos creen, pero, eso sí, de su actitud sacan pingües beneficios. Así, sin un ápice de turbación, mienten, sin rubor y sin pestañear.

Esta es la democracia que tenemos y que hemos ido amasando, basada en la competitividad feroz y en la lucha sin cuartel por el poder y los recursos. Así incentivamos la mentira, la falta de respeto y hacemos decrecer la solidaridad y la empatía. Esta es la democracia que, por tanto, nos merecemos. Ya que adocenados por el bienestar nos hemos convertido en gentes sin alma, pusilánimes. Y para salvaguardarnos de nuestra indolencia no queda más remedio que crear instituciones que garanticen unas reglas de juego mínimas y que, además, nos ofrezcan alguna claridad en la maraña de informaciones interesadas que nos inundan a diario.

La DEMOCRACIA con mayúsculas es un bien preciado que no debemos adulterar. Sin embargo, cada día estamos más anestesiados, más adormecidos y somos menos conscientes de las intenciones malévolas que buscan menoscabarla y arriman el ascua a la sardina de los poderosos que, claramente, son aquellos que tienen más y mejores herramientas para salirse con la suya; más herramientas, pero, ni se han esforzado más por obtenerlas y por mejorar a la sociedad, ni merecen, en consecuencia, más derechos que los demás, ya que su poder deriva del desigual e injusto reparto de los bienes y servicios que la sociedad genera. Una verdadera democracia, no obstante, es un lujo social que redundará en el bien común con una verdadera y bondadosa mano invisible (2), que reducirá desigualdades, generará un mayor equilibrio en las oportunidades, aumentará las capacidades y la autonomía de los ciudadanos e incluso fomentará una economía sana con sensibilidad para el medio ambiente y nuestros conciudadanos.


(1) Plattner, Marc F. Un aviso para la democracia liberal, artículo integrado en La Vanguardia Dossier número 47 de abril/junio de 2013; pág. 32

(2) En economía la mano invisible es la metáfora que expresa la capacidad autorreguladora del mercado. Adam Smith, padre de esta ciencia y considerado el autor de la idea, pensaba que se procuraba el bien de la sociedad cuando se perseguía el interés egoísta de cada uno. Los resultados de este fundamentalismo se han revelado en las continuas crisis e injusticias sociales que ha provocado.

Las aviesas intenciones en campañas electorales