jueves. 28.03.2024

El verdadero problema

La derecha profunda en España actúa de un modo corrupto por su incapacidad para empatizar con los intereses que difieren de los suyos propios...

España tiene un problema. Bueno tiene varios para ser precisos, pero hay uno que se lleva la palma. Hay una cuestión a la que podríamos denominar “el problema” que resulta tan disfuncional, impactante, molesta y extendida que ya no sólo es la segunda preocupación de la ciudadanía que lo identifica como la cuestión más dañina por detrás del paro, también lo es para actores relevantes internacionales: Nos referimos a la Corrupción.

Como decimos,  no sólo es la ciudadanía española la que identifica a ésta como gran mal con posibilidades de afectar y enrarecer la vida de cada cual. El GRECO, el grupo de lucha contra la corrupción política, judicial y económica del Consejo de Europa, acaba de hacer público su cuarto estudio sobre la cuestión en España. Y expone unos resultados completamente sintonizados con la opinión de la mayoría de los españoles. La corrupción es un cáncer metastasiado en el cuerpo judicial y político español. Lo que significa que el racimo de instituciones conectadas con el poder gubernativo, legislativo y judicial, se hallan en fase de necrosis avanzada por el efecto contamínante de la corrupción original en el Gobierno y el Parlamento.

Si la gente llana cree y expresa su opinión inequívoca en encuestas de uno y otro signo sobre la gravedad y extensión de la corrupción, y coincide con la opinión de expertos en la valoración de la organización de las instituciones y de la evaluación de los mecanismos de control de las mismas, entonces no puede haber dudas. La corrupción es el gran problema de nuestro país.

Aunque yo no estoy del todo seguro. Desde luego que creo que la actitud corrupta en forma de parcialidad y nepotismo, soberbia y arrogancia, injusticia y cohecho, lucro indecoroso, incluso infamia y mentira ejercida en medios de comunicación y portavocías oficiales es un gran problema y una lacra para el orden social y la sana y justa convivencia. Lo creo, creo que es un problema, pero no “el problema”. Si fuere así, la cosa resultaría relativamente sencilla de resolver, bastaría con una operación de tipo Mani Pulite en la Italia de los 90 y encontrar a un juez para dar la réplica al tenaz Antonio Del Pietro.

El verdadero problema es otro y es un gran problema. Es la ontogénesis de la derecha española, su origen y el carácter que aporta a su presencia en la vida pública y en el juego político. La derecha profunda en España actúa de un modo corrupto no por su inmoralidad (no lo juzgo), sino por su incredulidad, su distanciamiento y su incapacidad para empatizar con los intereses que difieren de los suyos propios. No cree en la democracia ni en las instituciones de ella derivadas. Por eso siempre está tan próxima a la utilización parcial de la misma o a su abolición. Percibe el juego institucional democrático como un mecanismo afrentoso a sus intereses legitimados por la historia. Por ello, cuando tiene la posibilidad actúa en la reforma de las instituciones hasta convertir éstas en un pelele para entretener su capricho. Cuando esto le es negado, se considera legitimada para cualquier tipo de argucia, desde las zancadillas al proceso de transición y la conspiración contra Felipe González denunciada incluso por el mismísimo Ansón, a la mentira calculada de Rajoy, por no mencionar las asonadas y su apoyo incondicional a todo lo que esté relacionado con la dictadura, a modo de recordatorio de lo que son capaces cuando se tocan sus privilegios.

Ese es el gran problema, no solo la corrupción, sino la perversión del sentido de las instituciones que convierte al Parlamento en un rodillo aplastante de las diferencias, el CGPJ en un teatrillo donde se representan obras bufas, las televisiones y otros medios de comunicación públicos en oráculos promotores de la verdad que está por venir, la Agencia Tributaria en una nueva brigada de lo social, las unidades antifraude de la fiscalía y de la policía en cuerpo de apestados, los reguladores de la actividad de los mercados en un entelequia útil para colocar familiares inútiles. Podríamos seguir con lo ocurrido con los defensores del pueblo, las organizaciones civiles, las fundaciones de carácter social, etc.  

Y todo ello porque en su esquizofrenia perciben la evolución de los instrumentos de la democracia no como herramientas para el desarrollo y el progreso general, sino como concesiones que han ido demasiado lejos y ahora toca devolver las cosas a su ser natural. La democracia electiva les sirve para desmontar todo el armazón de la convivencia democrática. Ese es “el problema”. 

El verdadero problema