jueves. 28.03.2024

Tener y no tener

Si hablamos de igualdad o de reducción de la desigualdad, la cuestión tiene que ver con tener y no tener...

No vamos a hablar de cine, aunque sugerimos a quienes no hayan visto la maravillosa película de Howard Hawks con este título lo hagan pronto. Quienes ya vieron la historia salida de la pluma de Hemingway tratada por Faulkner e interpretada por Bogart y Bacall, seguro que con la sola evocación de estos nombres, ya salivan.

Pero no, lo siento, no se trata de cine sino de una cruda realidad, que eso sí como en el caso de la ficción cinematográfica, encierra una parte importante de engaño, de mistificación, de ilusión y como ocurre en el cine de evasión o entretenimiento, contiene una dosis alta de ensoñación y enajenación.  Se trata de la cuestión de tener y de no tener.

El hecho más destacado del momento histórico y social de este comienzo de milenio es la cuestión de la desigualdad y su relación con la conformación de nuevas clases sociales, estratos o castas. La cuestión más importante del escenario político por tanto es la composición desigual de las sociedades modernas y la organización de mecanismos correctores de dichas desigualdades para tratar de neutralizar los efectos negativos de tales desequilibrios. La desigualdad (el tener y no tener) está completamente presente en la visión de los partidos políticos y en los think tanks que aportan material ideológico  para el sostenimiento de los programas de unos y de otros. Está igualmente presente en la reflexión de los centros académicos más honestos y en las agencias internacionales orientadas a la promoción social y el desarrollo económico. Por estar, está presente incluso en los círculos cerrados elitistas de tipo Bilderberg, pero también en los más comprometidos con la causa de los excluidos, en los centros okupados y en las parroquias compasivas.

Porque tener y no tener es la condición sobre la que se ha construido la visión de un mundo escindido entre quienes tienen y quienes no y en cómo acortar la distancia o mitigar las diferencias. Esta es la matriz sobre la que se ha desarrollado el mundo moderno, la raíz del pensamiento político y su correlato institucional: Crear un mundo en el que los desposeídos pudieran disfrutar de la propiedad de cosas que si no otorgan felicidad al menos alejan de la angustia de la miseria. Tal propósito es tan hermoso, tan humano y tan virtuoso que genéricamente se ha calificado a este esfuerzo como progreso. Y a quienes se oponen al acortamiento de las distancias sociales, conservadores o directamente reaccionarios. En general, con subidas y bajadas, las luchas políticas y sindicales, han ido modelando un mundo más igualitario (al menos en Occidente en el último siglo).

La lucha por la igualdad continua, y como decimos, con renovada presencia en las agendas y programas de acción política. La desigualdad rampante y el alejamiento entre las élites socio-económicas y el común de los ciudadanos (que se desprende de la lectura de los datos de distribución y dispersión de la renta) exige una toma de posición enérgica e inmediata.

Si hablamos de igualdad o de reducción de la desigualdad, la cuestión tiene que ver con tener y no tener. Pero no en poseer o no poseer. Sino en tener y no tener acceso a. Esta me parece la cuestión central del abordaje al problema de la desigualdad en nuestro tiempo. Poseer y no poseer no sólo nos sitúa en una trampa que convierte nuestra vida y nuestros hogares en basureros de objetos y coloca al planeta al borde la extenuación. La igualdad o su búsqueda no se resuelve en los grandes centros comerciales donde uno puede adquirir en propiedad y para siempre algo innecesario hasta el mismo momento en que puso los pies en la recepción refrigerada de un megastore. La desigualdad comienza a diluirse cuando existen corredores por los que todo el mundo tiene acceso a una vida material más equilibrada, desde luego, pero sobre todo con acceso a las zonas restringidas de la salud, el conocimiento, la sofisticación de la conducta por contacto con la producción cultural, la vida comunal y la percepción de tu vecino como tu par, no tu competidor, a la justicia reparadora de los vestigios del trato desigual, el trabajo digno y con sentido social… Así podríamos seguir con el relato de todo aquello que se nos hurta y que casualmente se convierte en negocio de los poderosos.

Y es que ellos lo tienen muy claro, por eso dicen: yo no quiero poseer, yo quiero experimentar. Pues bien, yo también quiero experimentar, pero con un tipo de vida más salubre, más apegada al saber que al repetir, más elegante y armoniosa, más cercana al mundo natural que a la química inorgánica, quiero experimentar la emoción colectiva al margen de las retransmisiones deportivas, quiero… y te lo cambio por todas mis pertenencias.

Tener y no tener