jueves. 25.04.2024

Salirse por la tangente

El poder nos dice, mientras exista la amenaza de la yihad, me la pelan tus derechos, el recorte social, el medioambiente...

Asisto sobrecogido a los últimos acontecimientos, pero no me refiero a lo de Paris, Bamako o cualquier otro estallido que pueda producirse entre la redacción de este artículo y su edición, si no sobrecogido por las demostradas capacidades del poder para impostarse, de encubrirse mimetizándose con el paisaje aprovechando la coyuntura en cada momento.

El comienzo del siglo ha sido nefasto para el poder omnímodo (verbi gratia JL Cuerda) en casi todos los terrenos. Partiendo de unos principios sectarios o clasistas apostaron por fórmulas económicas, geoestratégicas, medioambientales y culturales que han embarrancado, arrastrando al planeta en su conjunto hacia un callejón sin salida. 

La cagada de la austeridad expansiva (que ahora trata de corregir el FMI, el BCE y otros)no era sino una forma de enmascarar una política fiscal basada en la exención de impuesto a los más ricos y a sus corporaciones  y un recorte de prestaciones sociales para equilibrar las cuentas una vez deducidas las bonificaciones fiscales de los poderosos. Esta retorcida, argumentada y bien pagada mentira económica ha generado el parón de la economía mundial y ha provocado el más inestable de los escenarios de recuperación, la desigualdad estructural.

La geoestrategia planetaria que, a lomos del más sofisticado sistema del derecho internacional comenzaba a dar ciertos frutos con el reconocimiento de la autoridad del tribunal internacional de justicia en la Haya, salta por los aires de la mano del trio la-la-la, con su burla en la invasión de Iraq y su  desparpajo para ridiculizar a todo el sistema institucional de derecho internacional, el comité de seguridad de la ONU, la agencia internacional de la energía atómica, etc. El mundo contempla como una (y trina) voluntad particular, aupada en la soberbia y la recompensa económica, puede desbaratar decenios de forja del sistema internacional de resolución de conflictos alineado con la carta derechos del hombre. El escepticismo en el mundo desfavorecido desplaza a las mentalidades colaboradoras. La radicalización salta de las mezquitas a los hogares.

La relación del poder con el medioambiente nunca ha dejado de ser una relación de dependencia, pero de dependencia subordinada del medio respecto de la voracidad del poder y de su capacidad para transformar naturaleza en dinero. Las amenazas y contraindicaciones de la naturaleza siempre se han tratado del mismo modo: Negación en el origen y solución técnica posterior, con ingeniería a troche y moche. Abandonar o rectificar nunca. La minería se ha cobrado salud y vidas hasta encontrar un escenario técnico manejable y otro tanto puede decirse de la agricultura y ganadería intensiva, la utilización de materiales no reciclables, la producción de energía de fuentes agotables, etc. Siempre siguiendo ese camino. Pero la naturaleza comienza a enseñar sus dientes, a decir que esta vez has mordido un trozo demasiado grande, un pedazo que no vas a tragar. El poder responde primero negando y luego agarrándose a una fábula técnica en la que la reconducción tecnológica del desastre ambiental no solo es posible, es incluso una oportunidad (aunque no se lo creen ni ellos).

La cultura, el árbol de la ciencia del bien y de mal, ha sido injertado con dos modalidades comerciales muy provechosas, por un lado la yema de la mercantilización de toda obra susceptible de ser desagregada, convertida en unidad separada (fruto) y poder ser vendida al mejor postor (para más información mejor dirigirse a la casa Sothebys).  La otra yema injertada posee un ADN reductivo que convierte cualquier acto creativo en una actividad frivolizada  que transforma la manifestación de lo abstracto y la perfección en el desarrollo en meros  juegos de ordenador o en películas de blockbuster.  El rechazo a esta perversa utilización del potencial de la cultura y de la producción de arte es una vieja lucha de los hombres y de las mujeres libres, que han preferido siempre ostracismo a connivencia. El milenio ha comenzado con un renacimiento de la posición frontal del mundo de la cultura a la barbarie del poder, que en España se manifiesta en el lema del NO A LAGUERRA y la respuesta del 21% de IVA.

Maniatado por sus errores, ahíto por sus excesos, el poder que no encuentra justificación con la que seguir ordenando un mundo que ha dejado de resultarle amigable, encuentra en la enemistad a su mejor aliado. La aparición en escena de un grupo objetivamente despreciable le otorga la oportunidad de responsabilizar a éste de todo desmán y de poder apretar una vuelta más de tuerca a la locura inmensa de un mundo visto a través del tornasol de la tinta del dinero.  Si todos fuimos Charlie Hebdod, ahora parece que todos seamos la Yihad y hemos de renunciar a derechos y libertades ganadas con esfuerzo y con mucha más sangre de la derramada ahora.   

El poder nos dice, mientras exista la amenaza de la yihad, me la pelan tus derechos, el recorte social, el medioambiente, el respeto de los derechos de las personas, la educación y la cultura. Antes tampoco me importaba, pero no te lo podía decir a las claras. 

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