martes. 16.04.2024

Reivindicación de la conciliación

Sé que no son buenos tiempos para la lírica, que el viento viene de cara y frena toda acción, incluso toda reflexión...

Sé que no son buenos tiempos para la lírica, que el viento viene de cara y frena toda acción, incluso toda reflexión, sobre el sentido que damos a nuestras vidas y el optimismo con el que afrontamos nuestras expectativas. Y el empuje del viento se acentúa sobre aquello que no es inmediato, aunque sea muy importante.

De entre estos temas ocultos por la tempestad hay uno que resulta especialmente alarmante. Es el de la integración de la vida profesional y el resto de los contextos en los que se desarrolla la vida, el plano familiar, el creativo, el de la salud y bienestar, la amistad y el amor, etc. La combinación del ejercicio profesional y el resto de las actividades humanas conforman una problemática que se ha tratado como base de las (antiguas) políticas de Conciliación de la vida laboral y familiar. Políticas y reflexiones arrumbadas por el peso de la contrarreforma austeriana que ha condenado toda iniciativa destinada a humanizar los tramos más rigurosos de la exigente vida profesional y ha encumbrado el dolor, la amargura y el sufrimiento como elementos centrales y exclusivos de las relaciones laborales.  

Y esto, además de una desviación ideológica, es un error económico que debe corregirse. La aplicación de políticas sensatas de conciliación son a la vez un gesto humanizador y también (y seguro que por ello) un acto de excelencia económica. Los verdaderos retos de la economía no se encuentran en salvar circunstanciales escollos financieros ni en resolver ecuaciones de competitividad  a la baja entre las distintas regiones del mundo. Dónde se encuentra el verdadero reto para la Humanidad, y por tanto para su dispositivo para organizar los recursos y jerarquizar los resultados (Economía en sentido estricto), es en dar respuesta a tres problemáticas fundamentales: La presión demográfica, el cambio climático y la multiplicación de lo distinto.

La presión demográfica exige maximización de los recursos alimentarios, sanitarios y educativos. El cambio climático exige minimización del impacto, reutilización de recursos y sostenibilidad ambiental del ciclo económico. La multiplicación de lo distinto exige la desestandarización de los hábitos, la aceptación de lo diverso como agente promotor de la conducta y la potenciación de las tramas culturales como base para la reorganización social. Y todo ello apunta a instaurar en el centro de la producción de los bienes y servicios necesarios la conciliación de la vida laboral y de la propia vida. Es una condición sine qua non. Necesitamos nuestra propia forma de entender y disfrutar la vida para poder desplegar y optimizar modelos económicos inclusivos, respetuosos con el medio y adaptados a formatos divergentes aunados por el deseo colectivo de disfrutar de vidas sanas, pacificas e instruidas.

Reivindiquémoslo pues, porque la no aplicación de políticas de conciliación es además un error económico desde el punto de vista contable. Si se pregunta a cualquier directivo de empresa o a cualquier técnico de la órbita empresarial por la valoración de dichas políticas, con total seguridad antepondrá el cálculo del gasto que pueda suponer la aplicación de medidas de maternidad o paternidad, guardería, utilización flexible de horarios, deslocalización de actividad, etc. Es difícil que estas personas con responsabilidades en la toma de decisiones sobre los modelos de organización del trabajo incorporen en sus hojas contables datos más allá de los costes iniciales de implantación de modelos viables de trabajo y vida. Y sin embargo existen y están tasados.

Hay costes directos y costes indirectos que deben tenerse en cuenta y ser llevados al balance. La angustia derivada de una dualidad trabajo-vida tan pronunciada, el bloqueo por sobrepresión y la atención dividida, producen una merma de productividad que resulta relativamente sencilla de medir. Las enfermedades, el absentismo inducido o la renuncia al trabajo, aún más.

En España la situación es harto conocida y es aceptado por todos (excepto maulas) el valor proyectivo que sobre la economía tiene una organización del trabajo respetuosa con la vida familiar y personal.  Pero parece que por razones oscurantistas que ligan el trabajo con ciertas maldiciones divinas (ganar el pan con el sudor), nos vemos inmersos en una doble penalización: la pérdida de calidad vital que arrastra por añadidura pérdida de vigor económico.

Reivindicación de la conciliación