jueves. 25.04.2024

Regreso al futuro

Hace unos días, el New York Times publicaba en su sección de viajes una recomendación para visitar Madrid...

Hace unos días, el New York Times publicaba en su sección de viajes una recomendación para visitar Madrid. Comenzaba el artículo con una reflexión que me iluminó. Decía: Si usted hubiera aterrizado en Madrid hace unos años, usted habría encontrado una ciudad similar a cualquier otra de Europa. Pero las cosas han cambiado, las obras y el ajetreo han desaparecido, la crisis y el desempleo han devuelto a esta ciudad a su imagen tradicional de lugar tranquilo repleto de gentes que están en la calle más que transitar por ellas…

El articulista lo decía de buen rollo, o sea que le parecía un elogio y que valoraba positivamente la recuperación costumbrista de una ciudad repleta de holgazanes a la fuerza, que atosigados por las circunstancias desarrollan sus instintos para ganar confianza y amistad con su gracejo, su atrevimiento y su punto canalla. Vamos, que el articulista veía en la actualidad de la vida de Madrid, y seguro que también de gran parte del resto de las ciudades, algo muy similar a lo que Merimée veía en sus viajes por la península en el XIX.

Que esto sirva a los incrédulos sobre la viabilidad de la máquina del tiempo. Puede que no tan veloz como la desarrollada por el profesor Emmett Brown en la película de Zemekis, pero en tan solo tres años de gobierno éste nos ha mandado al pasado y eso lo perciben con encanto periodistas internacionales que animan a sus lectores a que vengan a contemplar tamaño espectáculo.

Y, ¿qué podemos hacer nosotros? Dos cosas. Optar por exhibirnos en plan Luis Candelas con trabuco, patillas y de todo o en versión desarrollista como ligones de playa a lo Landa. O, como hace MartyMcfly en su periplo por el tiempo, reunir los elementos y convocar las situaciones que permitan que el futuro se desarrolle como debiera ser y no como unos locos furiosos se empeñan por su desmedido afán de impedir que el progreso sea algo más que la luz negra con la que se destacan los dientes y la caspa de los protagonistas de la historia de este país.

Napoleón se sorprendía de que sus ejércitos, cuyos soldados portaban una copia de la declaración de los derechos del ciudadano en sus petates, fueran acosados por hordas de labriegos analfabetos liderados por un cura cazurro que les azuzaba con el pecado, la penitencia y el infierno si no lo hacían. Solo la brutalidad y el miedo atávico al poderoso podía explicar el que tantos hombres y mujeres optaran por el lado oscuro del esclavismo y la represión en lugar de abrazar los aires de libertad, responsabilidad y autonomía contenidos en la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789. Leer estas reflexiones napoleónicas y ver a Rouco arengando las huestes dispuestas no en los caminos, sino en las calles, en la calle  Génova en concreto, con Gallardón salivando a sus espaldas, para mí es todo uno.

Pero ya no me sorprendo como Napoleón, conozco, en parte gracias a él, hasta dónde puede llegar la represión y el azote moral y material de todo intento de progreso. También he aprendido que la táctica política destinada a demonizar las propuesta de los otros no tienen más salida que convertir al credo propio no en una opción, sino en una verdad revelada, y eso ya nose sostiene pues el control de la comunicación (a pesar delos casos de la prensa convencional de este País y este Mundo) es imposible, y la difusión de la verdad es imparable (pj China o Egipto).

Desde luego que se siguen haciendo cosas deleznables que aceleran la vuelta al pasado como la anulación de la ley de enjuiciamiento universal, pero no tanto para congraciarse con China, sino más bien para ir configurando un futuro en el que los brutos tengan algún sentido. A menor escala, la centralización de la compra de medios por parte del gobierno para, entre otras cosas, poder ejercer de un modo más directo la presión sobre los disidentes, también rema en la dirección de camino invertido. Y esa vuelta al pasado busca sobre todo borrar las huellas de un futuro posible. Este es el verdadero propósito y atentado de los meapilas y de los señoritos, que el futuro que casi se hace realidad en forma de avance de los derechos civiles de los marginales y perseguidos (homosexuales, inmigrantes, artistas, etc) y el desarrollo del cuarto elemento del estado de bienestar (dependencia y lucha contra la desigualdad de género o de caso) pasen a formar parte no de los sueños sino de nuestras pesadillas.

Y como hicimos en el pasado necesitamos dibujar un futuro digno, un futuro en el que el progreso no se vea acorralado de nuevo por Roucos, Matos, Díazes y demás gárrulos sectarios de la orden. Necesitamos un regreso al futuro.

Regreso al futuro