miércoles. 24.04.2024

¿Pero qué es lo que esperabais?

La industria del automóvil tiene capacidad para forzar la voluntad de gobiernos y de otras instituciones.

El chanchullo de Volskwagen ha generado por un lado alarma por la falta de ética y de compromiso y por otro, guasa por la hipocresía que destila el que una marca que se asocia a la rectitud bávara haya sido pillada in fraganti como si de miserables andaluces o sicilianos se tratara. Comprensible, ambas actitudes están justificadas, pues el fraude de ley, o mejor dicho la traición al espíritu de la misma es un acto tan deplorable como risible cazar a don “limpio” enfangado hasta el corvejón.

Cuando se escribe este artículo comienzan a removerse las aguas en torno al mercado del automóvil más allá del caso VW. No soy un campeón de los pronósticos pero esto tiene pinta de que todas las estructuras del mercado se van a ver afectadas. Eso quiere decir que otras marcas, otras regiones y otros incumplimientos de normas y prescripciones van a conocerse porque con total virtualidad, se han estado produciendo.

¿Quiero eso decir que el mercado de vehículos es imperfecto y está desequilibrado en favor de los fabricantes y en detrimento de los compradores y de los reguladores? Exactamente, eso es lo que quiere decir. Que la producción de automóviles encumbrada en su aparataje tecnológico y guarnecida tras su capacidad de generar empleo, ha forzado las pocas normas que le obligan a realizar algunos actos que no se reflejan directamente en la cuenta de resultados. La industria del automóvil es un ejemplo de cómo los mercado se imponen al estado, ha mostrado el camino que siguen otros: Si me tocas mucho las narices agarro la factoría y me voy a Asia o a África, y si me las tocas solo un poco, vale tan solo te engaño.

La industria del automóvil tiene capacidad para forzar la voluntad de gobiernos y de otras instituciones como las de investigación para que todo cambie y todo siga igual década tras década. Forma un tándem perfecto con la industria de la energía para modular el avance de la sustitución de un modelo basado en el consumo del petróleo por otro sostenible, garantizando así que el ganador de este relevo no sea muy distinto del que ya domina el mercado actual. En esa tesitura, además de VW, todos veremos como unas infracciones y otras se suceden sin fin. Lo cual justifica la indignación y la solicitud de responsabilidades y la exigencia de compensaciones, y también el chiste mordaz y la ironía que recorre las redes físicas y digitales.

Pero a mi hay algo que me preocupa, que no es exactamente ni escándalo por la falta cometida ni revancha burlona contra el teutón. Me invade una sensación de profunda preocupación porque  toda la operación de desenmascaramiento de la práctica de VW se está presentando como si el sistema, en su infinita perfectibilidad, hubiera detectado una malformación, un caso con peligro de contagio y rápidamente hubiera puesteo en marcha el dispositivo de descontaminación adecuado. Y no es así, más bien se asemeja a las hipócritas palabras del capitán Renaul de Casablanca: ¡Qué escándalo, aquí se juega! Dice segundos después de recoger sus ganancias de la mesa por hacer la vista gorda.

Y mi preocupación crece porque también parece querer restringirse la falta no ya a un sector oligopólico, sino a una marca, que digo marca, a una línea de productos concreta. No es el mercado del automóvil en su generalidad el que se deba ser puesto en entredicho, sino una parte minúscula y perfectamente identificada del mismo. Esto me preocupa porque tiende a distraer del problema de fondo, la imposición del mercado sobre el estado y sobre la honestidad que se asocia a la ética sobre la que se han construido todas las civilizaciones. Y me preocupa porque si se analizan otros sectores hegemónicos de los mercados, como la banca, la alimentación industrial, la química o la farmacia, uno encuentra disfunciones similares a las del automóvil  que si no parecen tan críticas es tan solo por falta de profundidad en el análisis o por su capacidad para silenciar las desviaciones más llamativas, aquellas que puedan generar escándalo o promover la rechifla.  

Pero los mercados desencadenados  actúan así, está en su ADN, su lógica de funcionamiento tiene como único motor el beneficio de los propietarios de los activos de las empresas que conforman el mercado. Esto es claro y a nadie han engañado. Sí es verdad que han forzado la liberalización promoviendo la falacia de que el mercado es más eficiente y más justo que las instituciones del estado o de la sociedad civil. Son responsables por tanto, pero es una responsabilidad compartida con quienes les han creído y les han acompañado en esta loca carrera tras el beneficio. Supongo que ahora, con toda la razón pensaran… ¿Pero qué esperabais? 

¿Pero qué es lo que esperabais?