En el pueblo en que me crié corría una anécdota convertida en leyenda urbana según la cual, “el Eusebio”, el más bruto del pueblo fue sorprendido golpeando a un animal de granja al que su madre había identificado como cena de la noche. Eusebio, garrote en mano, golpeaba al animal y a cada sacudida le seguía una exhalación compasiva: ¡Animalito! Decía, pero no cejaba.
“El Eusebio” y su conmiseración para con los animales quedó convertida para mí y para muchos de los vecinos del pueblo en la imagen de la brutalidad indulgente consigo misma, pero implacable con conejos, gallinas o lo que se tercie.
¿Por qué recuerdo esta anécdota? Porque lo que nos está ocurriendo en estos momentos a los españoles (y a otros europeos) es que nos hallamos, como el conejo marcado por la madre del Eusebio, en manos de un bestia que nos tunda y luego manifiesta su dolor, compasión y propósito de enmienda, pero en el futuro. Cada vez que oigo a un ministro, consejero o concejal plantearnos dolorosas medidas, totalmente necesarias para salir de esta horrible situación que ya está empezando a remitir, suena en mi cabeza la estentórea voz de mi vecino diciendo ¡Animalito! Y zasca, un nuevo garrotazo al canto.
Puede que yo me encuentre particularmente sensibilizado y que la cosa no sea para tanto, pero la sacudida que ha recibido la mayor parte de la población española (y gran parte de la europea insisto) a mí se me antoja acto previo a la cena de los que cenan. Reducir, o deflactar si se prefiere, los salarios, eliminar servicios o torpedear la base legal para el acceso a muchos de ellos como la sanidad universal o el recurso a la justicia, es a mi modo de ver un arma tan contundente como el garrote del Eusebio. Las declaraciones explicativas del tipo: esto era totalmente necesario, hemos tocado fondo y ya se percibe una tendencia nueva en la dirección acertada, o las estadísticas nos dicen que la recuperación está en marcha, y algunas otras del mismo tono, a mí me suenan a las exclamaciones piadosas de mi querido Eusebio.
Pero del mismo modo que él, no van a cejar, van a seguir dándonos con la tranca hasta ser servidos como alimento necesario para los mercados y de quienes los dominan. Tras las palabras redentoras de la desolación producida, tras la conmiseración implícita en la comprensión del dolor (necesario) infligido, no hay una sola acción que vaya orientada a cambiar esta situación, a la conversión al vegetarianismo de los poderosos. Muy al contrario, lo que se perciben son garrotazos y más garrotazos:
1.- Intensificación de políticas austericidas, con refuerzos adicionales mediante la participación en su diseño de partidos políticos de origen socialdemócrata como ocurre en Italia y Francia.
2.- Disolución de las medidas profilácticas de control de los mercados financieros. Adiós a la unión bancaria, hasta luego tasa Tobin.
3.- Coacción personal, limitaciones a los movimientos de las personas, acceso legal a sus aparatos reproductores (leyes regulatorias de la concepción y de su interrupción), educación no instructiva sino constructiva (Leyes Wert o sistemas duales).
4.- Acuerdos comerciales fuera del escrutinio público. El acuerdo de libre comercio con EEUU es una coartada para desmontar los mecanismos de aseguramiento sanitario, medioambiental y de ética laboral que quedan en pie en Europa.
5.- Políticas fiscales desequilibradas en favor de las rentas altas que se acrecientan con una innoble presencia de mecanismos penalizadores de las pequeñas faltas y amnistías y paraísos fiscales para grandes fortunas.
Dejad en paz al conejo, comed hierba como hago yo (dicen los conejos) ¡¡¡ Pobres animalitos!!!