sábado. 20.04.2024

La obsesión por deflactar los salarios

La deflación salarial, la pérdida de valor de las rentas del trabajo es el hecho característico que acompaña a las políticas neoliberales dominadas por los recortes fiscales.

La deflación salarial, la pérdida de valor de las rentas del trabajo es el hecho característico que acompaña a las políticas neoliberales dominadas por los recortes fiscales conocidos como austeridad para unos, austericidad para otros. Vamos a reflexionar sobre esta segunda apuesta del modelo neoliberal, sobre la insistencia en reducir salarios y transferir renta del trabajo al capital.

Hay que comenzar con una reflexión que nos lleva al punto cero de la situación de la economía mundial dominada por criterios de capitalismo acelerado, beneficio a corto plazo y ceguera en la orientación del propio modelo, que aparte del disfrute selectivo del beneficio (desigualdad rampante), no ofrece alternativa alguna digna de ser remarcada. Vamos a ello.

El mundo está inundado de dinero, mal repartido pero inundado. Los últimos quince años han estado “fuelizados” por políticas de precio del dinero muy barato. En determinados momentos en valor negativo, es decir que en algunas zonas y durante algún tiempo, el tomador de dinero recibía una prima por ello. Esta tendencia, que lógicamente tenía que desembocar en burbujas dinerarias-  financieras, tal y como ha ocurrido, además se ha visto incrementada  por políticas anticrisis desplegadas por los bancos centrales de EEUU, Japón, Inglaterra y ahora por el banco central europeo (BCE). Lo que se conoce como “quantitative easing” son iniciativas ejecutadas por los bancos centrales con compras masivas de deuda en distintos formatos (bonos, cedulas hipotecarias, etc) que inyectan enormes cantidades de dinero (3,15 billones de dólares solo en USA) a una economía ya saturada de dinero.

Pasa que el dinero no es nada. El problema para esta enorme masa de dinero es que no tiene ningún proyecto trascendente en el que invertir. Por supuesto que existen oportunidades y nichos, agujeros por los que se drena parte del líquido, del dinero inactivo. Los disparates en el mercado del arte a los que asistimos con records de precio continuados en cada subasta internacional tienen que ver con esta cuestión. Los concursos internacionales para licitar por grandes obras como el segundo canal de Panamá o el Ave a la Meca, magnetizan flujos de inversores buitre que luego complican el desarrollo efectivo de las obras, tal como estamos viendo en la prensa cada día. El gasto suntuario disparado con apartamentos individuales por encima ya de los cien millones de dólares también. Toda esa inmensa bolsa de dinero además de carecer de orientación, es decir de un objetivo claro sobre el que invertir, además decimos, se ve en la obligación contable de obtener una rentabilidad que no se compensa con la creación de riqueza social de ningún tipo. Acumular y esconder a las haciendas parece ser la principal ocupación de las personas que acaparan la mayor parte del dinero en circulación. La corrupción no es sino un efecto derivado de ello. De haber encontrado buenas oportunidades de inversión, ni Bárcenas ni Granados ni tantos otros, hubieran tenido el dinero en una cuenta expuesto a investigaciones y obligados a explicaciones en caso de descubrimiento.

No hay proyectos tractores generales a los que dirigir esa masa de dinero. Bueno, sí que los hay, erradicar el hambre en el mundo, dotar de infraestructuras salubres a toda la humanidad, combatir el cambio climático o tejer el sustrato institucional para la evolución ética de los derechos de las personas en cualquier parte del planeta son objetivos ambiciosos que podrían emplear el dinero flotante que deambula sin rumbo por el mundo. Pero esos objetivos no le gustan a los mercados, no tienen rentabilidad inmediata. Y las personas que acumulan las mayores reservas de dinero no parecen muy motivadas a aplicar su enorme riqueza a estas cuestiones (excepción hecha de la circunstancial filantropía mostrada por algunos de ellos como Soros o el mismo Bill Gates).

De modo que se produce una extraordinaria paradoja. En la actualidad, en el momento de la historia en el que existe más dinero que nunca, es justo el momento en el que las muy acuciantes necesidades de la humanidad se encuentran en el lugar más alejado de los recursos y las voluntades para abordarlas. El resultado es desigualdad creciente, inestabilidad y dolor gratuito.

Y a todo esto, ¿los poseedores del dinero que dicen? Dicen: si no hay proyectos atractivos y rentables, volvamos a lo básico, si no conseguimos rentabilidad en nuevos proyectos productivos, obtengamos rentabilidad estrujando el resto de los factores como siempre se ha hecho. Degradación ambiental consumiendo locamente recursos naturales y sobre todo presionando a los salarios hasta la extenuación. Si no se crea más riqueza quiero más parte de la que existe. Es sin duda una actitud contradictoria como vemos, que se manifiesta incluso en la dinámica de la cotidianeidad con el motor de la demanda atascado. En lugar de lanzarse a crear un nuevo modelo de vida aprovechado las enormes posibilidades de un milenio naciente, se produce un tosco enrocamiento regresivo en torno a lo accesible, la caza del más débil.

Y si, como parece, esto no funciona ¿qué van a hacer después? Supongo que enterrarse con sus riquezas como hicieron los faraones.

La obsesión por deflactar los salarios