jueves. 28.03.2024

No me importa volver mañana

En 1833 Mariano José de Larra ironizó en un magistral relato periodístico sobre la pereza nacional que se enmascara en la burocracia para poder atender a su hobby...

En 1833 Mariano José de Larra ironizó en un magistral relato periodístico sobre la pereza nacional que se enmascara en la burocracia para poder atender a su hobby mediterráneo natural: No hacer nada (il dolce fare niente en versión italiana de los 60)

Desde entonces, la burocracia ha quedado asimilada al conjunto de los pecados capitales propios de la cultura española. Esta adscripción ha sido debidamente retratada en sus detalles más grotescos y sin escatimar en lujos escenográficos. Burócratas desalmados que dedican más tiempo al café de media mañana que a resolver los asuntos de los ciudadanos que en cada oficina se tratan, complots perfectamente organizados para forzar la reiteración de operaciones administrativas con el aparente único motivo de tocar la narices, cierres sicológicos de ventanillas clave, atrezzo y mobiliario de oficinas sabiamente elegido por algún sociópata resentido, etc. Con la llegada de las mujeres a la función publica, el pecado transmutó del café a la realización de las compras domésticas. Así hay quien jura haber encontrado más bolsas de grandes almacenes en el negociado visitado hoy mismo que en el recipiente amarillo seleccionador de la basura no orgánica.   

Y, bueno, no seré yo quien niegue que hay algo de verdad en esta interpretación nihilista de la realidad administrativa, pero creo que todo es mentira, excepto algunas cosas. Porque obviamente la metódica de la ejecución de tareas de la burocracia, que aproxima al ejecutante a un régimen de acción sometido a control riguroso de todas y cada una de la operaciones, lastra el ritmo operativo y aleja al funcionario del ejecutivo agresivo de empresa, pero también del connivente nepote político que facilita las cosas a amigos y donantes.

Si las palabras claves de la actividad en el mercado son ritmo, ejecución e improvisación (innovación dicen los más elegantes), la burocracia antepone los conceptos de procedimiento, objeto y jerarquía. Si para lograr lo primero los mercados exigen desregulación e irresponsabilidad, la burocracia apuesta por el  método, la fidelidad a la misión y la imparcialidad. Y visto lo visto en los últimos años, depurada de algunas cosillas, la burocracia parece elevarse como el único bastión que puede frenar el apabullante tsunami de los mercados, que en su ceguera y arbitrio siempre acaban premiando a los mismos y no a quien lo necesita.

La burocracia como concepto, y el funcionariado público como dedicación, parecen las únicas fuerzas que pueden resistir el empuje de los mercados actuando como elefante en cacharrería, porque la lógica de eficiencia propia de los mercados desemboca ineludiblemente en la desigualdad y la injusticia, y parece que sólo la lógica de la misión que es propia de la burocracia y el compromiso del funcionario con su desempeño, pueden evitar que la práctica predadora del mercado inunde la lógica del estado que es control, protección y servicio.

Larra acertaba de lleno en su relato costumbrista de la cotidianeidad de la desidia, que no estrictamente de la burocracia algo que parece que han olvidado tantas y tantas empresas que ubican el desánimo telefónico en la reclamación de sus clientes, negando incluso el sospechoso acercamiento de éste a su prestador de servicios o su proveedor de cualquier bien. Las eléctricas no disponen de teléfonos gratuitos para la atención a clientes por si sintieran la tentación de matar la mañana “platicando” con el call center de recepción. Las mutuas laborales, herederas de responsabilidades en materia de protección laboral en caso de enfermedad o cese de actividad, rechazan cumplir sus compromisos y optan por direccionar las reclamaciones a la vía judicial, sutilmente “gallardonada” de obstáculos de todo tipo y forzando el enfrentamiento del trabajador o el autónomo en situación de riesgo a despachos poblados de abogados ahítos de foguearse en pleitos que den honra y prestigio.

No amigos, no. Yo he aprendido la lección, la burocracia es lenta, a veces desesperadamente lenta, pero no va contra mí. Lo que va contra mi es la desamortización de cuerpo de administradores del estado que, bajo el eufemismo de la eficacia, está llevando al desarrollo de procedimientos administrativos “creativos”, ejecutados por personas que no disponen de las cualidades propias del funcionario publico: amor y dedicación a la carrera funcionarial, respeto al objeto y jerarquía del objetivo (sea la educación, la sanidad o la ordenación del tráfico) y garantía en el desempeño de la función.

Y quiero que así sea, aunque para ello deba volver mañana.            

No me importa volver mañana