jueves. 28.03.2024

Metástasis financiera

El sistema financiero no contempla en ninguna de sus posiciones  relación alguna con lo que se conoce como sostenibilidad

La infección que provoca es letal, pues afecta a la viabilidad general mantenida en el tiempo, socava aquello que otorga sostenibilidad

Eso que se conoce como sistema financiero, que grosso modo está formado por el conjunto de los actores del mercado en el que se compra y se vende el dinero (o sea el capital dinerario necesario para comprar máquinas, levantar edificios o pagar salarios pj), sufre un mal que trasmite al resto de las actividades, y lo hace como una especie de metástasis, poco a poco y de manera invasiva hasta doblegar la función original de cada órgano afectado, convirtiéndolo en mera materia alimento del patógeno infectivo.

La infección que provoca es letal, pues afecta a la viabilidad general mantenida en el tiempo, socava aquello que otorga sostenibilidad.  El sistema financiero no contempla en ninguna de sus posiciones  relación alguna con lo que se conoce como sostenibilidad. El sistema financiero no ha incorporado en ninguna de las reflexiones sistémicas la cuestión de la sostenibilidad o insostenibilidad del propio sistema. Algo muy común en otras actividades. Con reticencias, sea el sector del automóvil, la alimentación, incluso el sector de la energía u otros, asumen en sus reflexiones el concepto de sostenibilidad y actúan, con grados distintos de intensidad y de convicción, en orden a lograr una mayor sostenibilidad y una minoración de su impacto ecosistémico.  

En la literatura académica  y en el ejercicio cotidiano de la actividad financiera, las referencias a la sostenibilidad se limitan tan solo a fijar los umbrales de negocio y la banda de retribuciones que se considera óptima a la participación del capital en cualquier tipo de actividad. Por tanto no se hace referencia a la sostenibilidad sino al margen de beneficio capturable, cosa bien distinta. La sostenibilidad es un concepto que cuando se asocia a la actividad económica supone incluir en la agenda de la gestión la cuestión del uso de los recursos  y de su extinción en caso de consumo excesivo o irresponsable y de no activar medidas compensatorias.  La sostenibilidad pone a los gestores de las empresas al menos ante el dilema de actuar de modo responsable (o de no hacerlo) en el corto plazo, y también ante la cuestión del agotamiento de la actividad por esquilme de los recursos necesarios en el largo plazo. Los recursos y la forma de tratar su uso es determinante para todo tipo de actividad, forma parte de la agenda de la globalización y es elemento esencial de la sostenibilidad que ha forzado al planeta en su conjunto a participar en el debate, a tomar partido en esta cuestión que resulta crucial para la propia humanidad.

Pero no todo el mundo se siente conectado con esta problemática que tiene en su punto central el consumo de recursos y las estrategias requeridas para su reposición. La actividad financiera, que básicamente consume recursos de capital dinerario, no parece tener en cuenta la cuestión del agotamiento de dichos recursos por un uso indebido e irresponsable y de cómo reponerlo o cómo minorar el coste de uso excesivo de capital para determinadas operaciones. En su horizonte no se observa otra cosa que no sea el logro de ese cuatro por cien estimado como referencia media de ganancia para todo tipo de actividad financiera. Y punto.

Y esto es reprochable en términos de responsabilidad sectorial, de fair play financiero. Pero sobre todo resulta extraordinariamente peligroso más allá de la propia actividad financiera, pues traslada su indiferencia respecto de la sostenibilidad con un efecto multiplicador debido a la metástasis con que las finanzas han conseguido invadir cualquier  tipo de actividad económica. Desde hace una decena de años, justo cuando la sostenibilidad se convierte en una preocupación universal, las empresas sean del automóvil, de la alimentación, de la energía o de cualquier otro sector que se quiera mencionar, se han visto infectadas por el mal financiero y han dejado de producir siguiendo los principios de orientación propios del sector, el automóvil, la alimentación o la energía. Son los criterios financieros los que se han impuesto. De modo que ya no se trata de fabricar coches, preparar alimentos o generar energía. Han perdido su sentido original, de lo que se trata ahora es de lograr el objetivo marcado por el mercado financiero para dicha actividad. De suerte que las empresas están gestionadas con criterios ajenos a la propia actividad y guiados por decisiones tomadas en lugares remotos, en espacios ocultos, en despachos con vistas a otra realidad.

El mal del financiarismo parece atacar primero a los órganos de decisión y a las funciones interpretativas de empresas y de familias, desviando el foco de sus verdaderos intereses hacia terrenos mitificados organizados en torno a la sumisión a intereses ajenos.  Y esto es verdaderamente insostenible.

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